sábado, 16 de septiembre de 2023

Cómo vivir serenamente la madurez de nuestro cuerpo - Naomi Woolf, Iris Marion Young, Camille Froidevaux Metterie y Gioconda Belli

 


Temo el rumbo que me están anunciando
las palabras que se arremolinan bajo la puerta.
Los chasquidos de las hojas secas,
suben con sonido de lástima desde el Valle Ticomo,
a zarandear ventanas por donde asoman
nuevos verbos temibles.
Gioconda Belli


Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
Se nos suele decir, a la hora de escribir, que hay que encontrar una voz, tú voz propia, única y reconocible. Y yo me he pregunto ¿por qué tengo que tener una voz? Si tengo una voz, significa que ¿soy una sola virginia?

No tengo una sola voz sino muchas. No soy una virginia sino muchas. Yo soy todas esas voces. Yo soy todas esas virginias. Soy esa poesía que aún me queda por leer.

También soy, como escribió Sara Ahmed, una aguafiestas. Siempre estorbando, preguntando, cuestionando los preceptos dados por hecho, inamovibles, inflexibles. O, como escribió la magnífica Bell Hooks, una respondona.

¿Cómo se convierte una en una aguafiestas?, se pregunta Sara Ahmed. Cuestionando lo que se da por sentado. Simplemente así.      

¿En qué preciso momento empiezas a sentir que lo que te pasa, también le pasa a muchas otras personas y que eso necesita de una profunda reflexión? Creo que fue cuando escuché a las mujeres, incluso si hablaban en susurros. 

Entonces empecé a leer a mujeres y fui descubriendo autoras que me  revelaron un mundo. Leer ha sido una valiosa herramienta de reconstrucción. Los libros me han prestado palabras para nombrar algo. 

Es en las encrucijadas, escribe Irene Vallejo, cuando necesitamos volver la mirada a los libros. Porque lo escrito, actúa como depósito fiable de las ideas que nos anclan y nos rescatan. Y yo agregaría, leer juntas, conectándonos y apoyándonos las unas con las otras. 

Al mismo tiempo, como escribe Bell Hooks, he ido tenido tiempo para experimentar y tiempo para pensar sobre lo que he experimentado. Es en el espacio privado en el que, especialmente las mujeres, deben realizar una profunda reflexión, aunque sea una reflexión que no es tan evidente. Porque es en ese espacio íntimo donde las prácticas de dominación nos arrebatan la identidad, nos aterrorizan y nos quiebran. 




La división entre el espacio público y el privado, ha permitido que en éste último las prácticas de sometimiento sobre las mujeres fueran más eficaces. Por eso es imprescindible reflexionar, para recomponer las grietas, los trozos, los fragmentos, lo que se ha roto, lo que ha quedado en el camino.

Y todo el tiempo se oye esa voz de fondo que nos dice que no deberías hablar de eso. Que lo privado no debe hacerse público. Sin embargo, aquí me tienen, hablando de ello. O al menos intentándolo. Es un ejercicio de arqueología personal que me ha llevado a leer diferentes voces sobre algo que es nuestro pero de lo que se ha reflexionado poco: mi cuerpo. 


El fin se anuncia
cuando aún no he acuñado las palabras para poder entenderlo.
Me he negado a escribir la soledad de mi descubrimiento.
¿Cómo escribir esto?
¿Cómo darle voz a este miedo?
¿Cómo reconocerlo cuando todos lo niegan?
No es aceptable tenerle miedo a la madurez,
al deterioro. No. Hay que pretender que no pasa nada.
Salirle orgullosa al paso.
Todavía.
Gioconda Belli

El cuerpo, mi cuerpo, ha golpeado contundentemente a mi puerta, y no me ha dejado pasar de largo, darle largas, dejarlo arrinconado. No es algo que comenzó de repente sino que más bien empezó poco a poco y fue ganando espacio en mis pensamientos y en mis charlas con amigas. 

Reflexionar sobre mi cuerpo, o sobre el cuerpo de las mujeres es una tarea ardua, pero necesaria. Vuelvo a tomar prestadas las palabras de Gioconda Belli, aún no he acuñado las palabras para poder entenderlo. 

La experiencia del cuerpo siempre es una incógnita, porque se entrelazan lo que es, el que tenemos, con el que se supone que deberíamos tener y vivir. En general, el que tenemos nunca está a la altura del que se supone que como mujeres deberíamos tener. Este es mi cuerpo, esta soy todas las yos que me habitan.

Y así me re-apropié de la tan conocida frase de Virginia Woolf, de tener una habitación propia, y la extendí a lo de tener un cuerpo propio.  Un cuerpo propio a los 52 años, vaya. 

¿No es una contradicción postular el deseo de tener un cuerpo propio, cuando el cuerpo es de una, por tanto propio? No. Y ya verán a qué me refiero.

Si buscas, rápidamente llegas a la conclusión de que el cuerpo de las mujeres, es ese gran olvidado, especialmente en la lucha por la emancipación. 

Un cuerpo que como tal, situado en un tiempo y en un espacio, es una construcción, que cambia con las épocas, entre las culturas y entre las clases sociales. Contrariamente a lo que nos han hecho creer, el cuerpo ideal no existe. 

Más bien diríamos que el ideal de un cuerpo perfecto nos revela las obsesiones culturales de una sociedad determinada. Es el cuerpo que encaja en las normas determinadas de una cultura y de una época. Es el cuerpo normativo.

El cuerpo actual, el de ahora, el dominante, el hegemónico, tiene que ser “terso, de pechos pequeños, caderas estrechas y de una delgadez púber”. Tiene que ser joven. Ese cuerpo es político. 

Detrás de ese ideal de delgadez y fragilidad extrema se percibe una idea de obediencia y subordinación total y es, como escribe Naomi Woolf, el último y el mejor de los sistemas de creencias que mantienen intacta la dominación masculina.



Virginia, no deberías hablar de eso.

Para encajar en ese ideal, se espera que las mujeres sigan dietas estrictas, que controlen su apetito, para así mantener su tamaño y su forma: frágiles, delicadas y delgadas. ¡A cerrar las bocas chicas! nos repiten a cada minuto.

Tenemos prohibido hacernos grandes porque debemos ocupar el menor espacio posible y no llamar la atención. Debemos existir solo para ser vistas, estar a disposición de otro. 

Y escribe Woolf que cuando los derechos reproductivos le dieron a la mujer occidental control sobre su cuerpo, las modelos empezaron a pesar un 23% menos que mujeres normales, los desórdenes alimentarios se multiplicaron y se promovió una neurosis colectiva que usaba la comida y el peso para quitarles a las mujeres la sensación de control.

Entre todos los cambios que vienen con los años, y de los que no se habla nada y no se quiere hablar, subir de peso es uno de los que más atemoriza a las mujeres, aunque ahora te digan que todos los cuerpos son válidos. El peso es un poderoso medio de control y de dominación. 

La dieta es el sedante político más potente de la historia de las mujeres Una población que enloquece en silencio es una población manejable, escribe Naomi Woolf al respecto.

Hay que hablar de esto, y mucho, si es que queremos dejar de ser objetos de observación para ser sujetos de acción. Porque queremos recuperarnos.

Hacer algo como una chica: Iris Marion Young

En 1977, la filósofa estadounidense, Iris Marion Young escribió un interesantísimo libro cuyo título puede traducirse así: Sobre la experiencia del cuerpo femenino: Lanzar como una chica y otros ensayos.

Como trabajo con el cuerpo en movimiento, el ensayo de Young me llamó poderosamente la atención, porque ella sostiene que las niñas y los niños se mueven de diferentes maneras en el espacio, porque no tienen la misma relación ni con el cuerpo ni con el espacio.

Lo que Young constata es que el cuerpo de las niñas siempre está limitado, retenido. Están encerradas en un ‘yo no puedo’ definitivo. Creeme, esta es la mayor dificultad con la que me encuentro al trabajar con las niñas, en mostrarles que su cuerpo y su movimiento no tiene límites.

Young especifica que la relación de las mujeres con el espacio, y con el mundo, es sinónimo de límites, indecisiones y frustraciones. Su cuerpo se concibe desde los términos de la pasividad y si no exploran todas sus potencialidades corporales es porque han interiorizado el principio de que su cuerpo es un objeto de la mirada del otro.

Desde chicas, las niñas aprenden una serie de sutiles hábitos relativos a su comportamiento: a caminar como una chica, a sentarse como una chica,  a adquirir una gestualidad de chica, a desarrollar una timidez corporal. Habiendo interiorizado la necesidad de limitar sus movimientos, desarrollan una timidez corporal que determina su relación con el espacio: retención y miedo.

Para más claridad, quizás recuerden que en el 2014 salió una publicidad titulada qué significa correr como una chica. Ahí pudimos ver que el hecho de hacer algo como una chica era sinónimo de comportamientos ridículos, ineficientes, torpes e ineficaces. ¿En qué preciso momento hacer algo como una chica se convirtió en todo eso?

En los años ’70 y ’80, en los Estados Unidos, se realizaron una serie de estudios sobre niñas y niños. En uno de ellos, se observó que las niñas de 5 años, enfrentadas a la demanda de lanzar un balón, usaban de manera diferente su cuerpo. Los varones, frente a la misma demanda, utilizan espontáneamente la totalidad de su cuerpo y se comprometen enteramente en el movimiento de lanzar el balón. Las niñas se muestran más reticentes, poco móviles, y sólo utilizan el brazo para realizar la tarea pedida.

El estudio de Iris Marion Young, que he usado para una charla que di el pasado octubre, en el Centro Cultural Pablo Iglesias en Alcobendas (Madrid) en la Asociación El Madrid de las Mujeres a la que pertenezco junto a Maribel, es muy interesante porque analiza la opresión de las mujeres al describir el estilo del movimiento corporal que le es propio.

Para ella, la motricidad femenina se caracteriza por (I) una trascendencia ambigua (no se lanzan plenamente a la acción), (II) una intencionalidad inhibida (un sentimiento de debilidad) y (III) una unidad discontinua (la relación del cuerpo con el mundo se establece por la distancia).

Según esta autora, las mujeres experimentan su cuerpo no como poder de acción sino como objeto de la mirada del otro, siempre bajo escrutinio. Como es mirado, solo puede existir pasivamente.

Las mujeres aprenden su cuerpo, escribe Young, como un objeto al que hay que cuidar en su apariencia, un útil necesario en las relaciones amorosas o maternales, pero nunca como capacidad de acción o como fuerza de realización.


La relación del cuerpo femenino con el espacio público también es conflictiva. Las mujeres deben comportarse de maneras tácitamente regladas: vestirse adecuadamente (discreta y cómoda), adoptar un comportamiento adecuado (siempre moverse por lugares iluminados y claros) y contenerse.

Young agrega que estas formas atraviesan a todas las mujeres, de todas las edades, de todas las culturas y de todas las clases sociales. Las mujeres saben que moverse en el mundo implica ciertos riesgos. Por tanto, debemos minimizarlos aceptando estas tácitas reglas de juego.

La batalla de lo íntimo: Camille Froidevaux Metterie


Y cuando me vaya a
buscar otra casa,
me pregunto qué 
quedará de mí
entre estas sombras.
Maya Angelou


La filósofa francesa Camille Froidevaux Metterie ha explorado la relación con su cuerpo desde no hace muchos años, como yo. Curiosamente, argumenta, que de todas las batallas que han librado las mujeres y el feminismo, la del cuerpo es la que aún no se ha abordado.

Dos libros suyos me han dado un marco de reflexión posible para abordar  la relación con mi cuerpo y con sus cambios. El cuerpo de las mujeres: la batalla de lo íntimo y La revolución de lo femenino. Sus escritos han abierto una puerta inimaginable para mí. 

Desde hace mucho tiempo, he buscado casi con desesperación argumentos que dieran forma a mis sentires, y a los de mis amigas, a lo de las mujeres que he cruzado y sigo cruzando y que en murmullos e indirectas hablan de lo que nos pasa.

Un cuerpo, el mío y el de ustedes, que debe ser considerado bajo dos aspectos, argumenta: simultáneamente como el lugar de una dominación y como el vector de la emancipación. Finalmente alguien me ha dado esperanzas.

Nuestros cuerpos, mi cuerpo, luchan por hacerse visibles. La experiencia vivida del cuerpo, dice la autora, nos informa de todos esos cambios corporales que, en las mujeres, producen efectos simultáneamente íntimos, sociales y políticos, y que implican una modificación de la relación con una misma, con los otros y con el mundo

Con esta idea dándome vueltas en la cabeza, y protestando contra este cuerpo últimamente desconocido para mí, me lancé a releer sus trabajos. El siglo XXI escribe, será el siglo del cuerpo de las mujeres o no será nada. Veremos…

La experiencia vivida, de la que la filósofa francesa nos habla, se relaciona con todas las etapas que las mujeres atraviesan a lo largo de su vida, y que son puntos de inflexión existenciales y sociales que se suceden, cuando nosotras experimentamos la sexuación de nuestra existencia, tanto en el plano íntimo como en el social.

En la cotidianeidad, estamos atravesadas por la problemática de nuestro cuerpo en tres aspectos: sexual (tener senos, tener la regla o ya no tenerla, tener un cuerpo normativo o conforme), maternidad (querer o no querer, esperar o perder un bebé, parir) y sexualidad (descubrirla, gozar o sufrir).

De la pubertad a la menopausia, pasando por un eventual embarazo, e integrando todos los temas que de una manera u otra comprometen el cuerpo femenino (comer, vestirse, moverse, trabajar, amar, maternar) nos han condenado a una reducción perpetua, escribe.

Pero tranquilas, las mujeres empezamos a hablar de lo íntimo para tratar de poner fin a esa inmemorable docilidad de estar a disposición. Se trata de ponerle fin a siglos de representación del cuerpo femenino disponible, pasivo y sumiso.

El desafío está ahí, escribe Camille Froidevaux Metterie: ¿cómo vivir serenamente en tu cuerpo entre todos los mandatos que pesan sobre nosotras y todas las etapas que atravesamos?

Afirmarse como sujeto, para una mujer, implica reflexionar sobre el cuerpo como la proyección de la imagen de una y una reflexión sobre esa imagen. Cada una debería poder elegir el tipo de apariencia que desea asumir socialmente. Una apariencia que nos permita estar de acuerdo con nosotras mismas. La libertad conquistada debe aplicarse a la presentación física de una como una quiera, dentro del amplio abanico de las diversidades de representaciones de lo femenino. 

Cuando se pasan los 50 algo pasa de lo que nadie habla, algo discreto, algo que supuestamente no existe para el mundo. En el lapsus de algunos meses, el cuerpo se transforma radicalmente y toda nuestra existencia se ve trastocada, la de la vida íntima como la social y profesional. 

Lo que tiene de particular esta transformación es que se oculta. Incluso yo, aquí escribiendo no me atrevo ni siquiera a escribirlo. Voy dando vueltas, insinuando lo que pasa, temiendo que se sepa, de que se lea. 

Nos encontramos presas de una retórica de la fatalidad y no hay relato por fuera del final. El proceso fatal, escribe Simone de Beauvoir, irreversible.



Y yo me encuentro queriendo construir otro relato, porque otra narración tiene que ser posible. Porque así como se termina una etapa, comienza otra, llena de posibilidades y de descubrimientos, una de liberación.

Las palabras de Iris Marion Young me han dado aire. Ella escribió que aún con pocas elecciones disponibles, cada mujer hace frente a las limitaciones a su manera, apropiándoselas o resistiéndolas, rechazándolas o reconfigurándolas.

Como escribí antes, me acerco a mi cuerpo no sólo como lugar de dominación y sino también como espacio de emancipación. La experiencia del cuerpo nos revela su condición de alienación pero también da cuenta  de la libertad que tenemos de responder de forma singular y emancipatoria a los mandatos sociales. 


Crecen las hijas. Se marchan. Y así debe crecer la poesía.
Así deben crecer las palabras, los verbos que acomodan
el pase de la vida.
¿Cómo podré reconocerme en las palabras de adiós?
¿En el tiempo que empieza a pasearse amenazante bajo
la ventana
irguiendo su poder sobre el de la vida
que yo consideraba invencible?
Gioconda Belli