martes, 1 de diciembre de 2020

Recuperar la vida en toda su dimensión humana, por una sociedad libre y fraterna.


Virginia Baudino García - virbaudino@hotmail.com 
En 1974, durante un curso dictado en la Universidad de Río de Janeiro, el filósofo francés Michel Foucault utilizó el concepto de biopolítica, por primera vez. En 1976, va a aparecer en su libro Historia de la sexualidad, en el capítulo La voluntad del saber. Desde entonces, este concepto descriptivo que Foucault consideró como “pistas de una teoría de la sociedad y del estado”, según Isabelle Garo, se fue instalando en el corpus teórico. 

Cincuenta años más tarde, este concepto heterogéneo, permite aún abordar los problemas emergentes en nuestra sociedad contemporánea. A mitad de camino entre la repetición y la renovación, hoy cobra más actualidad que nunca. No es que antes no la tuviera, como lo demostró sabiamente Foucault, sino que ahora ha cobrado muchísima más ya que, como resalta el filósofo francés Mathieu Potte-Bonneville, “El covid-19, es la fiesta de la biopolítica”, y yo agregaría, que quizás es la biopolítica en su máxima expresión. Biopolítica y biopoder: dos caras de la misma moneda. 


Hace unos meses, nos hemos vistos obligados a incorporar las mascarillas a nuestra vida social, a lavarnos las manos hasta desgajarlas, a hablar de test PCR o de inmunidad de rebaño, positivo o asintomático, personas con patologías previas o no, distanciación social, capacidad hospitalaria, muertes, contagios, confinamiento…..y la lista se agranda a medida que este virus se instala en nuestras vidas. Hemos aprendido en carne propia lo que significa la biopolítica en todo su esplendor, y el biopoder, porque no hay biopolítica sin biopoder. Y no lo hoy fuera de la modernidad pues “sólo ella hace de la conservación del individuo el presupuesto de las restantes categorías políticas”, argumenta Cristina Lopez. 

El biopoder, dirá Potte-Bonneville, integra “las modalidades coercitivas de la disciplina, de la vigilancia, del control y de la sanción, y las modalidades más horizontales, flexibles, difusas de la gobernabilidad de las poblaciones.” 

Soy hija de médicos. He vivido durante 7 años en un hospital rural, y los domingos con mi papá jugábamos a ‘operar’ muñecas. Así que el barbijo solía aparecer por casa, como los bisturíes, los guantes y esos horrorosos libros de medicina. Pero nada de lo que estamos viviendo se parece a esos recuerdos de infancia, y nada me había preparado para esta intromisión médica en mi vida y en la de todos. Aún no salgo de mi asombro. También podría decir que aún estoy en shock o mejor aún, furiosa. 

Como dije, Michel Foucault es quien detenta la paternidad sobre el concepto de biopolítica tal como se lo entiende, y todo esto que acabo de describir y que habita nuestras vidas por estos días, es un buen ejemplo de “la articulación de la política y lo médico, de la vigilancia y de la instrumentalización de argumentos médicos para la gestión de la población”. 


Foucault no llegó a conocer la realidad de las pandemias, actuales y futuras, ni internet y los algoritmos, la inteligencia artificial y las neurociencias, el cambio climático, los catastrofistas y trans-humanistas, las nuevas corrientes pro-vida y muchas cosas más. Era un hombre de su época, fascinado por los márgenes de la sociedad y por los sujetos dejados tradicionalmente de lado como la locura, la criminalidad, la marginalidad o la sexualidad. 

De manera extremadamente sucinta, la biopolítica, consiste en el despliegue de un conjunto de tecnologías, prácticas, estrategias y racionalidades políticas que tienen como objeto producir cuerpos dóciles en relación a unas normas preexistentes. Todo este despliegue no solo se ejerce sobre los cuerpos de los individuos, destinados a producir cuerpos ‘normales’, sino también sobre la población para mantenerla dentro de los parámetros modernos de ‘normalidad’. 

Para ser aún más explícita, la biopolítica designa el anclaje de las tecnologías liberales de gobierno en las propiedades biológicas de los sujetos. Algunos autores van aún más allá en sus argumentaciones, al decir que el capitalismo está dispuesto a colonizar integralmente los cuerpos y lo vivo. No creo que Foucault haya imaginado un escenario como el actual, tampoco debería, en el que la política es completamente dominada por lo sanitario y que ésta entraría de un portazo hasta lo más íntimo de nuestra existencia, de nuestra subjetividad, de nuestros cuerpos, pensamientos, conductas y afectos, dirá Cristina Lopez.


Obviamente, es muy fácil de mi parte desempolvar este concepto foucaltiano en este momento. Se me podría tildar de oportunista. Pero ¿cómo no serlo? Es tan de actualidad. Cómo no recurrir a sus argumentaciones. Este término puede ser fecundo para reflexionar hoy. No quiero entrar a describir el trabajo teórico de Foucault, no es mi objetivo. ¡Cuánta actualidad tiene! Porque esta crisis, dirá Potte-Bonneville, ha visibilizado ciertas cosas, experiencias, espacios que no son visibles. Este virus es un revelador de las desigualdades que atraviesan nuestras sociedades. 

¿Todas las vidas cuentan? Desde hace unos meses, hemos aprendido a qué se asemeja la política cuando se rige por la idea de la preservación de la vida: ¿la libertad o la vida? ¿salud o economía? ¿confinamiento sí o no? La vida en el corazón de la política…obviamente, pero ¿qué vidas? ¿cuáles vidas? 

El antropólogo, sociólogo y médico, Didier Fassin argumenta que, en este tiempo, hemos visto cómo la idea de que la vida debe ser protegida se impuso como un argumento vector que la puso por encima de otras normas. Como pudimos percibir, no tener en cuenta esta idea ha sido una apuesta políticamente difícil de asumir. Sin embargo, dirá Fassin, hemos podido observar cómo al afirmar el valor absoluto de la vida, el mundo contemporáneo, ha mostrado un doble ras, ya que se ha hecho evidente que no todas las vidas importan de la misma manera. “Las sociedades de hoy acuerdan ‘a la vida’ una importancia que la pone por encima de toda otra consideración”, pero detrás de este supuesto hay una trampa: se jerarquiza de forma precisa el valor de las vidas. Nuevamente ¿qué vidas? 


Para ser más precisa, la cajera del supermercado, el obrero, entre otros trabajadores manuales, deben ir a sus lugares de trabajo. Otras personas no se han visto en la obligación desplazarse pudiendo teletrabajar. Mucha gente ha estado confinada en espacios pequeños, hacinados. Otros han partido a su segunda residencia, en la montaña o en el mar. 

 Durante esta crisis hemos podido experimentar que ciertos trabajos precarios y muy mal pagados se hicieron necesarios y otros no. ¡Qué decir de los migrantes y refugiados!, quienes han quedado fuera en la escala de valorización de las vidas. ¿Tienen el mismo valor todas las vidas? Fassin es enfático al asegurar que “la preservación está atravesada por una discreta pero implacable jerarquía de las vidas que cuentan”. 

En su argumentación, se hace evidente la contradicción entre la vida como principio y la desigualdad de la evaluación concreta de ‘las vidas’. Como escribió Cesar Rendueles, “la desigualdad se nos ha metido en los huesos” y eso se ha hecho más evidente de lo que era. Y agrega que “Las sociedades con mayores diferencias tienen peor salud, menor esperanza de vida, y mayores índices de mortalidad infantil.” No hace falta ser un experto virólogo o médico para hacer un poco de sociología casera y saber en qué grupos sociales o en qué países este virus ha tenido mayor impacto. 

Es cierto que nos han querido hacer creer que ‘este virus no conoce fronteras sociales’ pero no es así una vez que miramos más a fondo.

¿Somos solo biología o también biografía? Didier Fassin nos propone adoptar una mirada crítica para no dar por sentadas las evidencias del mundo social y las omisiones a través de las cuales se piensa. Por ello, este antiguo director de Médicos sin Fronteras, defiende la postura de “no cerrar los ojos sobre las condiciones morales y políticas” en juego. Este autor, aborda el concepto de vida desde la tensión que le caracteriza: la vida que va del nacimiento a la muerte y la vida de acontecimientos que se puede contar para darle sentido. Dicho de otra manera, el autor aborda la tensión ente lo biológico y lo biográfico y dice que “hay algo remarcable y problemático en la preeminencia acordada a la vida biológica o física sobre la vida social o política”


En esta línea, periodista Nicolas Truong escribió que “Las personas se han habituado tanto a vivir en un estado de crisis permanente que no perciben que su vida ha sido reducida a una condición puramente biológica, que no sólo ha perdido su dimensión política sino también toda su dimensión humana.” ¿Una sociedad del estrés? No dejo de vivir lo que nos está pasando, y aceptar normas y reglas sin reflexionar no me parece sensato. No sé qué es o que debería ser. Pero entre tanto ruido he decidido al menos hacerme las preguntas que considero que una debería de hacerse e intentar buscar todo el abanico de argumentaciones posibles. 

Me inquieta que, como dice el filósofo Michael Foessel “lo que nos amenaza es el hecho de fundar una sociedad sobre el miedo a un virus.” Si ahora se instala la idea de que debo protegerme a mí misma ya que los otros se han convertido en potencialmente peligrosos, ¿qué será mañana? ¿los extranjeros y sus cuerpos? ¿los otros? ¿las mujeres? La noción de distanciamiento social: ¿es médica o es política? Evidentemente pertenece al discurso médico, es una estrategia de salud pública, pero en la medida que organiza los cuerpos en el espacio social puede ser política. Especialmente, continúa reflexionando Potte-Bonneville, cuando responde a una dimensión vertical obligatoria, una obligación, asentada sobre la base de que la población, los gobernados, no saben hacerlo bien. Lo cual evidencia una ‘infantilización exasperante de la población’. ¿Es que ellos, los gobernantes, lo han hecho mejor? Nadie duda de que en este momento las formas de poder están cambiando. ¿De qué manera lo están haciendo? ¿Bajo qué formas? Porque la lista de virus que nos rondan son numerosas, pero ¿estamos dispuestos a vivir con miedo a la próxima pandemia? Porque yo no quiero vivir así. 

¿Cuáles serán las consecuencias de la epidemia sobre el orden social a venir? Antoine Garapon y Michel Rosenfeld publicaron un texto llamado Democracias bajo estrés, en el que, entre otras cosas, se preguntan sobre cómo después de ciertos acontecimientos traumáticos se puede responder al estado de estrés social sin hacer desaparecer el estado de derecho en una democracia. O, como dice Potte-Bonneville, la cuestión post-crisis es la de saber en qué sentido cambiará nuestra sumisión o, al contrario, nuestra alergia a las leyes autoritarias. Para Christian de Perthuis, pareciera que el capitalismo viral ha venido para instalarse. Dos formas de virus, hasta ahora, se le reconocen: los de la informática, y los biológicos. Para unos ya hay vacunas, los conocidos anti-virus que todos tenemos en nuestras computadoras. Para los otros, hay algunas vacunas y otras se van haciendo sobre la marcha, como lo hemos visto. 

Otro filósofo, François Jullien ve con inquietud a “la sociedad transformarse en un gigantesco hospital donde se nos inmunizará contra la alteridad”. 


Este posible nuevo tipo de capitalismo, dispuesto a colonizar lo viviente y los cuerpos, parece dirigirnos hacia una sociedad del miedo y del control. Los métodos de control viral parece que exigen más regulación y control del cuerpo social que el que hasta ahora habíamos soportado. ¿Estamos preparados para ello? 

Este último tiempo, hemos sido testigos del trabajo de epidemiólogos, virólogos, expertos en vacunas, médicos y personal sanitario. Pareciera que el resto de profesionales estuviera mirando a un grupo actuar en medio de esta epidemia. Sin embargo, la enorme producción llevada a cabo por antropólogos, filósofos, sociólogos, psicólogos, periodistas e incluso hasta teólogos, ha sido -y es- impresionante. 

Prueba de esto es este pequeño texto que he escrito en el que me he limitado a recoger algunas de las reflexiones que se están haciendo. En algún lugar escribí sobre la importancia de abrir el espectro de personas involucradas en la construcción de respuestas eficaces a esta crisis. La acción llevada a cabo frente a otras epidemias, mucho más peligrosas que esta, por los diferentes actores involucrados puede ofrecernos una mirada alternativa sobre el tipo, o los tipos, de respuesta al virus. Hoy contamos con la transmisión de una herencia teórica de la experiencia de las personas involucradas en la lucha contra diferentes enfermedades, una de ella es la del HIV-Sida o del ébola. Los sujetos involucrados, pacientes, personal médico y sanitario, así como diferentes actores de la sociedad civil deben tomar la palabra. Una palabra que cobra crucial importancia en este contexto. En este sentido, dice Mathieu Potte-Bonneville, la pregunta que nos rodea es la de en qué proporción la autoridad médica va a actuar de forma tradicional con la verticalidad del gobierno de los cuerpos o va a acercarse a los grupos más críticos de una parte de la sociedad civil para buscar respuestas consensuadas


Una cosa parece bastante inquietante: ¿cuáles serán las secuelas biopolíticas de esta epidemia sobre nosotros y nuestras sociedades? Antonio Muñoz Molina escribió que “En días de extrema desolación civil […[ del mismo modo que se construyen sistemas de explotación y crueldad, también es humanamente posible organizarse para que cada cual pueda desarrollar sus mejores capacidades en una sociedad ilustrada, libre y fraterna.” Aunque esto no sea más que una esperanza.