martes, 1 de diciembre de 2020
Recuperar la vida en toda su dimensión humana, por una sociedad libre y fraterna.
sábado, 14 de noviembre de 2020
Es tiempo de plantar y florecer, de protegerse con palabras y árboles.
Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
Hortus gardinus es una expresión del latín de la que nace una contracción que hoy conocemos como ‘jardín’, ese espacio cerrado y protegido donde la tierra se prepara para recibir a las plantas elegidas.
Los franceses tienen un verbo, jardinear, para designar el hecho de trabajar en el jardín. Curiosamente, en la Edad Media, se decía - ¿jardineaste bien? para preguntar si habías salido a caminar al aire libre. Así, jardinear y caminar eran sinónimos.
En el siglo VII, los árabes concibieron el jardín como un lugar de relajación y espiritualidad. Muchas veces, el primer acto que hacían los conquistadores musulmanes a su llegada era el de crear un jardín.
El jardín está relacionado con la primavera y el verano y en invierno, la actividad disminuye considerablemente. ¿Es posible construir un jardín en invierno? ¿Lo será en este invierno?
El filósofo coreano Byung Chul Han, ha resignificado el tiempo del invierno en la jardinería. Releyendo su librito Loa a la tierra, y comentándolo con una amiga, pensé en cuánto se parecen los tiempos inhóspitos al tiempo del invierno: fríos, oscuros, aislados. Obviamente, no soy ni la primera ni la última persona que ha pensado esto. Mi originalidad me abruma.
Atravesar este período es todo un misterio, como el del jardín en invierno. ¿Está reposando la tierra? ¿Descansa? ¿Qué misterios se esconden detrás de tanto recogimiento? La tierra está haciendo su magia en silencio, preparándose para que “la vida vuelva a despertar y resucite”.
Para este filósofo, se transforma casi en un imperativo “redescubrir la tierra y su poética, devolverle la dignidad de lo misterioso, de lo bello, de lo sublime.” Y agrega, respecto a mi inquietud sobre el jardín invernal, que éste “es un lugar romántico. Todo indicio de vida floreciente en pleno invierno tiene algo misterioso, mágico, fabuloso. El florido jardín invernal conserva la apariencia romántica de lo infinito.” Muchas plantas, florecen en esta estación hostil.
Y ¿qué pasa con nosotros? Tiempos inhóspitos acechan. Habrá que redoblar los esfuerzos por plantar y florecer.
Entrénate en los oficios de la reflexión y el intelecto. Gioconda Belli
¿Dónde viven las cosas que nunca usamos? ¿quién habita en los cajones desordenados? se pregunta el poeta español Tomás Sanchez Santiago. ¿Dónde queda su utilidad cuando nadie los usa? Alejandra Pizarnik decía que había que aprender a tocar los objetos, acariciarlos como quien conoce largamente sus misterios.
Mi papá siempre me decía que tenía que aprender a cocer, así podía arreglar mis medias que por aquellas épocas se rompían mucho y tenían que seguir tirando. Lo cierto es que nunca se me dieron bien las actividades creativas con las manos, especialmente aquellas tradicionalmente ‘femeninas’, como cocer, tejer, bordar. Sólo sé pensar con las manos, y jugar y plantar. Parece ser que siempre intuimos nuestro camino…
Hilvanar, tiene diferentes acepciones según la Real Academia Española (que por ahora es quién decide qué y cómo se dice, aunque en Latinoamérica tengamos buenos y emancipatorios argumentos para discutirle): “Unir con hilvanes lo que se ha de cocer después”, “Dicho de una persona que habla o escribe: enlazar o coordinar ideas, frases o palabras”, “trazar o proyectar algo”.
Escribir, proyectar, imaginar, plantar encuentran puntos de confluencia de sentido en la palabra ‘hilvanar’. Durante el proceso de escritura, se van hilvanando las palabras – y los silencios - para así contar algo a alguien. El proceso encuentra similitudes con la idea de mantener y plantar este jardín de invierno.
Alguien, de quien no recuerdo el nombre, escribió que las palabras tienen su propia vida: nacen, crecen y mueren. Como las plantas. Palabras que pululan por esta casa y andan hasta por los rincones. Me gustan las palabras, suelen amontonarse y enredarse en mi cabeza. No las elijo yo, más bien ellas me eligen a mí, entran y se amontonan.
No soy una persona avezada, como he dicho, no se me dan bien las actividades manuales, no me he atrevido a viajar sin rumbo y explorar, me dan miedo los aviones y las alturas, mi desorientación es conocida, así como mi lista infinita de miedos… Cuando no tenga la necesidad de seguir hilando palabras…¿qué haré?¿Hasta dónde llega la fragilidad?
Cultiva enormes amistades. Protégete con palabras y árboles. Invoca la memoria de mujeres antiguas. Gioconda Belli
Grace Paley escribió hace algunos años un texto proféticamente titulado ‘La importancia de no entenderlo todo’, en el que reflexiona sobre la enseñanza de la escritura. Maribel escribió una entrada sobre esta escritora aquí, y su gusto por ella se me contagió. No sólo me ha guiado en estos ensayos de escritura, sino que también la encuentro inspiradora para plantar mi jardín de invierno y para atravesar este tiempo inhóspito.
Lo que me gusta de este ensayo son algunas de las tareas que Paley da a aquellos que quieran escribir y que llamó “notas para principiantes, o para personas como yo, que para llegar a alguna parte siempre necesitan estar empezado.”
Así, la sabia de Grace nos aconseja escribir sobre algo que no comprendamos. Y, ¡por favor! no quieras emular a Tolstoi y escribir algo como Guerra y Paz. Intenta no ser el centro de tu interés, ¡es aburrido! Pobre Grace, siento decepcionarte, pero aún no lo he logrado, como dice Annie Ernaux, ‘soy una etnóloga de mí misma’, especialmente de mis miedos, que están amorosamente clasificados.
No tienes por qué ser escritora, agrega, empieza por leer sin reparos, y mantente abierta e ignorante. Arriésgate y no busques gustar con lo que escribas. Imagina. Intenta comprender las vidas de los demás. Si puedes, lee autobiografías, así se desmitifican los procesos de escritura. Lo sé, está en mis pendientes…lo voy a intentar, lo prometo. Busca modelos, especialmente de mujeres, para así romper con los patrones tradicionalmente masculinos de producción. Crea un espacio propio (¡no podía faltar Virginia Woolf!). Ayuda a resistir.
“Nos han infundido angustia. Sin embargo, en el filo de esa angustia brilla una luz testaruda llamada esperanza. La esperanza no es algo efímero. Es una realidad que brota del nacer y el renacer de la humanidad a lo largo de su historia, una historia en la que la valentía, la solidaridad, la lucha obstinada y la imaginación han sido lo bastantes poderosas como para modificar las derivas pavorosas de la guerra y la opresión.” Cuánta actualidad Grace, no sabes cuánta.
Una vez me preguntaste ¿tiene fin el cielo? No, no tiene fin, simplemente deja de ser una cosa y comienza a ser otra. Maggie Smith
Los jardineros, tienen un cuaderno de notas en el que imaginan el jardín deseado, incluso en invierno. Los que escriben también y los dibujantes.
En un mundo inquietante…un carnet de notas a mano, un cuadernito como le llamamos nosotras, con las hojas finas y suaves para mí, en donde el lápiz pueda deslizarse con soltura, como una forma narrativa que contiene la utopía: puede contener todas las facetas de nuestra propia escritura, es flexible para cambiar como nosotras cambiamos, y capaz de acoger nuestras visiones y planes, no tiene orden ni horarios porque no es una agenda, sólo hojas esperando ser rellenadas con nuestras inquietudes y nuestros deseos.
La memoria es fluctuante, cambiante, caprichosa y el cuadernito es una forma de exorcizar pequeños demonios y anotar la vida. Anoto este tiempo inhóspito para tratar de entender y atravesar este invierno. Esa capacidad casi mágica que tiene la literatura para ordenar este doloroso ruido que todo lo invade sin dejar un resquicio en esta vida pequeña que pasa sigilosamente ante nosotros.
“Pese a lo mucho que tiene dentro, no conseguirá sacar más que una pequeña parte. Es hija de su época […]. Déjela. Aunque todo lo que hay en ella no vaya a florecer, ¿en cuántos llega a hacerlo? Ya le da para vivir. Solo queda ayudarla a comprender, darle una razón por la que entienda que es algo más que un vestido sobre una tabla, desamparado, antes de que lo planchen.” Tillie Olsen
Ampara. Constrúyete. Cuídate. Gioconda Belli
¿Cómo escribir en esta oscuridad sin caer en viejas y repetidas narrativas? Ya no sirven las respuestas individuales a esas peguntas trascendentales. ¿Cómo pasaremos este invierno? Hay que hacer un esfuerzo colectivo para dar esas respuestas. Es casi un imperativo moral el de intentar reducir el sufrimiento. Porque como escribió Cesar Renduelles, “La desigualdad se nos ha metido en los huesos” y debemos hacer algo con esto. ¿Dónde encontrar respuestas?
A diario, niña, acumulo tu amor, guardando expectantes tesoros. Gioconda Belli.
David Thoreau escribió que “Muchos fenómenos que el invierno conlleva son indeciblemente tiernos, frágiles, delicados.” Byung Chun-Hal agrega, para así terminar, que “el tiempo del jardín es un tiempo de lo distinto. El jardín tiene su propio tiempo, sobre el que yo no puedo disponer.” Como ahora. Tendré que esperar…
Vita Sackville-West creó uno de los jardines más visitados de Inglaterra, los Jardines de Sissinghurst. Curiosamente, su creadora no era jardinera ni paisajista, sino poeta. Para Vita, jardinear y escribir revelan el mismo impulso y la misma urgencia.
jueves, 24 de septiembre de 2020
Es el momento de recuperar el horizonte de posibilidades con otras personas e imaginar otro futuro posible
Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
si es que tenemos que seguir viviendo.
Wislawa Szymborska
Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
Rianne Eisler escribió El Cádiz y la espada: la mujer como fuerza en la historia, en el que asegura que “todo quehacer humano ocurre en el conversar, y que todas las actividades humanas se dan como distintos sistemas de conversaciones.”
No te pierdas en medio
de tus temores: habla con la
gente.
Lori Anderson
Eisler argumenta que, en la cultura patriarcal occidental, el tono de las conversaciones y de las relaciones humanas está marcado por el sometimiento al poder y a la razón.
Recuperar dimensiones más humanas de relacionarnos entre nosotros, con la naturaleza y con los otros, parece erigirse, según esta autora, en el reconocimiento de que no sabemos ni podemos con todo.
Y se pregunta “¿Cómo será vivir centrado en la conservación de la armonía con la naturaleza, y no en la búsqueda del control y dominación? ¿Cómo será vivir en la cooperación, en el poder de la convivencia, y no en la competencia? ¿Cómo será vivir sin buscar una justificación racional para dominar al otro porque uno no pretende ser dueño de la verdad?”.
¿Cómo, en un contexto como el actual, construir una dimensión ética de la convivencia? Para que, como escribe Guillermo Sacomanno, cuando todo esto pase, nos podamos preguntar sobre cómo queremos vivir para así también reflexionar sobre lo que somos y lo que nunca debemos ser.
El filósofo australiano, especialista en medio ambiente, Glenn Albrecht creó un nuevo concepto filosófico, que me viene como anillo al dedo hoy, la solastalgia, que sirve para designar el sentimiento de desolación y angustia que nos atraviesa cuando nuestro medio ambiente agoniza en momentos de catástrofes naturales o pandemias…
La solastalgia es un concepto que encontré de manera fortuita, leyendo una entrevista que le hicieron a su inventor, y que me pareció muy apropiado para contextualizar el momento en el que me pongo a escribir. Podría decirse que últimamente estoy solastálgica.
El alba va sobre el mar
y lejos
donde las olas mueren
se alzan las cintas del viento
de la noche
llegaré pronto.
A pesar de este contexto sombrío y de esta solastalgia que me atraviesa quería buscar una salida de emergencia, quería salir de las redes de la pandemia, epidemias, virus, enfermedades, crisis y escribir sobre una bocanada de aire, sobre el oxígeno necesario para seguir.
Entre otras cosas, esto significa -y espero que no parezca muy descabellado – escribir sobre el humor y sobre las posibilidades de observarnos a nosotros mismos desde otras perspectivas, como posibles útiles para esta vida.
Llegados hasta aquí vale una aclaración importantísima: escribir sobre el humor no tiene porqué ser gracioso. Y mira que lo he intentado…veamos si con Cortázar va mejor…
"Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia dentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos". Julio Cortázar
La risa es algo poderoso, pensé, y creo que es un buen momento para rescatarla como elemento personal y cultural de resistencia. Pero entonces me pregunté si, en este contexto tan desolador, el humor podía tener cabida. ¿De qué reírnos en esta desazón? ¿De qué se puede reír? ¿Se puede reír de todo?
Con estas preguntas rondándome día y noche, decidí dejar de arrumbarlas y atacarlas directamente. Ahí me topé de lleno con un librito que compré hace un tiempo en una librería de usados y que había mirado de reojo, casi con escepticismo, unas cuantas veces sin entrar de lleno.
Henri Bergson escribió un libro ya convertido en clásico, sobre el humor, más bien sobre la comicidad, en el que indaga el por qué si “el ser humano es un animal que ríe” y también uno que hace reír, por qué las humanidades han prestado tan poca atención a este hecho. Un filósofo francés argumentó que quizás porque abordar el humor para la filosofía era una situación incómoda, algo parecido a intentar disecar una rana.
En La risa, escrito allá por 1900, Bergson argumenta que el humor nos informa sobre “los procedimientos de trabajo de la imaginación humana y más concretamente de la imaginación social, colectiva, popular.” Para el filósofo francés, no hay comicidad fuera de lo humano, recuerden que “somos un animal que ríe”; la risa es un acto de inteligencia y tiene una utilidad social.
"Bueno, en realidad – dijo el fantasma con bastante humildad -, ¿qué otra cosa podía hacer? Es muy difícil conseguir sangre verdadera hoy en día, y como tu hermano empezó todo el asunto con su detergente Ejemplar, por cierto, no encontré ninguna razón por la cual yo no pudiera tomar tus pinturas. Oscar Wilde.
Para entender esta utilidad hay que contextualizarlo en su entorno natural: la sociedad. “La risa debe ser algo así, una especie de gesto social” que nos mantiene alerta y en contacto recíproco y que nos ofrece esa bocanada de aire para eludir, en la medida de lo posible, los mecanicismos de la vida.
Y “solo en este sentido se puede afirmar que la risa castiga las costumbres, haciendo que nos esforcemos por parecer lo que deberíamos ser, lo que indudablemente llegaremos a ser algún día.”
¿Qué es lo que nos provoca risa? Bergson insiste, los momentos en los que pareciera que perdemos el control de nuestra vida. Sin estos momentos, no habría lugar para las situaciones cómicas.
Tener en cuenta
que cortada la nata ahuyenta
agriando el todo
sin remedio.
Luisa Futoransky
Los antropólogos también tienen algo que decir al respecto y así para Henk Driessen, “El humor refleja las percepciones culturales más profundas, ofreciéndonos así un poderoso instrumento para entender las formas de pensar y sentir que la cultura ha modelado.”
¡Otra vez con la historia de la cultura, Virginia! ¿Y la sociología? Por ejemplo, el sociólogo Vicent de Gaulejac, ha escrito sobre el humor y lo ha tratado como una de tantas formas de resistencias creativas….Me gusta esta idea.
Gaulejac considera que el humor, es una de tantas adaptaciones defensivas de las personas y que, por lo tanto, tiene un rol similar al de los sistemas inmunitarios, ¡hoy tan en boga! Permiten a las personas protegerse de las diferentes agresiones que los ponen en peligro.
Me sigue atrayendo esta idea. ¿Y si el humor operara como una suerte de vacuna para así soportar mejor los malos tiempos? Recuerdo que cuando comenzó el confinamiento, no dejaban de circular videos, mensajes, todos humorísticos…
Los nombres prestigiosos de mi país
asolan las universidades españolas en verano
Conocí a muchos de estos animales suntuosos
algunas de sus lentejuelas han caído
y ciertas estrellas tienen la punta
quebrada
Pero existe mayor espectáculo
que viejos magos de mi juventud
contando una fiesta terminada.
Juana Bignozzi
Las salidas de emergencia son muchas y múltiples: de la huida al análisis, pasando por el humor o la denuncia. Pero tienen algo interesante: ponen a las personas en movimiento, resistiendo a un sistema que busca destruirlo. Así, dirá el sociólogo francés, “el humor desactiva las tensiones como ‘un soplo de oxígeno’, un momento de respiración, de distanciación, de relajación.”
Obviamente, el humor no es naif, no es un acto ingenuo sino todo lo contrario, es un modo de denunciar las violencias, las jerarquías, las incoherencias del sistema social al tiempo que nos permite dar un paso al costado para develar lo que el poder no deja ver o decir.
Y “permite soportar lo insoportable, de decir lo indecible, de ver lo que se oculta, de pensar lo impensable.” El humor sirve para comprendernos mejor y comprenderlos. ¿Cómo ha podido pasar esto?
Yo, la tan pacífica,
estoy impacífica impaciente.
Yo la tan tranquila,
estoy de sostén de fuerza
de camisa.
Gloria Fuertes
Es un buen momento para pensar, o repensar, lo que significa tu lugar en el mundo, ¿no crees?, y el de los otros. Recupera ese horizonte de posibilidades, pero no en soledad, sino con las otras personas e imagina otro futuro posible. Hazte y hazle preguntas a este mundo, busca respuestas para así darle sentido a tu vida. Si no, nada habrá de diferente entre tú y esa hormiga. Pelea, lucha, discute, critica, demanda, resiste. ¡Construye un mundo nuevo! ¡Ríe, lo más que puedas! Este parece ser el remedio para la solastalgia que nos anda acechando a cada rato.
sábado, 1 de agosto de 2020
La reflexión colectiva, el cortafuegos que permite resistir
A menudo me pregunto sobre esta forma que tengo de escribir un texto: desordenada. En un principio, se nutre de todas las lecturas en las que estoy sumergida. Leo varios libros al mismo tiempo y con temáticas muy diferentes y sólo mi mirada las pone en contacto. Si forzamos un poco mi burda defensa de este desorden, podemos justificarla aquí con el argumento de que, al fin y al cabo, también la realidad es una mezcla compleja de muchas cosas sin ningún orden aparente. Estoy intentando defenderme, como se puede ver.
Creo que en lo que escribo, se pueden leer varias ideas y preocupaciones deambulando, a veces entrando en contacto gracias a mi terquedad, otras veces sólo llevándome hacia ellas por puro empeño. Hay temas o ideas recurrentes… muy recurrentes. Quisiera ser más amplia, versada y variada.
No soy tan ingenua como para creer que es un camino inocente sino, todo lo contrario, es un camino que hago para adentrarme en mis propias inquietudes, búsquedas y determinaciones. Aunque sólo esté sondeando la superficie de mis profundidades, creo que narrar nos da algo de seguridad y nos hace un poco menos vulnerable. Aunque solo sea porque quizás, como dice la socióloga estadounidense Sara Lawrence-Lighfoot, “El único mapa que tenemos son nuestras propias historias”.
Tal vez, sólo se trata de buscar un lugar donde residir, en el que con todos los hilos se pueda hacer un solo, largo y flexible tejido. “No sabía que una memoria llena de silencios y miradas podía convertirse en una bolsa de arena que vuelve la marcha difícil”, escribió el escritor franco-marroquí Tahar Ben Jalloum, por lo que me he dado a la tarea de abordar esas zonas de silencios y dificultades para, si es posible, hacerlas comprensibles para mí.
Vivimos un momento en el que experimentamos una de las mayores transformaciones acontecidas desde el fin de la Segunda Guerra. Y, como escribió Daron Acemoglu, “la mayor parte de los gobiernos han demostrado estar peligrosamente mal preparados para esta crisis.”
Además, con ella, se han evidenciado brutalmente las tensiones sociales y políticas que, durante años, se han acumulado bajo la superficie de la estructura económica, social y política. La desigualdad sigue estando a la orden del día como el elemento clave de la evolución de la pandemia.
Estamos en un momento crítico en el que el presente del capitalismo nos muestra sus elementos destructores y eso es muy inquietante.
En este contexto incierto, un libro ha caído en mis manos. No podría haber llegado antes ni después. A veces me pregunto sobre el momento en el que un libro atrae mi atención o cae en mis manos. Como ya escribí en otra entrada, quiero creer que yo he elegido ese libro y no que él me ha elegido a mí.
Es el caso del libro del sociólogo francés Vincent de Gaulejac, que escribió, junto con Fabianne Hanique, El capitalismo paradoxal: un sistema que nos vuelve locos y que apareció mientras leía a Didier Eribon.
En este texto, De Gaulejac sostiene que “en las sociedades modernas estamos sometidos a situaciones paradoxales” - contradicciones que no podemos resolver – a tal punto que comenzamos a sentir que el mundo se vuelve incoherente, caótico, irracional, lo que muchas veces engendra un malestar profundo.
Una sociedad paradoxal, hipermoderna, “que en nombre de la performance está animada por un principio de creación destructiva […] obligada a adaptarse a las exigencias del mercado.” En ella impera: “la cultura de la alta performance, la competición generalizada, la lucha de lugares, la exigencia de ‘siempre más’, la ideología de la realización de uno mismo, en la que los individuos viven y trabajan bajo mucha presión, debiendo demostrar siempre que ellos están al máximo en sus capacidades.” Un mundo donde la bipolaridad crece rápidamente y nos hace interrogarnos sobre el azar o la coincidencia de este crecimiento.
Asistimos, dice De Gaulejac citando a Nicole Aubert, “a la emergencia de un individuo nuevo en el que las maneras de ser, de sentir, de hacer difieren profundamente de sus predecesores. La globalización, la flexibilidad generalizada, conjugadas con las transformaciones tecnológicas y el triunfo de la lógica del mercado, atraviesan todo hasta llegar a la construcción de las identidades, repercutiendo directamente sobre lo que somos, sobre cómo vivimos y sobre cómo sufrimos.”
Para abordar esto, De Gaulejac construye desde los años 70, con otras y otros pensadores, la sociología clínica, que se construye basándose en las historias de vida y en el devenir de las personas.
La sociología clínica busca re-situar a las personas en una dimensión emocional, afectiva y subjetiva de los fenómenos sociales. Con este objetivo en mente, propone explorar las maneras en las que la historia personal está determinada socialmente, ya que las historias singulares, dirán Fabiana Grasseli y Mariano Salomone, expresan también las historias “de las familias, de las clases, de los pueblos.”
¿Por qué traerlo ahora aquí? Porque explorar tu vida, intentando entender que no eres un sujeto aislado que hace lo que quiere y cuándo quiere, bien o mal poco importa, sino que tu trayectoria, así como tu bienestar y sufrimiento, están íntimamente ligados a tu familia, a tu clase, a tu país, a tu cultura, nos permite construir puentes de reflexión para escapar a lo que tan bien instaurado está ahora: la ideología del mérito.
De Gaulejac, en sintonía con Edgar Morin y otros autores franceses, proclama algo así como un vagabundeo teórico, un nomadismo por disciplinas, dar vueltas, dialogar con diferentes autores para ir más cerca de lo que la gente vive. Salir de los dogmas, las religiones, las teorías bien asentadas (¡ gracias!). Para ello, nos propone interrogar los fenómenos sociales en su complejidad, para hacernos esas preguntas necesarias que pueden permitirnos comprender lo que pasa: cómo se viven y se analizan las contradicciones para así comprenderse a sí mismo.
“En qué medida los destinos individuales, se preguntará el sociólogo francés, […] están condicionados por el campo social en el que se inscriben. Evidenciar cómo las relaciones sociales tal como existen en un momento dado y tal como han evolucionado van a influenciar la historia y la vida psíquica de un individuo, es decir, su manera de ser, de pensar, sus elecciones afectivas, ideológicas, profesionales, económicas, etc.”
Por ello, se propone abordar la articulación entre la historia personal, la historia social -esos determinismos sociales prácticamente ineludibles- y la historia familiar.
¿Te suena? No terminar tu tesis doctoral, no acceder a puestos de decisión, al dinero, al poder, a estudios, promociones, premios….De Gaulejac le llama ‘neurosis de clase’, concepto que te invito a explorar, quizás así entendamos un poco más el por qué. Pero ¡por favor! explora desde una mirada no punitiva. Es primordial no auto-castigarse porque sino qué sentido tiene explorar.
Por suerte contamos con esas herramientas que nos da la literatura y que nos permiten, como dice Tillie Olsen, “ordenar el ruido” y construir una red de sostén para la vida pequeña y para protegerse inventando salidas de emergencia colectivas.
Porque lo que caracteriza a una sociedad paradoxal “es el poder para atacar el lazo social a través del pensamiento y de la acción.” Lo que también la caracteriza es que el sujeto no la pone en cuestión, hace ‘como si’: “hace como si adhiriera al sistema y respondiera a sus exigencias intentando, además, preservar una parte de sí mismo para preservar su salud mental y su integridad física". Para resumir, se hace como si todo fuera bien. Y es por esto que los sistemas paradoxales suscitan tan pocas críticas, porque si algo falla, eres tú, no el sistema.
Por eso, el autor francés nos invita a desarrollar la reflexividad para explorar una nueva libertad de pensar, de ver y de entender. Y agregará: “no reflexionamos solos. La reflexión debe ser compartida”, porque la reflexión colectiva es un potente corta-fuego que permite resistir y reconstruir los lazos sociales.
Permitir al pensamiento renovarse y expandirse, dialogar, romper los órdenes, vagabundear, tomar de aquí y de allá, estar en el mundo de manera reflexiva porque no somos amebas….
Es necesario entender que no vivimos aislados, no tenemos que escalar montañas solos, ni llegar primero a la cima, ni siquiera interesa la cima. Tenemos que aprender qué rol han tenido en nuestro devenir “los períodos políticos, sociales e históricos en los que hemos crecido y que conforman nuestros valores y perspectivas, y cómo respondemos a las fuerzas institucionales” nos apunta Sara Lawrence-Lightfoot.
“¿Cómo devenir sujeto siendo arrojado de un lado a otro por exigencias contradictorias? ¿Cómo restaurar nuestras capacidades reflexivas inmersos en esta cultura de la urgencia y la hiperactividad? […] ¿Cómo recuperar el sentido de la acción colectiva en el marco de un extremo individualismo? ¿Cómo vivir en un universo paradoxal? ¿Es necesario adaptarse, intentar cambiar, buscar escapatorias, construir alternativas?”.
Frente a estas encrucijadas, algunos demandan la sumisión y la adaptación a la sociedad porque, nos dicen, el mundo es tal cual es y es mejor aprender a vivir en él que vivir lamentándose.
Pero las fuerzas contestatarias a este orden determinado vienen gestándose y cobrando fuerza. Ellas son sostenidas por aquellos que desarrollan las resistencias, proponen alternativas, inventan estrategias y luchan para cambiar un orden juzgado como destructor.
Es tiempo de parar esta carrera loca de hiperproductividad y consumismo que pueden conducirnos a la destrucción de la vida en la Tierra. ¿Por qué no comenzar a cambiar? Elegir la tranquilidad al movimiento, la lentitud a la velocidad, la estabilidad al cambio, la continuidad a la inmediatez, el placer de jugar a la competición, la justicia a la injusticia, la igualdad a la desigualdad…”aceptar nuestros límites y renunciar a cada vez más” porque escapar permanentemente no parece que nos haya hecho muy bien, y va siendo hora de “desarrollar la capacidad de vivir ahora”, de tener el tiempo de experimentar la alegría y la tristeza y de construir salidas colectivas para todos y todas.
lunes, 22 de junio de 2020
Nuevas promesas para un nuevo comienzo
¿Cómo pensar en medio de este insólito período de dudas inmensas? ¿Cómo hacerlo con voz propia en momentos frenéticos e inciertos? ¿Cómo estar a la altura de los hechos, cuando sólo se cuenta con palabras? ¿Cómo evitar el exhibicionismo moral que se asienta sobre una indignación impostada?
Esquivar, como sugieren Justin Tosi y Brandon Warmke, el postureo moral, en el que, en lugar de exponer razones, indagar o alimentar un debate, sólo se intenta mostrar que se está en el ‘bando correcto’ y sin intentar encontrar un lugar desde el que se facilite el diálogo y el consenso. Ciertamente, es más fácil advertir el postureo de los otros que el propio. Entonces, ¿cómo evitarlo? Últimamente no encuentro ni siquiera un bando….
Todos estamos intentando reflexionar sobre el mundo de después….sin detenernos a hacerlo en el de ahora. Y ¿qué pasa con nosotros, ahora? ¿A dónde va esta espera? Si sólo fuéramos capaces de decir que tenemos miedo de tener miedo…
Hanna Arendt nos presta algunas ideas que nos permiten tejer ciertas reflexiones. Así “Humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos, por el mero hecho de hablar de ello; y mientras lo hacemos, aprendemos a ser humanos.” Madejas de ideas que vamos desenredando, tirando de ellas con cautela, mucha cautela, porque este último tiempo andan bastante anudadas.
¿Es posible dialogar en esta situación de gran suceptibilidad? ¿Qué responsabilidades nos competen, si es que nos competen, en el cuidado de este nuestro mundo y de los otros?
¿Qué es la esperanza? Si bien esta es una idea tradicionalmente religiosa, también está íntimamente ligada con la filosofía. En ella puede encontrarse una idea de espera, de expectación, de futuro, de un sueño hacia adelante o de un todavía no [Ferrater Mora] ¿Puede la esperanza ser entendida como categoría política? Quizás es de una gran ingenuidad pensar que siempre existe la posibilidad, hasta el último suspiro, de un nuevo comienzo, de nuevas promesas y pactos sobre nuestra vida en común.
Dice Miriam Martinez-Bascuñan, que “la ausencia de certezas no nos libera de la responsabilidad de cuidar el mundo que compartimos.” Pues sí que lo tenemos complicado…
Y los ‘ejercicios de pensamiento’ de Hanna Arendt nos alertan sobre el auge del totalitarismo, cuando la filosofía ha desertado del campo de acción pública, dejando vía libre al terror. Si la filosofía pierde el espacio de la vida pública, aquella en donde debatimos de un nosotros político, se abona un terreno fértil para el nacimiento del totalitarismo.
¿Pensar puede preservarnos del mal? Hoy hablamos de vacunas. ¿Y si la vacuna que tanto necesitamos es la de resguardar la opinión personal y pública de la mentira sistemática que busca neutralizar el juicio de los ciudadanos? Las democracias necesitan, según Arendt, de una robusta cultura de la disputa, en la que se englobe la pluralidad, la diversidad y la diferencia, porque “el mentiroso posee la gran ventaja de saber antes lo que el público quiere escuchar.”
Se está haciendo difícil ejercitar el pensamiento en este mundo sobre-informado. Se hace difícil apostar por la esperanza, en un sentido colectivo, cuando comienzan a cobrar auge las teorías del colapso o las de la conspiración. Se hace difícil apostar por la humanidad en un contexto de crisis. El escritor Rodolfo Rabonal, citando a Lacan, dice que nadie sabe qué cuernos es ser feliz, “a menos que la felicidad se defina en la triste versión de ser como todo el mundo.”
Hemos aprendido con todo esto que es indispensable romper el pacto con este modelo de sociedad que postula, como sostiene Frank Schimacher, que el ser humano es egoísta”. Ya no podemos dejar que los economistas gestionen el alma del sujeto moderno, de nosotros.
¿Cuál es el rostro del mundo en donde se da origen a la política? Porque el abandono de las masas y el triunfo de un tipo de humano que encuentra satisfacción en el trabajo y en el consumo es peligrosísimo.
¿Nada sirve? Probablemente haya que tirarlo todo y volver a empezar. Como nos sucede a todos, estamos inmersos en tramas, en tejidos previos. Leer nuestras vidas, es desanudar esas madejas entrelazadas con muchas otras. Volvemos al pasado, intentando con ello dar sentido al presente y proyectar un futuro incierto.
Dependemos de la confianza en los otros, y en lo que nos dicen. Porque como dice el filósofo argentino Diego Singer, en un post que me pasó un amigo, a propósito de Zizek, que donde crece el peligro, crece también lo que salva. ¿Cómo ha podido ocurrir esto?
No hay una única solución a los problemas que se plantean, y lo que Arendt propone, a simple vista, parece simple: “pensar sobre lo que nosotros hacemos” y lo que vamos a hacer a partir de ahora. Porque pensar, argumenta, es una de las actividades más puras del ser humano. Pensar para “llegar a comprender la naturaleza de la sociedad y su evolución hasta el momento en el que un acontecimiento marca el inicio de una nueva época aún desconocida.”
La filosofía arendtiana es, según Bérénice Levet, “una filosofía de la libertad, en la que ella la entiende como la facultad de comenzar cualquier cosa, de introducir algo nuevo, de lo imprevisible.”
Quizás debamos espantar el miedo, el enojo, la ira, la tristeza y la incertidumbre producto de este tiempo tan inhóspito, para acoger la fragilidad como dimensión de la existencia humana que tanto cuesta aceptar y así comenzar de nuevo.
“Indentificándose con una buscadora, se refirió al deseo de que hubiera "un descubrimiento en la vida […]. Algo que uno pueda coger entre las manos y decir: esto es…". Algo que tuviera la capacidad de irrumpir en ocasiones en su conciencia junto con la sensación de la propia extrañeza de su ser, andando por el mundo. Aquella extraña que era para sí misma: ¿qué podría decir de su alma? Su respuesta: "la verdad es que no se puede escribir directamente acerca del alma. Al mirarla se desvanece". Irene Chikiar Bauer sobre Virginia Woolf.
jueves, 21 de mayo de 2020
Escribir y otras alegrías
Hace poco leí, en una época pre-covid19, que las mujeres, según algunas periodistas, reproducimos la misoginia económica del sistema porque nos negamos a lanzarnos a por trabajos en los que se gana mucho dinero. El artículo se titulaba ‘El poder de la audacia: demandar tanto como los hombres’.
Las autoras decían algo así como que debíamos levantar los frenos que no nos dejan lanzarnos a por nuestro éxito profesional. Con ello, se pretendía enseñarnos las formas de eliminar la autocensura que, según ellas, no nos permiten despegar exitosamente con nuestra empresa. Para desbloquearnos, o mostrarnos el camino, estaban esas mujeres con un recorrido exitosísimo y excepcional que, nos contaban cómo hicieron para desembarazarse de los determinismos sociales. La conclusión es que, al final final, lo que tenemos que hacer es ser audaces. Punto.
Y, si no triunfamos es porque, en última instancia, no hemos sido capaces de dejar de boicotearnos. Suelo llevar mal eso de que me endilguen culpas. Y antes que aceptarlas y castigarme, prefiero leer, hablar y preguntar porque un argumento como este, que está muy en boga, me deja estupefacta. Años de investigaciones feministas resueltas en un santiamén.
Imagínense la situación, me levanto, voy a desayunar, todo es inusual a nuestro alrededor, estamos obligatoriamente confinados, y mientras desayuno me atraganto con este artículo.
A ver si entendí bien, nosotras no vamos a por el dinero, no somos, por lo tanto, emprendedoras (una palabra que gusta mucho en los albores de este capitalismo del rendimiento), no salimos a luchar con uñas y dientes por el poder, por subir en la escala social lo más alto y rápido posible….Creo que me perdí algo por aquí. O más bien, creo que intencionadamente gracias a estos argumentos decidí detenerme un rato.
“Ayudo a las mujeres, dice Claire Wasserman, a saber cuánto valen en el mercado […] porque el dinero es más que dinero, es poder e influencia.”
Para enseñarme lo que puedo valer en el mercado, se siguen las enseñanzas de la dominatrix, Kasia Urbaniak que, inspirada en el maestro de perros César Millán, ha creado una escuela para aprender a tener y ejercer poder sobre los hombres. En esta parte del relato, ¡ya me he atragantado con mi café! No sé si me atraganto por la dominatrix y sus consejos o porque me comparen con un perro…
Pedirle a un sistema que se ha construido con el objetivo de explotarte que deje de hacerlo es una ingenuidad. Esto es lo primero que se me vino a la mente. Lo segundo fue lo de que, bajo ningún motivo, cargaré con la culpa de la desigualdad, como si las estructuras del sistema de reproducción hubieran desaparecido en un santiamén.
Joanna Russ, escritora feminista de ciencia ficción y una crítica muy ingeniosa y malhumorada, escribió Cómo acabar con la escritura de las mujeres, y me viene fenomenal para buscar argumentos contra ese tipo de ideas, tan en boga últimamente.
Según Russ, el truco consiste en hacerte creer que tienes libertad para crear y luego, “a través de diferentes estrategias desarrolladas se ignora, se condena o se minusvaloran las obras realizadas por las mujeres.” ¿Te suena? Crea tu camino
Con un estilo en el que la rabia se mezcla con el humor y con muy poca diplomacia, Russ desdeña los lugares comunes y hace primar la solidaridad por sobre todas las cosas. Para empezar, nos insta a crear lo tuyo cuando no te encuentras a vos misma en la cultura. “Si la historia oficial se niega a contarte de dónde vienes, siempre puedes crear tus caminos.” Compartir las lecturas, entre nosotras es un antídoto contra el olvido. Descubrir y compartir a las autoras que existen, y las que existieron, al margen de la cultura formal.
Adrianne Rich nos incitará a acudir “a la poesía o a la ficción buscando una manera de estar en el mundo…buscando con mucho empeño guías, mapas, posibilidades….”
Esto está muy lejos de la dominatrix, aunque nada tengo contra ella.
Restablece la credibilidad de la imagen que tienes de ti misma como escritora, pintora, escultora, deportista, entrenadora, periodista, arquitecta, empleada doméstica, maestra, camionera, psicóloga, traductora, bióloga, etc.
El clima de expectativas “es una forma especialmente desmoralizante que tiene lugar en el mandato de no-ser-creadora y que mina el tiempo, la energía y la autoestima, y se introduce de un modo tan intenso en las expectativas que una mujer tiene sobre sí misma que llega a constituir un quiebre en su identidad.”
Las mujeres se empeñan en seguir haciendo arte – y lo que sea - a pesar de los obstáculos que se encuentran por el camino. Hace muy poco, vi en un gran museo una exposición temporal destinada a dos pintoras del siglo XVI, Sofonisba Anguisola y Lavinia Fontana. Rebusqué en mi memoria, encontré a Berthe Morisot y a Mary Cassat y me pregunté por las pintoras argentinas y españolas. ¿Dónde están? ¿En qué lugar de la memoria colectiva ellas han sido arrumbadas?
Las mujeres se empeñan en hacer arte, o lo que deseen hacer, a pesar de todas las innumerables trabas que se encuentran por el camino. Créanme, son muchas.
Joanna Russ nos describe esto, el canon oficial, como un club, en el que sus miembros disfrutan de las ventajas de pertenecer al mismo, no se interrogan acerca del origen de esas ventajas, aceptan su situación porque es lo más cómodo y habitual. Dejar entrar a gente ajena al club perturbará a los miembros y a la existencia del club. ¿Por qué molestarnos en abrir las puertas?
Tómalas con deportividad o si quieres, enfádate. Muchas personas llevan mal lo de perder, especialmente sus privilegios. En tu camino, innumerables formas de desvalorizar tu trabajo se pondrán en juego. ¿Has experimentado algunas? Tranquila, no eres tú, es el sistema.
1.Mira sobre lo que escribiste (no es Serio)
2.Seguro no lo escribiste vos
3.No deberías haberlo escrito
4.Sí, lo escribiste (a veces te dejan entrar al Gran Salón, el de en serio)
5.Tú no eres realmente tú (alguien lo habrá hecho por ti)
6.¿Cómo puede ella haber escrito eso?
7.Esto no es realmente esto: serio, correcto, ¡importaaante!
8.Solo unas pocas lo logran porque deben ser extraordinarias para destacar.
9.Sí, lo escribiste, pero fue suerte, sólo fue uno
10.Sí, lo escribiste, pero su importancia es limitadilla.
Con un coste considerable de tiempo, energía y confianza, las mujeres crean, para construirse y descubrirse, grupos de apoyos de mujeres. Crea alianzas, busca la solidaridad femenina. Últimamente anda escaseando, pero igual búscala. No te aísles. No necesitas ser Shakespeare para escribir.
Nuestra producción, sea la que sea, parece, dirá Russ, “extraña, no convencional, poco trivial.” No eres lo que se supone que deberías ser. Créeme, sé de lo que hablo, trabajo en un mundo completamente masculino.
Emily Dickinson ha sido tradicionalmente aislada de su generación y de las corrientes literarias, porque “es rara”, “no encaja” o “tiene defectos”. Su “poesía no es lo que debería ser”.
Tuve, y tengo, la suerte de participar en varios de estos grupos. No se crearon con este fin, sino en torno a un proyecto. Así conocí a Maribel y a muchísimas amigas más que me han ido acompañando en mi camino. Que dé sus frutos, es otra cosa, pero ¡qué bien se siente estar acompañada! Porque lo personal es político, lo dijo Kate Millet y también Virginia Woolf en Tres Guineas.
Las mujeres tejen redes, conexiones entre ellas. Pero cómo hacerlo, por ejemplo, en el caso de la literatura femenina, si han sido ignoradas, ridiculizadas y silenciadas. Las redes, y la búsqueda de modelos, nos permiten evitar el aislamiento y la marginalidad permanente.
Las modelos, cumplen la función de “guías para la acción y de indicadores de posibilidades” porque las mujeres “se enfrentan a un continuo y masivo desaliento”. Necesitamos “tener modelos para comprobar las maneras en que la imaginación literaria ha representado el hecho de ser mujer y también como una garantía de que pueden crear arte sin ser inevitablemente de segunda categoría, sin volverse locas o dejar de ser amadas.”
Emily Dickinson fue considerada, por diferentes escritoras, como ‘una hermana mayor’ o como ‘la madre de todas las poetas’. Yo agregaría a Virginia Woolf, Elisabeth Gaskell, Jane Austen, Luisa M. Alcott y su ‘Mujercitas’, Selva Almada, Juana Bignozzi, Luisa Futoransky y toda una larga lista.
Erica Jong escribió que “ser mujer significa creerse muchas de las definiciones masculinas” que nada tienen que ver con nosotras. Adrianne Rich decía que “tenía un deseo sutil de escribir como lo hacen los hombres” porque así estaba hecho. Hasta que decidió construirse su camino.
Las mujeres se han colado una y otra vez. Y lo seguirán haciendo. Escriben. Siempre escriben. Escriben cartas, diarios, blogs, recetas, artículos científicos, tesis, cuentos, poesía, novelas…
Escriben dentro del canon, algunas pocas. Escriben en los márgenes, muchas. Porque solo en los márgenes se puede crear. Y para valorar tu trabajo, tienes que romper con lo anterior, para escribir como quieras, porque cada vez que te apliquen los criterios aceptados, te saldrás de la norma y no estarás a su altura.
Virginia Woolf nos alertó sobre la existencia y la importancia de los valores femeninos y los peligros de que las mujeres tengan una mentalidad masculina cuando entran al mercado laboral, también lo hizo sobre la competición por subir en las jerarquías. Hizo hincapié en la gratuidad de las universidades, demandó salarios para la maternidad y para las mujeres solteras. Lo hizo hace más de cien años.
Que escriban las mujeres. Que escriban para evitar caer en la tentación de encajar o de reproducir las normas. Que no te hagan creer que es tu culpa por no entrar en los cánones, en el status quo. No te boicoteas, simplemente no estás de acuerdo con esas normas. Mejor, inventa unas nuevas y escribe, pinta, juega, trabaja, canta, compone...
viernes, 17 de abril de 2020
Abrir las puerta a otros relatos del mundo
En medio de tiempos difíciles, la lectura es algo que puede permitirnos interpretar nuestras vidas en este mundo indescifrable. Ella, nos muestra esas otras maneras de ser, de estar y de pensar este mundo.
Leo desde pequeña. Creo que siempre he leído. Pero en tiempos como estos, donde se nos incita compulsivamente a leer, no importa qué, no he podido hacerlo. Leo, pero de manera desordenada, poco, con sobresaltos e incluso con taquicardia.
Por eso se me ocurrió recordarme por qué leo, y cuáles son, si las hay, las particularidades de la lectura de las mujeres. Quizás así, pueda recordar lo que, dice Alain de Botton, realmente importa y así “encontrar la esperanza que necesitamos para transitar entre las dificultades de la vida”.
En 2005, Laure Adler y Stefan Bollman escribieron juntos una serie de libros. Las mujeres que leen son peligrosas (2205) y Las mujeres que escriben viven peligrosamente (2006) hicieron su aparición abordando, como bien lo dicen sus títulos, la lectura y la escritura femenina.
Laure Adler escribe Mujeres y libros, historia de una afinidad secreta; que resume perfectamente lo que ha sido el tránsito de las mujeres desde la lectura – negada al principio- hasta la producción de sus propios textos y a la introducción del ‘yo’ como una manera de tomar la palabra y construir un relato desde su perspectiva.
Que las mujeres han sido excluidas, silenciadas e invisibilizadas de las condiciones de producción artística, no es nada nuevo. Nuestra voz y nuestra experiencia han sido histórica y políticamente invisibilizadas.
Y como dice Peio Riaño, “las ausencias, las vejaciones, los eufemismos, los silencios, las tergiversaciones han hecho desparecer el relato de una parte de la población, las mujeres” y es imperativo recuperarlo, reconstruirlo y difundirlo. “La historia de los oprimidos es un discontinuum”, escribió Walter Benjamin.
La filósofa belga, Vinciane Despret, cree que es indispensable abrir las puertas a las otras maneras de hacer historias para así construir otros relatos del mundo. Empecemos por abrir las puertas a esos otros relatos omitidos porque son posibles y necesarios. Esas historias posibles se construyen cuestionando el orden de cosas, desordenándolo, desacordándolo, y dispersándolo.
Por eso, es indispensable alimentarse de las narraciones de las mujeres como maneras de disputar al relato único. Dice Simone de Beauvoir que “querer ser libre es también querer que las otras mujeres sean libres.” Mi libertad es la de todas.
¿Cómo leo? ¿Por qué leo? Recordar quizás me aporte la calma necesaria para adentrarme nuevamente. Recordar, de latín recordari, volver a pasar por el corazón.
“En principio, están sus manos replegadas portando el objeto como si fuera sagrado. Sentimos el cuerpo entero concentrado, así como nuestro interior, eso que hay detrás de la superficie de la piel, que es sólo nuestro y que no se puede decir. Nosotras las mujeres y ellos los libros.”
“Entre nosotras y ellos circula una corriente cálida, una afinidad secreta, una relación extraña y singular llena de prohibiciones, de apropiaciones y de reincorporaciones. Porque un texto constituye, para las mujeres, un pozo de secretos, el vértigo, la posibilidad de ver el mundo de otra manera y de vivirlo diferente, puede dar el espaldarazo para dejar todo, para volar hacia otros horizontes, porque con la lectura podemos conquistar las armas de la libertad.”
Virginia Woolf escribió Una habitación propia, en el que indaga sobre la marginalización de las mujeres en la literatura y en el que estipula que una mujer debe disponer de algo de dinero y un cuarto propio para así poder producir un texto literario.
Cultivar ese espacio de una, me parece indispensable para poder construir nuestros propios recursos y así poder ir lo más lejos posible de lo que pensamos. La lectora va construyendo esa habitación propia de la que nos habla Virginia Woolf. Pero ¿cómo podemos apropiarnos de los recursos necesarios para comprender la realidad, nuestra realidad y la vida?
Leer y escribir nos demandan una gran atención, construir un espacio aislado, solitario y silencioso.
Leer, para suspender el tiempo, leer para exorcizar los demonios, para luchar contra los dragones.
La lectora, dirá Adler, se apropia de su intimidad, está sola y nadie la ve leer. Stefan Bollmann agregará que, leyendo, en silencio, ella “establece con el libro una alianza: el libro como aprendizaje y conquista de la libertad.” No hay un solo libro en mi vida, hay muchos libros, todos esos libros leídos que me construyen como lectora.
¿Deberé podar las lavandas esta primavera? ¿Y los rosales? El tiempo está graciosamente soleado, precioso, como si el universo se estuviera riendo de nosotros, encerrados, confinados, domesticados. ¿Cuál es el jardín de mis sueños? ¿Qué lectora quiero ser?
“Las mujeres leen para comprender, para conocer los problemas del mundo, para tomar consciencia de su suerte, más allá de las barreras generacionales y geográficas.” Yo agregaría, que leen para tomar consciencia también de las barreras de clases y de género.Porque leer da ideas, da placer, nos transporta a otros mundos posibles y nos permite cuestionar todo. Y no nos niega nuestros problemas, no nos dice anímate. Los libros nos dicen, también, que la tristeza o el miedo, están inscritos en el contrato de la vida. Y que esto que ha llegado de golpe, no debe hacernos olvidar todas las dimensiones de la existencia humana, dice el filósofo André Comte-Sponville.
“La lectura entre mujeres, escrita por mujeres, teje un lazo de solidaridad” que inquieta al status quo. Las mujeres que leen son peligrosas.
Leo de todo y sin complejos. Yo y los libros. Los libros y yo. Unos lazos sutiles se tienden entre yo y mi lectura y así la proclama de Gustave Flaubert Lean para vivir, cobra vital importancia.
Leo porque quiero, porque me gusta, porque me es indispensable. Acto solitario, la lectura nos permite realizar una suerte de caminata, en un sentido y en el otro, en la que nosotras buscamos respuestas a las cuestiones esenciales y vitales: ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? ¿quién soy? Para, como dirá Iván Jablonka, “hacer un poco más inteligible nuestras vidas.”
“La historia de todos los tiempos, y la de hoy especialmente, nos enseña que […] las mujeres serán olvidadas si ellas se olvidan de pensar sobre sí mismas” dijo la activista alemana Louise Otto-Peters.
Muéstrame tu biblioteca y te diré quién eres.
martes, 24 de marzo de 2020
Qué se puede escribir durante estos tiempos extraños
Este mundo conocido de repente se ha vuelto desconocido. ¿Qué se puede escribir durante estos tiempos extraños? ¿De qué podemos escribir sin que suene banal o falto de empatía? ¿Con qué herramientas hacerlo? ¿Desde dónde hacerlo? Hay urgencias, seguramente.
¿A dónde van nuestras inquietudes? ¿Dónde ponemos el dolor, el miedo, la tristeza, la soledad, la alegría? Pareciera que todas nuestras inquietudes, así como nuestras necesidades humanas, estuviesen en espera. Hay ahora algo más importante que urge tratar.
¿De qué podemos hablar sin que nuestras palabras se permeen del miedo generalizado? ¿Dónde está nuestra humanidad? ¿A dónde se ha ido? Como dice la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, “partir de la pregunta de Dostoyevski: ¿cuánto de humano hay en un ser humano y cómo proteger el ser humano que hay dentro de ti?”.
¿Cómo escribir sin ser pueril, sin ser imbécil? ¿Hay mañanas? ¿Qué hay de mañana? En este momento, vivimos de primera mano el experimento de encierro global nunca jamás vivido ni imaginado.
No sabemos cuándo saldremos de esta situación ni, lo que me parece aún más importante, cómo saldremos. ¿Podremos seguir siendo las mismas personas? ¿Cambiarán nuestras prioridades? ¿Seremos capaces de re-organizarnos, re-construirnos, re-pensarnos? ¿O volveremos a retomar nuestras vidas como si nada? ¿Podremos hacerlo?
Y ¿qué haremos con toda esta hiper-vigilancia desplegada? ¿Despertará monstruos totalitarios que acechaban? ¿Cómo se utilizarán las tecnologías, no ya en función de la prevención de epidemias sino para el control de la población? ¿Qué haremos con esos discursos autoritarios que van a desplegarse sobre falta de confianza en la capacidad de las personas para respetar las reglas?
Llevo una semana tratando de escribir, pero todo me parece banal, lo urgente ha tomado nuestras vidas por asalto. Todo lo demás ha quedado relegado a la supervivencia.
¿Soy yo la que siente este miedo en el cuerpo, en la mente, en los rincones de la casa? ¿Soy sólo yo la que cobra consciencia de los otros, del movimiento, de las capacidades limitadas – o ilimitadas - de la gente, de esos lazos de solidaridad que se evidencian (o no) en las pequeñas cosas? ¿Soy yo la que muchas veces, más de las que quisiera, pierde la fe en la humanidad?
Dice Alexiévich, “¿Cómo comprender dónde nos encontramos? ¿Qué nos está pasando? Aquí, ahora….no hay a quién preguntar".
Y así, me – te, nos – “asalta la duda de si es el pasado o el futuro. Pero esto es el futuro.” [ídem] Sin embargo, ahí está aún esa añoranza de que todo vuelva a despertar.
Dice Byung Chul Han en su libro Loa a la Tierra que “La espera incierta y la paciencia necesaria […] engendran un sentido especial del tiempo".
Este tiempo que ahora ha cambiado y que experimentamos de otra manera. Lo mismo ocurre con nuestra relación con el ayer, volviendo a él intentando recuperar algo de esa ingenuidad perdida.
“Aquella alba del amanecer es un tiempo preliminar que antecede al tiempo habitual y en el que el tiempo pasajero, el tiempo de la vida y la muerte, se ha superado.”, Byung Chul Han.