martes, 28 de mayo de 2019

El jardín como una zona de promesas - Virginia Baudino


“El jardín, es la más
pequeña parcela del mundo, y también,
es la totalidad del mundo.”
Michel Foucault 

Cultivar un jardín ¿‘filosófico’? ¿literario? ¿político?
Un cuarto propio

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
Últimamente circula esta frase: hay que cultivar un jardín. Ya saben que todo lo que empiece por un deber ser para mí queda automáticamente descartado. Como dije muchas veces, soy muy mala alumna. Pero, a riesgo de sorprenderlos, tengo un pequeño jardín y me ocupo con un ansia desmesurada. ¿Herencia de Héctor y sus rosas?

Cuando Maribel me visita, el tour de los jardines es imprescindible como marco para nuestras caminatas y charlas.

Sin embargo, comienza a llamarme la atención que se promocione la jardinería. No es por nada, pero qué significa este imperativo para una especie que se ha dedicado prácticamente a destrozar la naturaleza. Y no sólo esto, qué significa esto en el contexto de la hiper productividad capitalista y la sociedad del cansancio.

Hacer un jardín es una actividad – en la mayoría de los casos - solitaria, lenta, austera, aislada y contraria a lo que se nos demanda hoy, decía Neil Postman, de divertirnos hasta morir.


Contrario a esto, Jardinear (palabra que no existe en español, pero sí en francés y es un verbo) implica una vida aislada y aparentemente alejada de las luchas que se dan por cambiar el mundo.
Sin embargo, en los últimos años, dirá Catherine Golliau, producto de los excesos de la vida urbana, del auge del pensamiento ecológico y un poco al mal sabor que las ideologías que dominaron el siglo XX nos han dejado, volvemos a mirar desde otro punto de vista lo que representa cultivar y mantener un pedacito de terreno: un lazo con la naturaleza, con la flora y la fauna (doy fe gracias a mi lucha contra los nidos de abejas y avispas varias) y con la belleza. Un poco para escapar, agregará Byung-Chul Han, de la sociedad del rendimiento. Y para construirse el cuarto propio del que hablaba Virginia Wolf.

La lucha de clases también ha mutado en lucha por la naturaleza. Aunque el enemigo ha cambiado, o quizás no tanto. El jardín vuelve como una zona de promesas y, también, como un espacio político de resistencia y lucha, dice nuevamente Golliau, si lo percibimos desde el sentido de que él es también un reflejo de las relaciones sociales imperantes y de la manera en que el jardinero o jardinera entiende el mundo.

Puede ser entendido como el paraíso perdido, como un lugar de aislamiento y meditación, como un espacio de utopía social, como la expresión del poder del Rey Sol a lo Versalles o puede ser concebido como un objeto de arte. Claude Monet, y todos los impresionistas, dieron buena cuenta de ello.


En todos los continentes, todas las civilizaciones han tenido, y tienen, sus jardines. Su realidad es casi universal, ya que son concebidos para recibir, cultivar y honrar el mundo vegetal. A través del jardinaje, hemos intentado controlar los elementos que lo contienen como el agua, la tierra y el sol, y con ellos afirmar nuestra supremacía sobre la naturaleza. Hemos intentado participar de la vida desconocida del universo plantando, cultivando y cosechando.

Hoy nos es imposible entender el jardín como lo hacían hace siglos, ya que nuestra percepción del espacio y del tiempo, así como nuestros modos de vida y nuestra cultura son diferentes. Pero algo hay en común entre todas las culturas y es que el jardín seguirá siendo concebido como ese espacio cerrado, protegido, aislado, como un oasis frente al desquicie del mundo exterior, como un refugio.

Trabajamos en ellos, invertimos y perdemos nuestro tiempo, los pensamos e imaginamos. Así, removemos la tierra, quitamos hierbajos, reorganizamos una escenografía según nuestras normas estéticas. Las mías, se alejan de los estándares, planto lo que puedo permitirme y lo que este año me apetece. Mis criterios son puramente caprichosos. Me maravillo ante la vida y la belleza de las plantas y les hablo…y no, no creo estar desvariando.

Descubrí que un jardín puede ser político, y confieso que aún me cuesta acercarme a esta perspectiva. El jardín en movimiento, que propone el paisajista Gilles Clément es político y lo opuesto al jardín puramente estético. Clément propone un jardín en el que ‘se le da una plaza importante a lo vivo, [especialmente] a aquellas especies salvajes que elijen vivir en el jardín’ - y que normalmente desterramos, yo incluida -.

Jardín Vertical Colegio Fuhem

De esta manera, el jardinero o jardinera escucha e interpreta las energías de la naturaleza y le deja el terreno libre a las fuerzas vivas, aunque me cuesta pensar que mi batalla descarnada contra la achicoria (y su mala reputación) debe abandonarse para la ‘laissez faire’. ¿Tendré que revisar mis resistencias?

Pero, qué tiene de política la idea de hacer un jardín. Bueno, para Clément y para el filósofo coreano Byung-Chul Han también, significa una opción de resistencia frente a un capitalismo ultra productivo, avasallador y controlador. Jardinear, significa desacelerar la vida, focalizarse sobre los ritmos estacionales, conectar con la naturaleza y proteger a los seres vivos (no a todos, la achicoria y yo tenemos una batalla declarada, que por ahora gana ella).

El jardinero va en contra de la tan mentada aceleración. Para hacer el jardín, se debe aprender a no hacer nada, a tomarse el tiempo necesario y a perder tiempo, a percibir los cambios biológicos y los hábitos del mundo animal. Un jardín es el espacio ideal para aprender a ser pacientes, a escuchar la naturaleza, a trabajar con nuestras manos, a perder el tiempo y a invertir en tiempo, a aprender a dialogar con los otros seres vivos (incluso con las avispas y achicorias que intentan invadir mi pequeña parcela).


Es casi casi terapéutico y, si se puede – incluso en una terraza o balcón -, es construirse un lugar en el mundo en donde con poco se puede resistir a los valores dominantes de la aceleración y de la hiperproductividad desmesurada. Es un cuarto propio.

Dice Byung Chul Han que acudir al jardín es un acto político de resistencia, una actividad que se aleja del ruido de la sociedad del cansancio y del rendimiento, es diseñar una vida ajena a los criterios dominantes.

El agua se aprende por la sed;
la tierra, por los océanos atravesados;
el éxtasis, por la agonía.
La paz se revela por las batallas;
el amor, por el recuerdo de los que se fueron;
los pájaros, por la nieve.
  Emily Dickinson

lunes, 6 de mayo de 2019

Las pequeñas alegrías de Marc Augé - Virginia Baudino

Las pequeñas alegrías, pese a todo
yo sólo quería
volver a tener unas flores
que siempre hubo en mi casa.
Y ahora no sé si obedecer al recuerdo.
Juana Bignozzi

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com

¿Es posible hablar de una antropología de las felicidades?

El filósofo francés Marc Augé, responde afirmativamente a esta cuestión, y va más allá publicando su libro Las pequeñas alegrías. En él va a explorar “las vías mediante las cuales un individuo trata de mantener los lazos con los demás y de establecer nuevas conexiones a través de la gestión de su día a día.”. 
No se equivoquen, quizás el título de su libro lleve al engaño, y pensemos que ¡otra vez, Virginia! nos encontramos ante esta tan publicitada tendencia de marketing o, frente a un mensajero dudoso de la felicidad. O simplemente, a una incógnita que se me repite, día tras día.

Nada más alejado de la realidad – aunque esta incógnita se me repita día tras día -, en línea con lo que hemos comentado sobre sociólogos como Richard Sennett o Zigmunt Bauman en este blog, o filósofos como Byung Chun-Hal o Mark Fisher, que ya abordan este tema y su relación con la sociedad de consumo y el sistema político-económico actual, Augé indaga sobre los peligros de la dictadura de la felicidad en paralelo con “la aspiración a una serenidad feliz [que] contrasta con la fiebre competitiva del capitalismo triunfante y con la protesta de los marginados y excluidos.” 


Para empezar, Augé no hablará de felicidad sino de la felicidad en plural, además, tratará de “realizar un desvío antropológico para observar en qué ocasiones y bajo qué condiciones experimentamos de vez en cuando -yo agregaría muy de vez en cuando -la evidencia tangible de un momento y un movimiento de felicidad. Un movimiento y no una inmovilidad permanente.”

Por ello, hablará de las pequeñas alegrías, en movimiento, fugitivas, que superan el miedo, la edad o la enfermedad, que están siempre en juego con la relación con una misma y con los demás.

Hablará de ellas como “los instantes de felicidad, de las impresiones fugaces y de los frágiles recuerdos […] de las alegrías que existen <<pese a todo>>.

Son ellas las que nos permiten resistir y sobrevivir “a las tempestades que quiebran el alma y a las inundaciones que asfixian y ahogan” y tejen un “hilo que enlaza nuestros días y que nos ayuda a vivir.”


Alegrías diarias y de las de siempre (desgracias hay para tirar para arriba), que nos ayudan a intentar vivir de la mejor manera posible, alegrías de la primera vez que, de vez en cuando, revivimos, las alegrías de los reencuentros – afectivos, obviamente -, las de cantar, tararear, silbar, las de los sabores y la de los paisajes que están destinadas a crear recuerdos, las de la resistencia y las de la edad. Estas últimas, aparecen cuando nos toca hacernos mayores y nos enseñan un poco a vivir al día. Yo agregaría, en mi caso, la de las hijas y la de los niños, la de los olores, la de leer y jugar y la de cultivar mi jardín...

Augé termina diciendo que quizás, las pequeñas alegrías puedan significar la promesa de un futuro mejor, no sólo para mí, o para ustedes, para todos los hombres y mujeres, y también pueden desembocar en una toma de conciencia de todos y todas. ¿Para construir un mundo más amable?

Si mis hermosos amigos
casi todos preocupados por la vida
pudieran quitarse la capa
yo les hablaría de la alegría.
Les contaría historias sencillas
cuentos para alguien que quisiera vivir.
Con mis hermosos amigos casi del alma
hablo del cambio de estación.
Nosotros en realidad
gente con oficios que no sirven para triunfar.
Juana Bignozzi