sábado, 30 de octubre de 2021

Escribe. Camina. Crea. Resiste - Sara Gallardo y María Negroni, Caroline Criado y Virginia Woolf

 

Les he dicho en el curso de esta conferencia que Shakespeare tenía una hermana. […]
Mi credo es que esa poeta que jamás escribió una línea y que yace en la encrucijada, 
vive todavía.
Vive en ustedes y en mí y en otras muchas mujeres que no nos acompañan esta noche,
porque están lavando los platos y acostando a los chicos.
Pero vive,
porque las grandes poetas no mueren: son presencias continuas.
Virginia Woolf

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com

Cuando era chica, me di cuenta que mis manos eran más hábiles para escribir que para crear. Esa constatación no me desistió de probar, quizás podría tener suerte, quién sabe. Hice cerámica, escultura, telar, bordado, tejido y pintura. Nada de esto era lo mío. Lo intenté con fuerzas, me aferré, probé una y otra vez… sin resultados aparentemente óptimos para mí.

Pero eso no me hizo desistir. Siempre se pueden cultivar las pasiones desde otras perspectivas, y es posible hilvanar ideas o tejer historias. Escribir me fue más fácil. Atención, he escrito más fácil no que se me diera mejor.

No me presento a concursos literarios. Mis cuentos son míos, sólo míos y pocas veces los comparto. No publico y no he participado en talleres creativos. Como dije, no tengo la necesidad imperiosa de escribir. Escribo cuando me dan ganas y cuando algo me anda dando vueltas en la cabeza. 

Escribir nace así de un encuentro con una frase leída o con una canción escuchada o una imagen. Pero no me considero escritora. Sin embargo, heme aquí, ¡qué curioso!, escribiendo sobre por qué no me considero alguien que escribe.

Hace poco, muy poco, me hice de un cuarto propio. Antes era nómada. No he cultivado un estilo de vida volcado a la creación literaria. No sería capaz, la literatura me parece algo demasiado serio para tomármela así. 

Me dan miedo los escritores y los intelectuales en general. Los escucho elucubrar y hablar difícil y no entiendo la mayor parte de lo que quieren decir. 

Cuando hablan de Hegel, lo primero que se me viene a la mente es ¿quién hacía sus comidas? ¿limpiaba su casa? ¿Quién criaba a los hijos de Vargas Llosa o de García Márquez? ¿Cuándo hacía la compra Hemingway? ¿Buscaba precios cuando compraba los zapatos a sus niños, Salinger? ¿Iba a las reuniones de padres? ¿Llevaba y buscaba a sus niños de la escuela? ¿Cómo hacía con los deberes? ¿Y si enfermaban?

Una nunca sabe hasta dónde llega la vida doméstica hasta que se sienta a escribir. ¿De dónde viene la escritura? 

La escritora argentina María Negroni realiza una especie de arqueología de la escritura, pero de la escritura de una escritora, trazando un mapa emocional que se remonta a la infancia. 

Negroni se pregunta ¿cómo se constituye una escritora? ¿Dónde se sitúa y con quién se alía la mujer que escribe? ¿Cómo se relaciona con el canon literario, cómo lo desafía y lo discute, cuál es el rol que cumplen otras escritoras para esa escritora?

Porque la escritura es muy exigente y demanda tiempo, mucho tiempo y soledad. ¿Cuáles son los costos de escribir? ¿Cómo hacer las compras y al mismo tiempo parecerse a Baudelaire? argumenta Negroni.

Caroline Criado Perez escribió un magnífico e interesante libro, La mujer invisible, en el que relata apoyándose en una muy buena cantidad de datos, cómo para las mujeres “vivir en un mundo construido a partir de datos masculinos puede ser mortal.” La brecha de datos entre los géneros, dice la autora, confunden el punto de vista masculino con la verdad absoluta y conciben a la humanidad como masculina, pero se han olvidado de la otra mitad.

Como mujer, dirá Criado, realizaré una enorme cantidad de trabajo de cuidado y de limpieza no pagado y aunque contribuya a aligerar enormemente las arcas del Estado, será explícitamente ignorado. Todas juntas vamos a contribuir, según el informe McKinsey, aproximadamente con 10 trillones de dólares al PBI mundial anual sin recibir un solo centavo por todo este trabajo realizado. Ya sabes qué tienes para decir cuando te pregunten si trabajas: sí, todo el día.

Criado es enfática cuando dice “No existe la mujer que no trabaja. Solo hay mujeres a las que no se les remunera.” En el mundo, el 75% del trabajo no pagado lo hacen mujeres. 

Como mujer, mi trayectoria laboral no será lineal, tendré un trabajo precario y muy mal pagado – incluso en el ámbito académico -, que deberé abandonar para poder compatibilizar con la crianza de mis hijos, el cuidado del hogar y la pareja. Y si recibo un salario acorde, éste será inferior al de un colega varón.

En cuanto a mis derechos laborales, éstos serán prácticamente inexistentes, ya que están delineados en función de un trabajador varón, sino hablemos de embarazo o de baja por maternidad.  

Y mi jubilación… mi jubilación, si es que la tengo, será muy precaria porque sólo se tendrá en cuenta el trabajo remunerado que tuve que reducir para compatibilizar vida familiar y vida laboral y se ignorará explícitamente el trabajo no remunerado – o reproductivo - que he hecho sin parar. La autora precisa que las mujeres representan el 75% del total de los trabajadores a tiempo parcial.

La escritora feminista Silvia Federicci lo dice claro: “Cuanto más cuidan de otros las mujeres, menos reciben ellas mismas, puesto que dedican menos tiempo al trabajo asalariado que los hombres y gran parte de los sistemas de seguridad social se calculan en función de los años realizados de trabajo remunerado.” Así, las mujeres nos enfrentamos a la vejez con menos recursos que los hombres.

Como mujer, tendré un 80 % de probabilidades de sufrir acoso sexual en mi lugar de trabajo – sí, incluso en la academia -, en el transporte público o en la calle. Seré insultada y despreciada en el ámbito de la política y es altamente probable que tenga que lidiar con la violencia masculina a lo largo de mis días y de mi vida. 

Y si eres de las que han podido sortear la mayoría de estos inconvenientes, y muchos más que no he relatado, primero te digo, ¡enhorabuena!, ¿estás segura que no vives en Marte? Y segundo, el futuro aún puede ser peor, prepárate, porque según todos los datos, las mujeres afrontan “la pobreza extrema en su vejez.”

Con un gran número de datos y estadísticas, lo que me interesa de esta autora es que va a ir aún más allá y va a discutir el concepto de clase trabajadora. 

Según las estadísticas, la industria de la minería del carbón, en Estados Unidos proporciona 53.420 empleos con un sueldo medio anual de 59.380 dólares. Si los comparamos con las 924.640 personas, en su mayoría mujeres, que trabajan como empleadas domésticas y personal de limpieza, cuyo ingreso anual medio es de 21.820 dólares, la autora va a preguntarse, ¿cuál es la verdadera clase trabajadora en el siglo XXI? 

Cuando alguien escribe, puede hacerlo desde la primera persona del singular, yo, o desde la tercera persona, nosotros o nosotras. Esta tercera persona es también ‘un yo encubierto’, dice Francesc Arroyo. 

Cuando yo me siento a escribir, hay que tener en cuenta que lo que escriba estará atravesado por todo lo que acabo de enumerar, esta suerte de carrera de obstáculos interminable. Este yo que utilizo aquí es también un yo encubierto, porque en realidad quiero escribir nosotras. 

El camino va en dos direcciones, del yo al nosotras y viceversa. Este ida y vuelta es un gesto a la vez reflexivo y literario en el que, ante todo, quiero poner en evidencia el lugar desde el que se escribe y la perspectiva desde la que se mira.

El siglo XX estuvo marcado por las luchas por los derechos de las clases trabajadoras y del movimiento obrero. Sabemos que en el siglo XXI las luchas sociales se centran en las demandas por el reconocimiento de los derechos de las mujeres y en la crisis ecológica.

El trabajo doméstico no remunerado y el cuidado de los niños representa el 50% del PBI en los países de altos recursos y un 80% en los de bajos recursos. Hablamos de billones o trillones de dólares que salen de nuestros trabajos. Las mujeres “representan para los gobiernos <<un recurso gratuito que explotar>>.”

Hay que “tomar en serio el trabajo no remunerado como una fuerza económica que debe medirse e incluirse en las cifras oficiales. ¿Qué diferencia hay entre cocinar un plato en casa y crear un software en casa? Lo primero lo han hecho las mujeres y lo segundo, los hombres.”

Cuando una mujer escribe, emprende un camino a ciegas, ignora la dirección y la incertidumbre se apodera de su recorrido. ¿Cómo reflexionar sobre la existencia cuando ésta está atravesada por urgencias cotidianas ilimitadas? ¿Cómo escribir en la soledad del cuarto propio cuando la mayoría de las mujeres no tienen, ni tendrán, un cuarto propio donde escribir o crear? 

El 70% de la población que vive en pobreza son mujeres. Esto se ha dado en llamar la feminización de la pobreza o la pobreza feminizada. Y sí, el lenguaje tiene poder. Y si bien está muy escrito y dicho, es importante seguir repitiéndolo día tras día porque esto no ha alcanzado para reducir ese porcentaje. 

Por alguna curiosa razón, mientras escribo, no sé qué dirección tomarán estas líneas.  ¿Qué ha pasado desde que tomé el lápiz por primera vez hasta ahora? ¿Cómo es posible que una niña creyera que tenía todos los caminos abiertos? ¿De dónde viene mi preocupación por el destino de las mujeres?

Escribir es una forma de memoria, dice Silvia Hopenhayn. Y yo escribo aquí para poner en palabras todo lo que atraviesa a las escritoras al momento de escribir y para que no se olvide desde dónde escriben. Contarlo es una manera de escribir, de escribirlo para no olvidarlo. Porque cuando ellas escriben, no pueden cerrar la puerta y aislarse. Cuando ellas escriben, lo hacen con todo atravesándolas.

“Fue gracias a mi implicación en el movimiento de las mujeres como fui consciente de la importancia que la reproducción del ser humano supone como cimiento de todo sistema político y económico y de que lo que mantiene al mundo en movimiento es la inmensa cantidad de trabajo no remunerado que las mujeres realizan en los hogares. Esta certeza […] viene de mi propia experiencia familiar, que me expuso a un mundo de actividades que durante largo tiempo di por sentadas. […] Algunos de mis más preciados recuerdos de la infancia me trasladan hasta la imagen de mi madre haciendo pan, pasta […] y después tejiendo, cosiendo, remendando, bordando y cuidando de sus plantas. De niña tan solo veía su trabajo, más tarde, como feminista, aprendí a ver la lucha que llevaba a cabo, y me di cuenta de todo el amor que iba incluido en ese trabajo y de lo duro que había resultado para mi madre el hecho de que se diera por supuesto”, Silvia Federicci

Escribo esto por si, en el día a día, se te olvida todo lo que acarreamos, por si te preguntas en qué te equivocaste, por si te empapelan las calles con frases vacías del tipo sigue tus sueños o tú si puedes. Si es así, no les creas nada, construye tu camino junto a otras mujeres sabiendo todo lo que acarreas, y sigue, no te detengas. Escribe. Camina. Crea. Resiste.

“En mi caso escribir – y escribir mucho, aunque sea de manera imperfecta – significa un esfuerzo por desenrollar una especie de madeja interna. Llegar a ser, mediante el trabajo "una misma”, escribió la poeta argentina Sara Gallardo.


domingo, 3 de octubre de 2021

Las lectoras que me habitan - Una biblioteca es una cartografía de vida

 





“El comedor del apartamento rentado donde nada nos pertenecía,
de paredes oscuras forradas de madera y ventanas altas dando hacia la catedral, desaparecía a medida que a través de la lectura
avanzábamos en las selvas, navegábamos en mares revueltos, volábamos en las nubes”.
Marina Colasanti

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
En mi casa, los libros están por todos lados, en pequeños montículos perfectamente elegidos o dejados completamente al azar, apilados, o en diferentes bibliotecas. Siempre he leído, pero no tengo el sentimiento de tener una biblioteca de las ‘verdaderas’, una de esas imponentes, con los clásicos en una edición cara o antigua, una de esas bibliotecas que te dejan sin aliento, y en las que vas desplazándote poco a poco tocando las tapas de los libros y ojeando sus títulos dejándote transportar. 

Mi biblioteca es falsa y está media enclenque. Es, como dice Alberto Manguel, “una criatura mágica formada por las diferentes bibliotecas que construí a lo largo de mi vida.” En ella, no hay muchos clásicos, y quisiera yo que hubiese muchas clásicas. A algunos de ellos, ya los leí hace tiempo, y ocupan mucho espacio. 

Mi biblioteca nació poco a poco recolectando libros usados desechados por las bibliotecas públicas, sobrevivientes de antiguos lectores o lectoras que, por alguna razón, habían tenido que desprenderse de ellos. ¿Qué enigmáticas circunstancias los llevaron a abandonarlos?

Cuando llegué a Madrid, no tenía libros. Ni uno. Sólo me quedaban las bibliotecas públicas. Empecé a adoptar el hábito de ir todo el tiempo. Una no sólo lee en las bibliotecas. En una biblioteca conocí a Maribel y a mucha gente con la que me unía la pasión por los libros. 




También formé parte de un club, de lectura, pero un club al fin. Y como todo club, uno de lectura también genera un sentimiento de pertenencia a un grupo: el nuestro y los otros. Y no se crean ni por un segundo que el fervor que despiertan los clubes de lectura es menor por comparación a uno de fútbol. Ni por asomo.

Descubrí que las bibliotecas reciben muchas donaciones y que, en muchas ocasiones, no quieren todos los libros que les dan. Si trasladas todos esos libros no queridos a las asociaciones de reventa, entonces en aquellos años, tenías la posibilidad de quedarte con los que querías. 

Así empezó mi biblioteca: nació de una necesidad de ayuda mutua. 

¿Cómo guardamos los libros en nuestra biblioteca? ¿Los ponemos por género, por colores o quizás por orden alfabético?  De dónde viene esta tensión, como dice Walter Benjamin, entre el orden y el desorden que instaura una biblioteca. Porque “¿Qué otra cosa es esta colección sino un desorden al cual el hábito mismo ha acomodado hasta el punto de hacerlo aparecer como orden?” 

Calímaco de Cirene es “el primer cartógrafo de la literatura” y el padre de los bibliotecarios, nos cuenta Irene Vallejo. Este poeta libio nacido en el siglo III a. C., construyó una lista de autores por orden alfabético y organizó la literatura por géneros, algo hoy tan sencillo a nuestros ojos. 

Este invento que damos por sentado en nuestra cotidianeidad, fue la “gran contribución de los sabios alejandrinos.” Así, continua la autora, en silencio y sin casi darnos cuenta las bibliotecas nos fueron invadiendo. ¡Qué maravillosa plaga!




Mi biblioteca son muchas pequeñas bibliotecas. En una están mayoritariamente los clásicos de la sociología y los cuatro tomos del diccionario de filosofía que un día Walter me regaló. Cuatro tomos, cuatro cumpleaños. ¡Llegaste! me escribió en la dedicatoria del último. 

En otra, están los primeros que tuve aquí de literatura latinoamericana y especialmente argentina. Cortázar ocupa un buen lugar y muchos otros. Pero como escribí en otro texto, lentamente comencé a leer a las escritoras y me fui sacudiendo esa ‘prescripción obligatoria de corte masculino’ de leer a los grandes de los grandes y empecé a desembarazarme de esas voces que no me pertenecían.

Con el tiempo, fue inevitable aferrarme a la poesía, a los ensayos y a los libros escritos por mujeres porque cuando las leo, me siento en casa, hablamos el mismo idioma y nos entendemos.

Como escribió Rupi Kaur, “puedes oír a las mujeres que llegaron antes que yo/ quinientas mil voces/ sonando a través de mi garganta/ como si esto fuera un escenario hecho para ellas/ no sé qué partes de mí son mías/ y cuáles son de ellas/ puedes verlas apoderándose de mi espíritu/ moviendo mis piernas y mis brazos/ para hacer todo/ lo que no pudieron hacer/ cuando estaban vivas.” Me viene al pelo aquí.

Detrás de mi biblioteca, o de mis bibliotecas, ¿hay – como argumenta Benjamin, un impulso de coleccionismo? Dice éste que “La fascinación más intensa para el coleccionista está en encerrar los objetos individuales en un círculo mágico […]. Cada cosa recordada y pensada se convierte […] en el candado de sus propiedades.”

La idea de ausencia se hace física en mi biblioteca. Si juntara los escritos por mujeres y por hombres, en lenguaje futbolístico diríamos que los hombres ganan por goleada. Esto evidencia claramente, como escribe Peio Riaño, que la historia de la cultura legitima “un relato de hombres hecho para hombres en los que ellas no han contado. No han sido olvidadas, las han hecho desaparecer.”

En mi biblioteca, que tiene múltiples capas, hay libros que se sostienen solos. Orgullosos, ocupan mucho espacio y se hacen notar. Los hay, sin embargo, los que me parece que no tienen mucho que decir y los he puesto junto a otros, porque creo que se sienten felices de estar en compañía. Están los tímidos, a esos siempre me cuesta trabajo encontrarlos, pero es que son tan finitos que se pierden entre la multitud. 

Dice Manguel que “toda biblioteca es autobiográfica” y ya quisiera yo haber acumulado una colección de 35 mil ejemplares, como la suya, guardada en una antigua granja francesa. Por eso, una biblioteca también habla de nuestra pertenencia a una clase, de nuestro género, de nuestra historia y de la de nuestra cultura, de nuestros gustos y de nuestros sueños. 



El resultado es la acumulación paciente, desordenada y amorosa de una lectora que quisiera reencontrar el gusto y la libertad de la lectura de la infancia, de la lectura de esos primeros libros que me cautivaron y en los que nada perturbó ese momento único. 

Pero también de una lectora que está buscando leer diferentes voces, en las que sobre todo se cuestione la manera de mirar, el qué mirar y el cómo mirarlo, así como la autoridad jerárquica incuestionable. ¿Cuántas veces te preguntaste si este señor premio nobel estaba siendo el vocero de sólo una parte de la humanidad? Porque mi biblioteca de escritoras es chiquitita, muy chiquitita.

Por suerte “la mayor representación del sujeto hegemónico está en crisis”, dice Riaño al cuestionar la explícita invisibilización de las mujeres en los museos. Las miradas y las voces subalternas están cuestionando el discurso hegemónico y proponiendo altavoces a la diversidad. 

Porque, escribe Jessa Crispin, “mientras estamos en ello, aún seguimos escuchando sobre todo a los hombres blancos, quienes desean ofrecer la objetiva y universal voz de la razón, no a esa gente rara ni a quienes no se conforman con lo que se espera de su género ni a las personas místicas ni a las marginadas por su sexo o su raza, y yo anhelo que también formen parte de la conversación.” 

Pero, cuidado, dice Rupi Kaur: no me interesa/un feminismo que piensa/ que poner a las mujeres en lo más alto/ de un sistema opresivo es progreso.

Vale, no es nada nuevo esto, y se viene repitiendo mucho últimamente, pero hay que seguir haciéndolo, porque el nombrar la injusticia no significa que esta va a desaparecer, como bien sabemos. Hay que decirla, alto y claro, pero también hay que ir hacia sus orígenes para así atacarla. Y “si la historia oficial se niega a contarte de dónde vienes, siempre puedes crear tú esos caminos”, dice Crispin. 

Por eso, arma tu propia biblioteca, hecha de escritoras y de voces diferentes. Puesto que las mujeres “se enfrentan a un continuo y masivo desaliento”, necesitan modelos literarios femeninos a seguir. “Cuando se entierra la memoria de nuestras predecesoras, se asume que no había ninguna y cada generación de mujeres debe enfrentarse a la carga de hacerlo todo por primera vez”, argumenta Joanna Ross. ¿Quién será esa criatura socialmente sagrada?, escribirá.

¿Cuántas lectoras me habitan? ¿Cuántas lectoras caben en una? Dice la escritora italo-basileña Marina Colasanti que nuestra biblioteca refleja el camino de construcción de una lectora, en donde, agrega la escritora italiana Lía Piano, “comprendemos la importancia de las pequeñas piedras para encajarlas entre las grandes”. 



La sociología puede servir, aquí, para revisitar las huellas dejadas, de quienes fuimos en la infancia y de la manera en la que fuimos socializados que perduran incluso en la edad adulta. La biblioteca es también una cartografía de una misma, del lugar de dónde se viene y los lugares que se han atravesado. Es, por lo tanto, también una interrogación personal y política sobre los destinos sociales. 

Y como en este texto, se encarna el momento en que una persona reflexiona sobre ella misma, porque, como argumenta la filósofa feminista Camille Froidevaux-Metterie, “hay que postular que todo conocimiento tiene sus raíces en la experiencia humana, una experiencia que es situada y encarnada.” 

Así, escribir en primera persona implica un riesgo, el de la primera persona del singular. Ha sido a través de las vivencias personales que se ha reivindicado el feminismo y han sido las mujeres las que han sumido la responsabilidad social de la reflexión feminista. Hay tantos feminismos como mujeres y puntos de vistas, escribe Nany Hartsock, y yo agrego ¡menos mal!

¿Cuántas bibliotecas tenemos a lo largo de una vida? ¿Cuántas mujeres nos habitan? Si nuestra biblioteca es nuestra autobiografía, cada libro guarda las huellas del instante en que lo leímos por primera vez. ¿Quién era yo en ese momento? ¿Soy la misma que años después se acerca al mismo ejemplar?

Y, para terminar, ¿he leído todos los libros de mi biblioteca? ¿He descifrado a todas las lectoras y mujeres que me habitan? Como cita Benjamin a Anatole France: “Ni la décima parte, ¿supongo que usted no usa su vajilla Sevrès todos los días?” 

Escribo esto
no para ti
que luchas por escribir tus propias
palabras
remontando las caídas
sino para otra mujer
muda de soledad.
Adrienne Rich