martes, 16 de marzo de 2021

La calma y el sosiego necesarios, el miedo y los temores en estos tiempos

 


¿Sabes tú del miedo?

Alejandra Pizarnik 

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com

En un encuentro universitario en Davos, en 1929, en un debate en el que participaban el joven y temperamental filósofo alemán Martin Heidegger y el viejo filósofo neokantiano Ernest Cassirer, un estudiante les preguntó sobre lo que la filosofía podía hacer contra el miedo, contra esa angustia que estrangula nuestra existencia frente a la muerte.

Luego de un momento de reflexión, el viejo Cassirer dijo que no tenía una respuesta filosófica y que solo podía contestar con una creencia: “creo que la filosofía tiene por función liberarnos de ese miedo poniendo de por medio la cultura. Nosotros debemos liberarnos del miedo para consagrarnos a existir de las mejores formas posibles.”

Contrariamente a Cassirer y muy en su línea, el joven Heidegger se posiciona claramente contra este argumento y dice que es absolutamente falso, que al miedo hay que abordarlo de frente y confrontar a la Nada que nos habita. Luego de afrontarlo, dirá, podremos encontrar la manera de hacer filosofía.

En el corazón de los Alpes suizos, Heidegger se encuentra como pez en el agua, esquía y camina en la montaña mientras el viejo Cassirer se encuentra en cama a causa de un resfriado. 

Según algunas interpretaciones, es en ese momento, en el que podremos comprender los caminos que cada uno de estos tomará posteriormente a la llegada de Hitler al poder, Heidegger integrará las filas del partido nazi y Cassirer deberá exiliarse y no regresará jamás a Alemania.

En este memorable encuentro filosófico, en el que dos tótems de la filosofía se enfrentaron ante un conocido y reputado público, nadie imaginaría que, como dice Alejandro Piscitelli, “se estaba incubando una de las torsiones del pensamiento contemporáneo que derraparía con fuerza una década más tarde cuando el nazismo llegase al poder.”

En estos momentos tan inhóspitos por los que atravesamos, esta disputa filosófica, así como la pregunta lanzada por ese estudiante a esos dos grandes filósofos, me parecen un interesante punto de partida para reflexionar sobre el miedo para así, dirá Michel Agier, situarlo en sus contextos, diferenciarlo y penetrar en los mundos imaginarios en los que se despliega, y así alertar sobre sus usos políticos, mediáticos y religiosos. 

El miedo no es ni bueno ni malo. Es una alerta frente a un riesgo. Sea negado, contestado o asumido, domina en nuestras sombras. Entonces me pregunto, ¿qué puede hacerse frente al miedo? ¿soy solo yo la que tiene miedo? ¿Hay miedos compartidos en un momento y en un lugar?

Alguien escribió que la crisis es una cosa buena si eres filósofo o sociólogo, aunque cuando se trata de abordar emociones, ambas disciplinas han preferido permanecer calladas. Por tanto, la pregunta de ese estudiante sigue presente en mis reflexiones: qué puede hacerse contra el miedo.

“No queda asidero ninguno. […] Sólo resta el puro existir en la conmoción de ese estar suspenso en que no hay nada donde agarrarse.” Heidegger

¿Se puede escribir sobre el miedo? ¿Es posible hacerlo sobre esa sensación que de golpe se apropia de tu persona y se desparrama por todos los rincones sin dejarte respirar? ¿Cómo escribir sobre los latidos desaforados del corazón y de la respiración agitada que no cesa de descontrolarse y del “terror del silencio de los espacios infinitos” (dice Pascal)? ¿Qué pasa cuando tu miedo es el de toda tu comunidad? ¿Qué relación tienen nuestras sociedades con el miedo, y de éste con la política?

Parece casi una tontería escribir sobre algo que todos conocemos de primera mano pero que todos hemos aprendido a ocultar. A esos miedos más íntimos, Agier les llama miedos existenciales individuales y universales. Son los más desiguales, puesto varían en función de la edad, de las condiciones sociales y de los lugares. Son los que todos tenemos en primer lugar: miedo a la muerte, a la enfermedad y a la violencia. 

“El miedo se detiene a un palmo del abismo”. Mario Benedetti

Para aclararme, lo primero que he hecho es ir al diccionario. Según éste, el miedo es la «perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario». En ambos aspectos, la amenaza excede la posibilidad del control de las personas implicadas. Como ya dije aquí, parece ser que no es ni bueno ni malo. A ustedes corresponde juzgarlo.

“Nada me calma ni sosiega: ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor, ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto. Oídme bien, lo digo a gritos, tengo miedo.” María Mercedes Carranza

Revisando en su etimología, algo a lo que me he aficionado en estos últimos tiempos, encontré curiosamente que su origen latino, metus, tiene - ¡vaya qué coincidencia! - una raíz oscura pero existente desde los orígenes de nuestro idioma español.

Sin embargo, en su origen griego, el término usado para referirse al miedo es phobos, que como se imaginarán da origen a la palabra fobia. Phobos aparece por primera vez en la Ilíada, hijo de Ares y Afrodita, tenía un especial protagonismo en las batallas porque simbolizaba el reto individual de todo soldado para enfrentarse a sus temores. Curiosamente, los héroes griegos llevaban a phobos tallado en sus escudos.

Como emoción universal, desde épocas remotas, todos y todas lo hemos sentido, aunque la forma en que lo experimentamos varía según el tipo de sociedad y “de acuerdo a los marcos de significado mediante los cuales adquieren sentido”, dicen Margarita Olvera y Olga Sabido. Hoy sabemos que varía con las épocas y los contextos históricos, aunque nos sorprenda.

Lejos estamos de las batallas de la antigüedad y de la supervivencia en épocas lejanas y ya no nos aterrorizan las brujas y sus maldiciones. En la Edad Media europea, los cristianos temían a la muerte súbita pues impedía la confesión y extremaunción y con ello la imposibilidad de salvación del alma. La teología les ofrecía una explicación que lo hacía tolerable.

Es curioso esto de los miedos. Por un lado, aceptamos que una vida libre de miedos es imposible, porque forman parte de la naturaleza humana. Pero por el otro lado, en nuestra cultura no se pueden reconocer públicamente ni los miedos personales ni los colectivos, y eso que ahora están a la orden del día. Dice Jean Delumeau que, en nuestra época, “la palabra ’miedo’ está cargada de tanta vergüenza que la ocultamos”. 

Y aunque leyendo estas líneas no lo creas, en las actuales sociedades ‘de riesgo’, líquidas, corrosivas, frágiles, inseguras, inciertas en las que los individuos están librados a su suerte y totalmente desprotegidos por parte del Estado social, somos más frágiles ante el miedo que nuestros antepasados.

La sociedad del riesgo, de Richard Sennett, es un contexto fértil para la soledad de los miedos o, mejor dicho, para la privatización de los miedos. En este contexto, caracterizado por el hiper-individualismo y por la debilidad de los lazos o los vínculos sociales, en las que además irrumpe una pandemia, se produce un resquebrajamiento del tejido social que impacta aún más en la producción desbocada de miedos individuales y sociales. 

Foto:Chiquitectos

Y si a ello le agregamos “la sincronización de esta emoción a escala mundial”, en el que se tiene el mismo sentimiento de terror, al mismo tiempo y al mismo momento, dirá Paul Virilo, la situación se complica aún más y los peligros sobre el control de los cuerpos aumenta.

Y mi lista de miedos no deja de sorprenderme, y crece cada día más y su imaginación ha encontrado un suelo fértil donde desplegarse. Cuando empecé a escribir, solo quería apuntar algunas notas, en medio de esta explosión de miedos, para quizás consultar en momentos de extrema necesidad. Al final, quería darles una chance a los pobres miedos, no es su culpa ni tampoco la mía. 

Desde hace un año, vivimos en un mundo de ciencia ficción. Vivimos en un mundo en el que el miedo se ha extendido. ¿Qué hacemos con nuestras emociones? ¿Cómo abordar ese territorio desconocido? Leí una pequeñísima notita que me dejó pensando: ni obedecerlas ciegamente ni erradicarlas completamente. Se puede intentar comprenderlas. Y en eso estoy aquí intentándolo.

"Cuando el miedo me toma, yo invento una imagen". Goethe

Y llegada aquí vuelvo a retomar la pregunta inicial, ¿Qué podemos hacer contra el miedo? ¿Cómo podemos liberarnos de esa opresión? 

Los trabajos del antropólogo Michel Agier, nos abren interesantes puertas. Éste nos dice que el miedo está aquí, es íntimo, inmenso y cósmico pues nos muestra nuestra fragilidad en el mundo. Así, apoyándose en los trabajos de Mikhail Bakthine, propone volver hacia las formas en que las culturas populares han afrontado el miedo para exorcizarlo y superarlo. 

Y, como buen antropólogo, nos propone una figura simbólica, un artefacto imaginario del ridículo: el espantapájaros, ese objeto (y otros) con los que nos apropiamos del miedo y que, al mismo tiempo, encarnan el miedo. Se trata, en última instancia, de ridiculizarlo. 

No obstante hay ocasiones, que se abren de improviso, y allí miedo y coraje, son franjas de lo mismo. Benedetti

La risa y lo grotesco han mostrado una importante función social, así como el carnaval, por qué no hacerlo también con el miedo. Han demostrado, además, que pueden ser formas alternativas que nos permitirán interrogarnos sobre la función social del miedo.

¿Qué hacemos con el miedo? Lo convertimos en objeto de reflexión, lo desmenuzamos, para así frente a la parálisis encontrar la fuerza necesaria para enfrentarlo. 

Por ello, me sumo a la idea de Agier y propongo construir espantapájaros de todo tipo. Con este objetivo exorcizante, me parece necesario salir de los canales de propulsión mediática del miedo, luchar contra el aislamiento, reestablecer los lazos con los otros, reflexionar….y seguir reflexionando para buscar formas alternativas que me permitan transformar el miedo y desarmar sus usos. 

¿Cómo transformar el miedo en arte, hacer alquimia, crear algo bueno, ayudar a los otros y a mí misma? El nosotros nos permite trabajar sobre la pregunta realizada por ese estudiante: ¿qué hacemos con el miedo?

Si toda vida es referencia a nuestra vida, 

espero dejar una palabra, que ampare a alguien, 

en estas tardes inhóspitas de recuerdos. 

Juana Bignozzi