jueves, 6 de septiembre de 2018

Vivir en otro país y en otra lengua - Virginia en París

Virginia Baudino - Maribel Orgaz
Me mudé a París hace algunos años y eso fue no sólo un cambio de país y de lengua, fue mucho más profundo. Es algo que hablo muchas veces con Maribel:

-Cuando se vive en otra lengua, se vive en otro mundo. Es inevitable.

Me paso el día estudiando francés y mis amigos y mi familia me preguntan hasta cuándo lo seguiré haciendo. Les respondo que hasta que deje de ser analfabeta en esa lengua. Aunque parezca exagerado no lo es, me viene a la memoria esa frase del lingüista Ludwing Wittgenstein: la lengua es una forma de vida.

Hay veces que las cosas ocurren en el momento justo y a mí me ocurrió con un libro, La analfabeta de Agota Kristof.

-La gente a veces lo llama coincidencia cósmica -me dice Maribel sonriendo.

Lo que sé es que ese libro me llegó en el momento justo y en el lugar indicado.

Es un relato corto, brevísimo, autobiográfico, de Agota y a mí me dejó extasiada. No le sobra ni le falta ninguna palabra. Lectora desde muy pequeña, relata las penurias de su familia en la Hungría pre y post invasión soviética con la imposición de estudiar la lengua rusa en las escuelas y, posteriormente, su camino como extranjera refugiada en Suiza y su aprendizaje del francés.

-En las escuelas húngaras llamaban al ruso, idioma enemigo- le cuento a Maribel, impresionada.

Kirstof se hace las mismas preguntas que me hago yo, y que millones de emigrantes se hacen cuando tienen que vivir en otros países con lenguas distintas a la suya:

"¿Se puede escribir en otra lengua? Hablo el francés después de treinta años, y lo escribo desde hace veinte, pero no lo conozco completamente aún hoy. Lo hablo con errores y lo escribo con la ayuda de los diccionarios. Es por esta razón que llamo a la lengua francesa una lengua enemiga. Y existe otra razón por la cual la llamo así: este idioma está matando mi lengua materna".

El camino de apropiación de otro idioma, es doloroso, frustrante, triste. Dice Kristof que durante ese camino (el suyo además incluía escapar de la represión cruzando fronteras) se va perdiendo ‘definitivamente la pertenencia a un pueblo’.

Y ahí comienza el desierto, dirá ella, el desierto social y cultural. A éste le sigue el silencio, el vacío, la nostalgia de los días pasados con la impresión de ya no participar en la construcción de la historia de un país. Con la extranjería, el desierto se instala. Muchos de sus camaradas no lo conseguirán. Otros volverán, algunos seguirán otros caminos de refugiados y varios morirán.

¿Cómo sobrevivir a este proceso de adaptación? Según esta escritora, escribiendo y aprendiendo la lengua extranjera:
‘Sé que no escribiré en francés como los franceses, pero lo escribiré como mejor puedo. […] No elegí esta lengua. Ella me fue impuesta por la suerte, el azar y por las circunstancias. […] Estoy obligada a escribir en francés. Es un desafío. El desafío de una analfabeta.’

Y agrega la poeta Silvia Baron Superville: ‘Fui aprendiendo el francés pero la lengua siempre está fuera de mí. Y el español, en cambio, está en silencio dentro de mí. Olvidarlo sería perder mi vida.’

“Hay que escribir. Luego, hay que seguir escribiendo. Aunque no le interese a nadie. Aunque nunca le interese a nadie.” Agota Kristof


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