lunes, 27 de enero de 2020

Imaginar otros mundos fuera del capitalismo - Mark Fisher, ¿No hay alternativa?



¿Cómo es que llegamos a esto?
Si has creído que este escombro es mi pasado 
hurgando en él para vender fragmentos 
entérate de que ya hace tiempo me mudé
 más hondo al centro de la cuestión.
Adrienne Rich
Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
En 2013, Mark Fisher publicó, luego de su estupendísimo libro Realismo Capitalista: ¿No hay alternativa? (2009), Los Fantasmas de Mi Vida. Todos ellos en Caja Negra Editores.  Fotografía, Clarín.

Acosado por una fuerte depresión a lo largo de su vida, Fisher ataca y desgrana una idea central, la de la relación entre depresión y política. Fuertemente desgarrador pero clarificador, Fisher escribe en carne propia y con ‘resentimiento’, dice, con “furia hacia la posesión de recursos y privilegio [de la clase dominante]”, casi un testamento.

Contrariamente a lo que se nos publicita interminablemente de que las enfermedades mentales pertenecen al ámbito personal, psicológico y privado; Fisher argumentará que hay una correlación entre el auge del realismo capitalista, con su lenta cancelación del futuro, la mediocridad de la cultura -en especial la música-, el consumismo, la precarización laboral, la globalización y la destrucción de la solidaridad, con la depresión individual y colectiva.



Para Fisher, el Realismo Capitalista muestra hasta qué punto “las relaciones sociales capitalistas están reificadas al punto que cualquier modificación en ellas es inimaginable.” Salvo algunos pocos nostálgicos, quiénes son capaces de imaginar otros mundos posibles por fuera del andamiaje del capitalismo de hoy.

A partir de la década de los ´80, con la Doctrina del Shock brutalmente impuesta en Chile y Argentina, y que luego se exportaría planetariamente, sentando las bases del neoliberalismo que tanto conocemos, el capitalismo “cada vez más dominaba [y domina] todas las áreas de la vida, la cultura y la psiquis.”.


En un ambiente social dominado por la falta de solidaridad, endurecido, como dice citando el trabajo de Jennifer Silva, en el que predomina la competencia constante y la inseguridad, y en donde establecer algún tipo de confianza, o compromiso, en los otros, mina los lazos de solidaridad y la posibilidad de imaginar un futuro a largo plazo y otro tipo de vida social por fuera del capitalismo.

De esta manera, dirá Fisher, apoyándose en los relatos terapéuticos, y en la música pastiche, tan en boga hoy en día, se privatizó el malestar individual y social: se individualizó el malestar de clase.
Y así, sustentadas en teorías de la meritocracia, en las que “sólo se ve individuos, elecciones y responsabilidades personales.”, estas terapias del bienestar dejan de lado una de las interpretaciones más probables: la clase y el poder social.

Para ello, Fisher se basa en los trabajos del psiquiatra inglés David Smail, quien explora las marcas de clase, indelebles y poderosas sobre la psiquis del individuo. Si desconoces su determinismo, puedes llegar a creer que ‘es tu culpa’, es tu depresión, tu pobreza, tu desempleo, tu falta de oportunidades, en lugar de culpar a las estructuras e instituciones sociales. Es sólo nuestra culpa, y supuestamente de nadie más, este sentimiento de inferioridad: “los individuos se culparán a sí mismos [de sus desventuras] más que a las estructuras sociales”.


A la creencia, tan popular hoy, “de que está en poder de cada individuo la posibilidad de ser lo que quiera”, Smail la llamará ‘voluntarismo mágico’ y otros ‘meritocracia’. Esta creencia es, dirá, “la ideología dominante y la religión no-oficial de la sociedad capitalista actual”.

Y agrega: “Una población a la que durante toda su vida se le ha dado el mensaje de que es inútil, ahora se le dice que puede hacer cualquier cosa que desee.”

Por tanto, para Fisher, la depresión no es sólo individual, es política y es colectiva. Y es colectiva porque los sujetos han abandonado los proyectos conjuntos de clase y, por ende, la construcción de un futuro individual y común a largo plazo.

Fisher termina incitándonos a “Inventar nuevas formas de involucramiento político, revivir las instituciones que se han vuelto decadentes, convertir la desafección privatizada en ira politizada: todo esto puede hacerse, y una vez que ocurra, ¿quién sabe qué es posible?”


El panorama actual es desolador, el colectivo ha sido descompuesto en múltiples consumidores solitarios. Las clases trabajadoras se han retirado al ámbito de lo privado, y han aplacado sus propuestas de construir un mundo por fuera de la cultura dominante burguesa.

Y la cultura oficial, que nos demanda consumir el último producto cultural ‘pop’, ser divertidos y nos castiga porque ‘nunca somos lo suficientemente positivos’, y nos empuja a consumir más, y más, y seremos tan felices si consumimos más, nos dicen.

¿Cómo es que llegamos a esto? Se preguntará este radical escritor e intentará abordar este interrogante desde la música, como elemento imprescindible de esta cultura, “que ha perdido su confianza, no sólo en que el futuro será bueno, sino en que algún tipo de futuro sea posible.”

Escribir sobre uno, es lanzarse a la tarea infinita de regresar sobre uno mismo, dice Didier Eribon. ¿Por dónde empezar? ¿Hasta dónde ir? En definitiva, hacer una teoría política del sujeto, para no caer en la tentación de quedar atrapados en las redes de las terapias del bienestar que desconocen el poder de la clase: comprender quién soy, quiénes son y quiénes somos y por qué nos pasa lo que nos pasa.

Si crees que puedes agarrarme, piensa otra vez: 
mi historia fluye en más de una dirección
 un delta que surge del cauce 
con sus cinco dedos extendidos.
Adrienne Rich