domingo, 3 de octubre de 2021

Las lectoras que me habitan - Una biblioteca es una cartografía de vida

 





“El comedor del apartamento rentado donde nada nos pertenecía,
de paredes oscuras forradas de madera y ventanas altas dando hacia la catedral, desaparecía a medida que a través de la lectura
avanzábamos en las selvas, navegábamos en mares revueltos, volábamos en las nubes”.
Marina Colasanti

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
En mi casa, los libros están por todos lados, en pequeños montículos perfectamente elegidos o dejados completamente al azar, apilados, o en diferentes bibliotecas. Siempre he leído, pero no tengo el sentimiento de tener una biblioteca de las ‘verdaderas’, una de esas imponentes, con los clásicos en una edición cara o antigua, una de esas bibliotecas que te dejan sin aliento, y en las que vas desplazándote poco a poco tocando las tapas de los libros y ojeando sus títulos dejándote transportar. 

Mi biblioteca es falsa y está media enclenque. Es, como dice Alberto Manguel, “una criatura mágica formada por las diferentes bibliotecas que construí a lo largo de mi vida.” En ella, no hay muchos clásicos, y quisiera yo que hubiese muchas clásicas. A algunos de ellos, ya los leí hace tiempo, y ocupan mucho espacio. 

Mi biblioteca nació poco a poco recolectando libros usados desechados por las bibliotecas públicas, sobrevivientes de antiguos lectores o lectoras que, por alguna razón, habían tenido que desprenderse de ellos. ¿Qué enigmáticas circunstancias los llevaron a abandonarlos?

Cuando llegué a Madrid, no tenía libros. Ni uno. Sólo me quedaban las bibliotecas públicas. Empecé a adoptar el hábito de ir todo el tiempo. Una no sólo lee en las bibliotecas. En una biblioteca conocí a Maribel y a mucha gente con la que me unía la pasión por los libros. 




También formé parte de un club, de lectura, pero un club al fin. Y como todo club, uno de lectura también genera un sentimiento de pertenencia a un grupo: el nuestro y los otros. Y no se crean ni por un segundo que el fervor que despiertan los clubes de lectura es menor por comparación a uno de fútbol. Ni por asomo.

Descubrí que las bibliotecas reciben muchas donaciones y que, en muchas ocasiones, no quieren todos los libros que les dan. Si trasladas todos esos libros no queridos a las asociaciones de reventa, entonces en aquellos años, tenías la posibilidad de quedarte con los que querías. 

Así empezó mi biblioteca: nació de una necesidad de ayuda mutua. 

¿Cómo guardamos los libros en nuestra biblioteca? ¿Los ponemos por género, por colores o quizás por orden alfabético?  De dónde viene esta tensión, como dice Walter Benjamin, entre el orden y el desorden que instaura una biblioteca. Porque “¿Qué otra cosa es esta colección sino un desorden al cual el hábito mismo ha acomodado hasta el punto de hacerlo aparecer como orden?” 

Calímaco de Cirene es “el primer cartógrafo de la literatura” y el padre de los bibliotecarios, nos cuenta Irene Vallejo. Este poeta libio nacido en el siglo III a. C., construyó una lista de autores por orden alfabético y organizó la literatura por géneros, algo hoy tan sencillo a nuestros ojos. 

Este invento que damos por sentado en nuestra cotidianeidad, fue la “gran contribución de los sabios alejandrinos.” Así, continua la autora, en silencio y sin casi darnos cuenta las bibliotecas nos fueron invadiendo. ¡Qué maravillosa plaga!




Mi biblioteca son muchas pequeñas bibliotecas. En una están mayoritariamente los clásicos de la sociología y los cuatro tomos del diccionario de filosofía que un día Walter me regaló. Cuatro tomos, cuatro cumpleaños. ¡Llegaste! me escribió en la dedicatoria del último. 

En otra, están los primeros que tuve aquí de literatura latinoamericana y especialmente argentina. Cortázar ocupa un buen lugar y muchos otros. Pero como escribí en otro texto, lentamente comencé a leer a las escritoras y me fui sacudiendo esa ‘prescripción obligatoria de corte masculino’ de leer a los grandes de los grandes y empecé a desembarazarme de esas voces que no me pertenecían.

Con el tiempo, fue inevitable aferrarme a la poesía, a los ensayos y a los libros escritos por mujeres porque cuando las leo, me siento en casa, hablamos el mismo idioma y nos entendemos.

Como escribió Rupi Kaur, “puedes oír a las mujeres que llegaron antes que yo/ quinientas mil voces/ sonando a través de mi garganta/ como si esto fuera un escenario hecho para ellas/ no sé qué partes de mí son mías/ y cuáles son de ellas/ puedes verlas apoderándose de mi espíritu/ moviendo mis piernas y mis brazos/ para hacer todo/ lo que no pudieron hacer/ cuando estaban vivas.” Me viene al pelo aquí.

Detrás de mi biblioteca, o de mis bibliotecas, ¿hay – como argumenta Benjamin, un impulso de coleccionismo? Dice éste que “La fascinación más intensa para el coleccionista está en encerrar los objetos individuales en un círculo mágico […]. Cada cosa recordada y pensada se convierte […] en el candado de sus propiedades.”

La idea de ausencia se hace física en mi biblioteca. Si juntara los escritos por mujeres y por hombres, en lenguaje futbolístico diríamos que los hombres ganan por goleada. Esto evidencia claramente, como escribe Peio Riaño, que la historia de la cultura legitima “un relato de hombres hecho para hombres en los que ellas no han contado. No han sido olvidadas, las han hecho desaparecer.”

En mi biblioteca, que tiene múltiples capas, hay libros que se sostienen solos. Orgullosos, ocupan mucho espacio y se hacen notar. Los hay, sin embargo, los que me parece que no tienen mucho que decir y los he puesto junto a otros, porque creo que se sienten felices de estar en compañía. Están los tímidos, a esos siempre me cuesta trabajo encontrarlos, pero es que son tan finitos que se pierden entre la multitud. 

Dice Manguel que “toda biblioteca es autobiográfica” y ya quisiera yo haber acumulado una colección de 35 mil ejemplares, como la suya, guardada en una antigua granja francesa. Por eso, una biblioteca también habla de nuestra pertenencia a una clase, de nuestro género, de nuestra historia y de la de nuestra cultura, de nuestros gustos y de nuestros sueños. 



El resultado es la acumulación paciente, desordenada y amorosa de una lectora que quisiera reencontrar el gusto y la libertad de la lectura de la infancia, de la lectura de esos primeros libros que me cautivaron y en los que nada perturbó ese momento único. 

Pero también de una lectora que está buscando leer diferentes voces, en las que sobre todo se cuestione la manera de mirar, el qué mirar y el cómo mirarlo, así como la autoridad jerárquica incuestionable. ¿Cuántas veces te preguntaste si este señor premio nobel estaba siendo el vocero de sólo una parte de la humanidad? Porque mi biblioteca de escritoras es chiquitita, muy chiquitita.

Por suerte “la mayor representación del sujeto hegemónico está en crisis”, dice Riaño al cuestionar la explícita invisibilización de las mujeres en los museos. Las miradas y las voces subalternas están cuestionando el discurso hegemónico y proponiendo altavoces a la diversidad. 

Porque, escribe Jessa Crispin, “mientras estamos en ello, aún seguimos escuchando sobre todo a los hombres blancos, quienes desean ofrecer la objetiva y universal voz de la razón, no a esa gente rara ni a quienes no se conforman con lo que se espera de su género ni a las personas místicas ni a las marginadas por su sexo o su raza, y yo anhelo que también formen parte de la conversación.” 

Pero, cuidado, dice Rupi Kaur: no me interesa/un feminismo que piensa/ que poner a las mujeres en lo más alto/ de un sistema opresivo es progreso.

Vale, no es nada nuevo esto, y se viene repitiendo mucho últimamente, pero hay que seguir haciéndolo, porque el nombrar la injusticia no significa que esta va a desaparecer, como bien sabemos. Hay que decirla, alto y claro, pero también hay que ir hacia sus orígenes para así atacarla. Y “si la historia oficial se niega a contarte de dónde vienes, siempre puedes crear tú esos caminos”, dice Crispin. 

Por eso, arma tu propia biblioteca, hecha de escritoras y de voces diferentes. Puesto que las mujeres “se enfrentan a un continuo y masivo desaliento”, necesitan modelos literarios femeninos a seguir. “Cuando se entierra la memoria de nuestras predecesoras, se asume que no había ninguna y cada generación de mujeres debe enfrentarse a la carga de hacerlo todo por primera vez”, argumenta Joanna Ross. ¿Quién será esa criatura socialmente sagrada?, escribirá.

¿Cuántas lectoras me habitan? ¿Cuántas lectoras caben en una? Dice la escritora italo-basileña Marina Colasanti que nuestra biblioteca refleja el camino de construcción de una lectora, en donde, agrega la escritora italiana Lía Piano, “comprendemos la importancia de las pequeñas piedras para encajarlas entre las grandes”. 



La sociología puede servir, aquí, para revisitar las huellas dejadas, de quienes fuimos en la infancia y de la manera en la que fuimos socializados que perduran incluso en la edad adulta. La biblioteca es también una cartografía de una misma, del lugar de dónde se viene y los lugares que se han atravesado. Es, por lo tanto, también una interrogación personal y política sobre los destinos sociales. 

Y como en este texto, se encarna el momento en que una persona reflexiona sobre ella misma, porque, como argumenta la filósofa feminista Camille Froidevaux-Metterie, “hay que postular que todo conocimiento tiene sus raíces en la experiencia humana, una experiencia que es situada y encarnada.” 

Así, escribir en primera persona implica un riesgo, el de la primera persona del singular. Ha sido a través de las vivencias personales que se ha reivindicado el feminismo y han sido las mujeres las que han sumido la responsabilidad social de la reflexión feminista. Hay tantos feminismos como mujeres y puntos de vistas, escribe Nany Hartsock, y yo agrego ¡menos mal!

¿Cuántas bibliotecas tenemos a lo largo de una vida? ¿Cuántas mujeres nos habitan? Si nuestra biblioteca es nuestra autobiografía, cada libro guarda las huellas del instante en que lo leímos por primera vez. ¿Quién era yo en ese momento? ¿Soy la misma que años después se acerca al mismo ejemplar?

Y, para terminar, ¿he leído todos los libros de mi biblioteca? ¿He descifrado a todas las lectoras y mujeres que me habitan? Como cita Benjamin a Anatole France: “Ni la décima parte, ¿supongo que usted no usa su vajilla Sevrès todos los días?” 

Escribo esto
no para ti
que luchas por escribir tus propias
palabras
remontando las caídas
sino para otra mujer
muda de soledad.
Adrienne Rich



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