miércoles, 25 de mayo de 2022

En una lengua cabe un mundo - Liliana Tozzi y Didier Eribon, Lori Anderson y María Teresa Andruetto

 


Fotografía: Marwan en su intervención poética en el centro de Madrid 

¿Cuál es mi casa?
¿Dónde vivo?
Mi casa es la escritura
la habito como el hogar
de la hija descarriada
la pródiga
la que siempre vuelve para encontrar los rostros conocidos
el único fuego que no se extingue.
Cristina Peri Rossi
Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
En Argentina le llamamos simplemente panadero. En España, diente de León. En América del Sur, también amargón, radicha, radicheta o peeta; y en América Central, achicoria, botón de oro, lechuguilla o pelusilla.

Encontré otros nombres muy curiosos también como corona de fraile, achicoria silvestre, bufas de lobo, chinita de campo o, esta sí que es muy graciosa, flor de macho. La imaginación de la gente no tiene límites.

Sin embargo, yo prefiero llamarle panadero. Estos días, el bosque de mi casa, está lleno de panaderos y, atraída por ellos, me la paso soplándolos y presa de un momento mágico, pidiendo los consabidos tres deseos. ¿Dónde está el origen de este pensamiento mágico? 


I. El idioma de esta argentina

Nací en una ciudad triste
suspendida del tiempo
como un sueño inacabado
que se repite siempre.
Cristina Peri Rossi 


He escrito mucho sobre esta inquietud que me persigue, la de pensarme como lengua, y tratar de abordar la pregunta que se hace la escritora argentina Sylvia Molloy, ¿en qué lengua soy? Y en ¿cómo se vive hablando de otro modo?

En esos deambulares lingüísticos, me aboqué a desmenuzar las tensiones que me atraviesan en la coexistencia del español y el francés. Sin embargo, me doy cuenta de que he cometido un acto de olvido imperdonable.

Inmersa en las tensiones entre el español y el francés, me olvidé de otro conflicto idiomático que me atraviesa: ¿español o castellano? ¿Qué español hablo? ¿Qué español escribo? 

Volvamos un paso hacia atrás, ¿hablo español? Claramente no. ¿Cómo qué no?, me dirán ustedes. No hablo español. Los argentinos y argentinas, hablamos castellano, un castellano atravesado por influencias de comunidades originarias y extranjeras. Y no todos los argentinos hablan el mismo argentino, aunque es la lengua que compartimos.

Hablo una lengua que al mismo tiempo es diversas lenguas. Una lengua, o varias lenguas, que interactúan, se relacionan, se imponen, dominan unas a otras, que se utilizan, que cambian y se transforman.

Hablo un español argentinizado o un argentino españolizado, elijan ustedes. Hablo un cachivache. No hablo ni lo uno ni lo otro, como pueden experimentarlo leyendo este y otros textos que he escrito. 

El escritor argentino David Viñas, exiliado durante la última dictadura militar en España, escribió: “¿Qué hacer con nuestra lengua? ¿Se academiza la cosa, se la ‘agayega’, se le pone almidón y se la plancha?”

Confieso aquí que me da pudor cuando me encuentro con argentinos que conservan intacto nuestro idioma, nuestro acento, nuestro tono fuerte al hablar este supuesto español de segunda categoría, como le llamará el escritor argentino Marcelo Cohen.  

¿Me avergüenzo de mi hablar argentino? ¿He traicionado mis raíces? Si, como escribe María Teresa Andruetto, nuestros modos de decir representan las trincheras de la lengua, nuestras pequeñas resistencias, ¿he traicionado - con este cachivache de español argentinizado o de argentino españolizado – a mi lengua de origen?

Tranquila, me digo, ninguna lengua es pura, porque dentro de un idioma caben muchas lenguas. Entonces me pregunto, ¿qué argentino hablo, el del puerto bonaerense, el del norte o el de Córdoba o el de la profunda Patagonia? Y aún sigo, ¿a qué clase social representa mi argentino?

El idioma de los argentinos, el que compartimos, no está exento de tensiones, conflictos, dominaciones y resistencias. Y en mí hablar se evidencian todas y cada una de ellas.



II. El idioma de mis hijas 

Lo único que conozco por ahora es la vida,
me dijiste.
Los pájaros no son los mismos, es verdad,
tendremos que acostumbrarnos a su canto.
Cristina Peri Rossi

Mis hijas hablan un español diferente al mío, muy diferente. Ellas hablan el español de España. Así me dicen, mamá, - ¿puedes alcanzarme el mando de la televisión? cuando yo digo, - pasáme el control de la tele.

Ellas me dicen que llueve, pronunciando la doble ele (ll) a lo español y yo, como una gran parte de los argentinos, les digo, ¿yueve? ¿shueve? ¿yuueeve? 

Aprendí mucho español de la escolaridad de mis hijas, así como de mi amistad con Maribel. Ella ha sido una especie de puente entre estos dos españoles, o entre estos dos castellanos, el de ella y el mío. Podría decir que ha sido, sin proponérselo, la traductora del español para mí. ¿Cómo me ha entendido? ¿Cómo nos hemos entendido?

Hace algunos años, decidí hacer para ellas, que hablan español puro, un diccionario casero de palabras exclusivamente argentinas. Todo empezó porque un día le dije a una de ellas -limpiate la jeta, y me preguntó que qué les estaba diciendo. Entonces, decidimos ponernos manos a la obra, y transformamos un cuadernito en una especie de diccionario bilingüe casero español-argentino.

Empezamos a anotar, por ejemplo, colectivo igual a autobús, celular igual a móvil, departamento igual a piso, baño igual lavabo y así sucesivamente. Con el paso del tiempo, este cuadernito de traducción familiar fue quedando en el olvido por varias razones. 

Una de ellas, por practicidad. Una lengua es viva, local, cotidiana, se aprende usándola (iba a escribir, ¡utilizándola!) en el día a día. En definitiva, y como argumentó Ludwig Wittgenstein, una lengua es una forma de vida.

Otra de las razones, tiene que ver con el paso del tiempo. Las lenguas evolucionan, cambian constantemente (aunque le pese a la Academia de la Lengua Española) y se transforman. 

A mis palabras argentinas les fue pasando el tiempo, se pusieron viejas, se fueron dejando de usar porque ya no se habla como se hablaba. La lengua, mi lengua, ya no está en el mismo lugar en el que la dejé. Por lo tanto, de nada sirve enseñarles palabras que han ido cayendo en desuso. Además, ahora desconozco las nuevas que se usan. 

Nuestros castellanos conviven, se nutren, me cambian. Solo una de mis hijas, dicen que tiene una casi imperceptible traza de argentino en su habla. Nosotros no nos damos cuenta, pero fue una remarca constante en su escolaridad. Ella pronuncia la ce aparentemente como nosotros y no como los españoles. Jamás he notado esa diferencia si ella no me lo hubiera dicho. 

Un profesor llegó incluso a decirle que jamás hablaría el español correctamente. Y yo me pregunto aquí – como lo han hechos otros hispanos parlantes – qué es hablar español correctamente.

El escritor colombiano Fernando Vallejo dice "que preguntarse quién habla bien es una tontería porque el castellano se habla como se puede en todas partes, en todos los ámbitos del idioma.” 

Y la escritora argentina María Teresa Andruetto agrega, “¿qué es hablar bien? Un idioma es una entidad en permanente movimiento, en permanente transformación; es una inmensidad, es un río.”

Somos de la misma familia, y hablamos el castellano de maneras diferentes, unas representan la forma dominante del español y otros representamos las modalidades americanas de la lengua. 

Y sin embargo me sigo preguntando si aún sigo siendo vocera del argentino, porque ahora no sé muy bien lo que hablo. 

¿Español o argentino? ¿Argentino o español? Escribo aquí en lugar de acá, y digo, ese departamento tiene dos lavabos, y entonces me pregunto si he traicionado a mi lengua. 

Y mientras escribo esto empieza a rondarme la inquietud de, ¿cuál es la lengua materna de mis hijas?



III. El idioma de los latinos

La lengua es mía,
pero no solo mía.
Alejandro Nicotra

Supongamos que aceptamos transitoriamente que muchas personas, de diferentes países, hablan español. 

María Teresa Andruetto, en su excelente discurso en el Congreso de la Lengua Española, celebrado en la ciudad de Córdoba, en Argentina, nos dice que el 95% de los hispano-hablantes no son de España, y que los españoles representan solo un 5% del total de las personas que hablan español. 

Pero son los que tienen el monopolio de este idioma.  En relación con esto, la escritora se pregunta “¿de quién es la lengua? ¿quiénes le dan nombre? ¿es la misma lengua de todos? ¿quiénes son sus dueños?” 

Al monopolizar el dominio sobre el español, la Real Academia Española, cree que pasaremos por alto que la lengua también es poder, poder simbólico, poder económico y poder lingüístico: ¿qué se dice? ¿quién lo dice? 

Como bien sabemos en América Latina, el español es la lengua que se impuso de maneras cruentas sobre las lenguas de los pueblos originarios. Es la lengua de la conquista. 

Y aquí me parece muy interesante traer a colación la incógnita que se plantea el escritor estadounidense John Edgar Wideman, o la escritora algerina Assia Djebar, sobre lo que significa escribir de la dominación en la lengua de los dominantes. ¿Quién define y quién es definido por las palabras?

“De modo que escribo, y en francés, la lengua del antiguo colonizador, pese a lo cual se ha convertido irreversiblemente en la de mi pensamiento, mientras que sigo amando, sufriendo y rezando (cuando, a veces, lo hago) en árabe, mi lengua materna”, escribió Assia Djebar.

Pero volvamos al idioma de los argentinos y de los latinoamericanos. Como bien sabemos, no hablamos el mismo español en Argentina, o en Chile o en Ecuador. Los argentinos hablamos el español más impuro de Latinoamérica. Por lo tanto, soy usuaria, como argumenta Andruetto en su libro La lectura, otra revolución, de la lengua desobediente. Y soy una usuaria bastante desobediente.

También entre los latinoamericanos necesitamos traducción. Tengo una muy querida amiga mexicana que una vez me dijo, -corre que perdemos el camión, a lo que yo le respondí, - ¿qué tenemos que correr? Y ella me dijo, - el bus.

Con ella también hacemos listas telefónicas de palabras mexicanas y su equivalente en argentino. Muchas veces, debo interrumpir su narración para decirle si lo que yo estoy entendiendo es correcto. Por suerte para mí, ella tiene una paciencia infinita en nuestras largas charlas telefónicas.

“En una lengua cabe un mundo”, argumenta Andruetto. Por suerte, la lengua sabe transformarse, tiene sus formas de inventar, de inventariar, de descubrir, de concebir, de comprender. Una lengua se inventa todo el tiempo.

Entonces, ¿cómo hago para elegir las palabras con las que nombrarme?

¿Es posible reconciliar dos historias diferentes? ¿puedo unificar los elementos que me componen? El yo es frágil, provisorio, parcial y se sitúa en la intersección de múltiples identidades. Esta intersección, escribe Didier Eribon “no está dada de una vez por todas. Ella se construye y se inventa sin cesar.” 

Y nos muestra cómo la identidad personal está ligada a la identidad colectiva, a la del grupo al cual pertenecemos. “¿Cómo hablar y pensar de una y de su historia? ¿Con qué palabras emprender esta tarea? ¿Quién posee esas palabras y quién las ha creado? ¿Quién da las definiciones y quién es definido por ellas?” El lenguaje, dice Eribon, es uno de los terrenos decisivos de la batalla que se emprende cuando se aborda la cuestión ¿quién soy yo?

Liliana Tozzi en su libro Sujetos en tránsito, argumenta que “El lenguaje se constituye en lugar de la búsqueda y de la construcción de un relato identitario que se arma en su propia transformación, que encuentra en la huella, en la traza, su sentido y su razón de ser.” 

Y agrega, “Moradas inestables, trayectos cuyos puntos de partida y de llegada se difuminan, traslados en el espacio que implican desplazamientos culturales, dislocaciones que se incrustan en la lengua, inscripción de un sujeto cuyo lugar de enunciación se vuelve inestable y múltiple, una morada que se construye de fragmentos.”

¿Panadero o diente de león? ¿Lechuguilla o flor de macho? ¿Pelusilla o corona de fraile?

“Despréndete de las cosas que dejaste. ¿Podría haber hecho eso? ¿Podría haber dicho eso? Los miedos lejanos de la infancia. La falta de un yo sólido. El recuerdo de tu propia felicidad. El recuerdo de tu propia felicidad atrapada en tu flujo de pensamientos. Despiértate. Despiértate. Los relojes se pararon. Una vez te pusiste eso. Una vez hiciste eso. Todo lo que sabías acerca del tiempo. Deslizándose. Repitiéndose. No tengas miedo. Como todas las mañanas. Aceptá esto. Lori Anderson 



lunes, 2 de mayo de 2022

Un lugar para cada persona - Claire Marin y Didier Eribon, Lucía Berlín y Noelia Ramírez

 


Muévete en el lugar que ocupas y siente ese lugar moviéndose
contigo, creciendo y contrayéndose rítmicamente.
Cuida del lugar y de tu apego a él. 
Tú no tienes tu lugar, el lugar te abraza a ti en su seno.
Considéralo igualmente acogedor y abierto 
para otros.
Eduardo Navarro y Michael Marder


                                I. Seres nocturnos

No tenemos fin, 
solo dejamos de ser lo que somos.
¿Qué?
Maggie Smith

¿Qué seres habitan mi casa por las noches? Cuando despierto por las mañanas y comienzo a recorrer la casa, encuentro rastros de algo o alguien que, amparados por la oscuridad, se apropian de ella. 

Una miga de pan por aquí, algo de tierra por allá, un lápiz fuera de lugar, me hacen sospechar de huellas de una vida nocturna que desconozco. ¿Qué clase de vida tiene esta casa? ¿Qué clase de ser es esta casa cuando yo no la transito?

La nueva luz, la del amanecer, que se cuela por la ventana y se posa en ella, opera como una especie de detective cómplice que, aliada a mi imaginación, evidencia las trazas de esos seres que yo invento y que la habitan lejos de mi mirada.

¿Dónde comienza la escritura? ¿En qué lugar de la infancia, escribe Sally Bonn, en qué parte del cuerpo o del espacio, en qué lugar de la imaginación, en qué historias, en qué personajes comienza? 

¿De qué se alimenta? ¿De recuerdos? ¿De memoria? ¿De encuentros? ¿De los otros? ¿De textos viejos o nuevos? ¿De libros? ¿De huellas de imaginarios seres nocturnos?




                    I. El cuaderno de notas

¿Qué escritura es la que se hace cuando no se escribe? Cosas leídas, cosas vistas, cosas sentidas trasladadas a un cuaderno de notas, a un diario de escritura. 

Tengo varios cuadernos de notas, de todas las formas y colores. Van por épocas, por libros, por poemas. No es un diario íntimo. No hay un relato autobiográfico. No escribo de mí. Anoto mis lecturas y mis reflexiones. Bien podría decir que camino a través de mis lecturas. ¿Saben más de mí que yo misma? 

Y mientras, voy reflexionando sobre la escritura que no es escritura, porque escribo, pero no precisamente un cuento, una novela, un ensayo o un poema. Más quisiera yo. ¿Es el blog la nueva forma que adquiere el diario íntimo o las notas autobiográficas? Un affaire de mujeres, le llamaban.

Voy guardando las trazas de un proceso de escritura (que no es tal) como reflexión, a la caza de un objetivo que siempre está en fuga. “La introspección es inherente a la escritura” escribió Jean Philippe Toussaint.

Escribo a mano. A través de este simple gesto, sin quererlo, se establece un lazo con el colectivo social, el alfabeto común, pero al mismo tiempo, me distancio del grupo por la irreductible singularidad de mi trazo.

Luego paso todo a la computadora, y es en ese momento donde ordeno el aparente desorden de mis notas. Les doy un lugar y un orden a las palabras en la página. Vistos rápidamente, mis cuadernos se parecen más a un caligrama y ya quisiera escribirlos como lo hizo Louise de Valmorin.

En el medio de ese caos, una tímida idea se va desperezando, muy lentamente, ayudada por unos pocos medios como una coma, la que le da tiempo para respirar, como los espacios entre las palabras, así no se no agobian, con saltos y párrafos, y con puntos y aparte.

Todos ellos, palabras, comas, puntos, espacios forman parte de una pequeña e íntima coreografía en la que una idea se teje, al mismo tiempo que intenta encajar en una linealidad, la del texto. Convenciones…

Sus primeros esbozos, aquel que se oculta a quién lo lee, comienzan con la nada, la blancura del papel, y luego florece el desorden. Para re-escribirlo hay que ordenar toda esa arquitectura del caos que llamo cuaderno de notas. “Buscar, encontrar, reencontrar, encontrar otra cosa que lo que se buscaba”, escribió Sally Bonn en Escribir, escribir, escribir.

Entonces avanzo a oscuras por un bosque, hasta que llego a un claro y todo se ilumina.




                II. Respondona

Esa mujer ¿por qué grita?
andá a saber
mirá qué flores bonitas
¿por qué grita?
jacintos margaritas
¿por qué?
¿por qué qué?
¿por qué grita esa mujer?
Susana Thénon

¿En serio crees que quieren escuchar lo que tienes para decir? Escribir, reescribir. Se necesita acumular mucha seguridad para romper con el mandato del silencio. Y yo no la tengo.

Bell Hooks escribió un libro que lleva por título, y que por cierto me encanta, Respondona. Para esta feminista afroamericana, hablar – salvando las distancias - representa un acto de valor, arriesgado y atrevido. 

Responder, nos dice, es situarse de igual a igual frente a quien detenta la autoridad. Significa estar en desacuerdo y, a veces, argumentará, sencillamente tener una opinión.

Así, “nació en mí interior el ansia de hablar, de tener voz, una voz que se pudiera identificar como la mía”, escribió. Y agrega, “Los castigos que recibía por contestar, iban en la dirección de anular toda posibilidad de que pudiera crear un discurso propio.”

Pero si algo sabemos hacer las mujeres es hablar y no permanecer en silencio. 

Mi hermana y yo crecimos bajo el influjo de una madre que nunca se ha callado sus opiniones. Ella lo aprendió de mi abuela María, de la que siempre decían que tenía mucho carácter. -Tu mamá y la abuela, ¡qué carácter!, decía mi papá. 

Vengo de una estirpe de mujeres de discurso valiente. Mujeres que rechazaron el discurso correcto impuesto. Aprendí que había que levantar la voz, que había que tener una voz propia. También aprendí que no tenía por qué permanecer callada, que es lo que socialmente se espera (en una mujer). 

“Hablar se convierte tanto en una manera de implicarse en la transformación personal activa como en un rito de paso en el que una deja de ser objeto y se convierte en sujeto. Solo podemos hablar en calidad de sujetos", Hooks.

Mis amigas del secundario me recuerdan dando mi opinión en clase sobre diferentes temas (todos me apasionaban) o discutiendo con los compañeros o con los profesores - actos de discurso desafiante, le llama Hooks. 

Le pregunté a Diana, por eso de mi mala memoria, y ella me dijo “siempre estabas defendiendo tus ideas, incluso cuando algunos te tiraban con toda la artillería pesada, una persona más callada se hubiera llamado al silencio.”

Como podrán imaginar, no era la persona más popular de la clase.

Recuerdo, también, que me gustaba quedarme a espiar las conversaciones de los adultos, porque quería aprender a conversar bien, con buenos argumentos. Nadie te enseña a conversar en la escuela. Y yo quería aprender. Quería ser una buena conversadora.

Hooks nos dice que, al alzar la voz, “el contenido de lo que se dice es más importante que el acto de hablar.” Mis ideas, me decían, es lo que te mete en problemas. Tus ideas, Virginia, siempre tus ideas. Decir, qué decir.

La escritora Deborah Levy escribió: “Para convertirme en escritora, tuve que aprender a interrumpir, a hablar en voz alta, a elevar la voz un poco más y aún más, y luego a hablar sencillamente con mi voz, que no es nada fuerte.”

¿Tener una voz o muchas voces? “Encontrar la voz es un acto de resistencia” argumenta Bell Hooks.




                III. Un lugar propio


“La gente rica que va en coche nunca mira a la gente de la calle,
para nada. Los pobres siempre lo hacen…
La gente pobre está acostumbrada a esperar.
La Seguridad Social, la cola del paro, lavanderías, 
cabinas telefónicas, sala de urgencias, cárceles, etc.”
Lucía Berlin

Como he escrito, la escritura ordena el caos de mis notas. Cada idea escrita, y desarrollada, encuentra un lugar en la hoja, en la linealidad del texto. Aunque me veo tentada a hacer un caligrama, porque me gusta mucho más. Maldita computadora que no me deja.

Las palabras encuentran su lugar, o más bien yo les asigno un lugar en la página. Y esto me lleva a reflexionar sobre nuestro lugar o, también, nuestros lugares. ¿Dónde está ese lugar, como en la linealidad del texto, que me pertenezca y me dé sentido? ¿Por qué tengo la sensación de ‘estar fuera de lugar’ o de no estar en mi lugar? ¿Soy sólo yo la que vive buscando un lugar? 

Y entonces me pregunto si existe un buen lugar, ese que se supone que está destinado a nosotros o es simplemente un deseo romántico alimentado desde la infancia. ¿Existe ese lugar soñado, esa pieza que le falta al puzzle? ¿Hay un lugar para cada persona o solo hay una sucesión de lugares? 

La filósofa Claire Marin escribió un interesante libro cuya traducción sería Estar en su lugar. Esperamos que ciertos lugares, ciertos espacios diseñen nuestros contornos. Necesitamos un lugar, porque necesitamos una garantía de estabilidad, de continuidad, de orden. Pero también, al mismo tiempo, el nomadismo de nuestros ancestros y nuestras trayectorias nos reclama. ¿Echar raíces o moverse?

El lugar, nos clasifica. Se nos asigna un lugar, afectivo, social, económico, geográfico, sexual, político. Ciertos lugares son inhabitables, por eso las huidas, las partidas o las deserciones muchas veces son inevitables. 

A esas personas que escapan, se les llama tránsfugas de clase o, también, trasclases. Escapar, ¿siempre escapar? “Las huellas de lo que fuimos en la infancia perduran, incluso si las condiciones de nuestra vida adulta han cambiado”, escribe Didier Eribon, en Regreso a Reims. Los efectos de los determinismos sociales perduran sobre las psicologías individuales, escribirá.

“La esfera privada, íntima, nos reinscribe en el mundo social del que venimos, en los lugares marcados por una pertenencia de clase, en una topografía donde lo que parece surgir en nuestras relaciones personales nos resitúa en una historia y una geografía colectiva”, sigue Eribon.

En concordancia con Eribon, Marin argumentará que aquellos lugares que he ocupado se han quedado en mi cuerpo, en mi memoria, en mi lenguaje, hablarán de mi identidad, porque guardarán las trazas de su elaboración, de los desplazamientos geográficos, sociales y afectivos, visibles o invisibles, que me han llevado hasta aquí. 

Los lugares, ¿son provisorios? ¿Se agrandan? ¿Se achican? Puede ser que estemos fluctuando entre-dos lugares o, yo agregaría, entre-muchos lugares, entre-muchos mundos, entre-muchos tiempos, entre-muchas maneras de ser. 

“Siempre se repite una idéntica sensación, escribe Noelia Ramírez: la de sentirse señalada como una intrusa, como quien ha movido de sitio a una planta y ha dejado a la vista de todos, el cerco que antes ocupaba, su origen y lugar de pertenencia.”

En definitiva, el lugar representa la pegunta filosófica sobre la identidad. Y aquí volvemos al punto de partida: la arquitectura del caos de mis notas y los seres nocturnos que habitan mi casa. ¿Cuántas personas hay en mí? Un caleidoscopio. ¿Una identidad o varias? ¿Cuéntas rupturas me componen?

Partir es romperse dos veces. Es romper con aquella persona que éramos y con la ilusión de sentirse ‘en su lugar’ en alguna parte. “Es renunciar al confort psicológico de ser legítimo a los ojos de los otros. Es romper con la esperanza del reconocimiento. No hay lugares para los extranjeros, los tránsfugas, los trasclase, los homosexuales.”, escribe Marin. Hay que buscarse un lugar donde se pueda.

Si tan solo creyera en el horóscopo, algo tan de moda ahora, me diría, Capricornio, ¿qué te espera este año? Pero entonces, recuerdo a Mark Fisher y sus argumentaciones acerca del falso misticismo y la superstición como la otra cara del capitalismo que todo lo arrasa e instaura un mundo en permanente transitoriedad. Virginia, ¿qué te deparan estos tiempos?

“Concéntrate en las plantas de tus pies. Que absorben energía del planeta Tierra con cada respiración. Céntrate en la cúspide de tu cabeza y recibe la energía de la atmósfera. Más que una cabeza, es ya como la copa de un árbol. Piensa mientras respiras y percibes; con todo tu cuerpo, con la piel y las extremidades, los labios, con cada extremo con cada borde. No amases pensamientos en el cerebro; déjalos circular, como la savia, en cada rincón de tu ser.” Eduardo Navarro y Michael Marder.