domingo, 3 de noviembre de 2019

De libros generosos y la biblioteca que vive en mi



Yo podría comenzar diciendo que desde hace muchos años
 vivo en una biblioteca.
O podría comenzar diciendo que desde hace muchos, muchísimos años,
 una biblioteca vive en mí.
Ambas afirmaciones son verdaderas.
Marina Colosanti

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
Leo. Yo leo. Desde muy pequeña leo. Si mi memoria no me falla, empecé con Emilio Salgari, Julio Verne, Oscar Wilde, Julio Cortázar, el Quijote y Edward Stratemeyer.

Hago mucho esfuerzo por recordar alguna escritora en mis inicios como lectora, pero no recuerdo ninguna…Más tarde vendrán Luisa M. Alcott, Jane Austen, las hermanas Brönté y, por supuesto, Virginia Woolf, entre otras muchas. Bradbury, Dumas, Mármol, García Márquez, Isabel Allende, Quiroga, Borges, Pizarnik, De Beauvoir…fueron golpeando a mi puerta.

A ellos les ha seguido una lista interminable de autores y autoras que aún no tiene fin. Como dice Marina Colosanti, una biblioteca vive en mí. No se vivir sin leer.

¿Cómo se construye, o reconstruye, una vida leída? ¿Cómo se hace una como lectora? Observando los libros leídos, ¿una puede hacer, como dirá Michel de Certeau, una lectura de sí misma?
Interrogarse a partir de nuestro itinerario personal nos permite comprender nuestras vidas y nuestras relaciones con los otros, desde un punto de vista filosófico, sociológico, político, teórico, personal y existencial. ¿Todo eso?

Ciertos libros pasan por nuestra lectura sin dejar trazos, son los olvidados, pero otros tienen un efecto transformador en una misma. Esos son los libros generosos. Didier Eribon dice que leemos para comprendernos y transformarnos, y así librar día a día una batalla personal contra los determinismos que nos acechan.

¿Qué caminos han seguido los libros para apoderarse de mí? Me gustaría creer que he sido yo quien los ha conquistado, pero podría ser que hayan sido ellos…


La antropóloga francesa Michéle Petit ha escrito mucho sobre la lectura, sobre el poder de la lectura. En El arte de leer o cómo resistir a la adversidad, la autora desarrolla un sólido estudio sobre el rol de la lectura en la constitución del yo, especialmente en espacios o momentos de crisis.
“De lo que se trata, dice, es de leerse a sí mismos y a este mundo.”  […] ya que “Leer sirve [también] para descubrir que lo que nos atormenta, lo que nos asusta, nos pertenece a todos.”
Llegué a esta autora, conversando con Maribel sobre el poder de los libros, sobre su poder terapéutico. Maribel es, además de una voraz lectora, escritora. A este poder terapéutico de los libros, algunos también le llaman biblioterapia, y otros simplemente, gusto por leer.

Sin embargo, contrariamente a lo que se cree ahora, como Petit, yo escapo a la instrumentalización de esos efectos terapéuticos de la lectura, en el sentido que se les da en los libros de autoayuda.

Así en sus análisis encontré que la diferencia entre la autoayuda y la lectura como abrigo, dirá la autora, está en el objeto como producto cultural que contiene “un deseo de compartir, de justicia, una voluntad de lucha y una exigencia poética.”

Sin relato, el mundo sería un lugar inhóspito y vacío. Al contar, tejemos nuestras vidas con las de las otras personas. Tejemos nuestro pasado y nuestro futuro soñado, organizamos nuestra experiencia y habitamos el mundo.


Porque, como escribe Olga Tokarczuk, “Si se pudiera mirar el mundo sin protección alguna, valiente y honradamente, se nos partiría el corazón.” Sin relatos, estaríamos huérfanos para construir nuestra morada interior y no podríamos habitar los lugares en los que vivimos. Leer y leer el mundo.
“Hay que recordar, resalta Petit, que somos animales poéticos, narrativos, de palabras, de imágenes.” Y que la literatura, como la cultura, tienen una importancia vital para nosotras, tanto como el agua.
Y en momentos de crisis, el libro representa una unidad, algo sólido, dotado de armonía, que nos permite construir un país interior que le da sentido a nuestra vida, nos permite pensar, soñar y entrar en diferentes mundos de lo posible. “Los libros leídos ayudan a mantener el dolor del miedo a distancia, a transformar el dolor en ideas y a reencontrar la alegría”, dirá.

El escritor Gustavo Garzo, insistirá en la idea de refugio que ofrecen los cuentos. Refugios frente a la angustia y el dolor porque los cuentos crean un lugar para vivir, al tiempo que nos permiten habitar el mundo y relacionarnos con los otros de una forma pacífica. De lo que se trata, al fin y al cabo, es de leernos a nosotros mismos – trazar los contornos de quién soy - y leer a este mundo y a los otros.

Contra todo discurso utilitario de la lectura, la literatura no es una experiencia separada de la vida, dirá Petit, ella es la vida. Así, la biblioteca de cada persona representa sus territorios más íntimos alimentados literariamente. Recuerdan lo de las sentimentecas, de Patrick Chamoiseau.


Soy una mala lectora. Leo lo que caiga en mis manos. No sigo las modas. No me gusta que me digan qué debo y qué no debo leer. No creo en clasificaciones entre buena y mala literatura. Salto páginas, voy y vengo, subrayo y hasta dibujo mis libros. Leo los finales, y si un libro no me atrapa, lo dejo sin culpas. Leo muchos libros al mismo tiempo y nunca he leído el Ulises, no he podido.  Desconfío de los críticos literarios. Releo varias veces esos libros que me son imprescindibles. Leo en cualquier lado, y si hay música de fondo, mejor. No soy una lectora solitaria y aislada, no estoy compungida ni traumada.

Leo porque me gusta. Leo porque no sé vivir sin leer. Leo para resistir.
Entonces, ¿dónde estás?, ¿quién te impide venir?
y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar
cuando te llamo,
sin duda en algún lugar organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo
para dejarlos a mi lado cualquier día.
O tratas de coser con un hilo infinito 
la gran lastimadura de mi corazón.
Olga Orozco