lunes, 6 de mayo de 2019

Las pequeñas alegrías de Marc Augé - Virginia Baudino

Las pequeñas alegrías, pese a todo
yo sólo quería
volver a tener unas flores
que siempre hubo en mi casa.
Y ahora no sé si obedecer al recuerdo.
Juana Bignozzi

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com

¿Es posible hablar de una antropología de las felicidades?

El filósofo francés Marc Augé, responde afirmativamente a esta cuestión, y va más allá publicando su libro Las pequeñas alegrías. En él va a explorar “las vías mediante las cuales un individuo trata de mantener los lazos con los demás y de establecer nuevas conexiones a través de la gestión de su día a día.”. 
No se equivoquen, quizás el título de su libro lleve al engaño, y pensemos que ¡otra vez, Virginia! nos encontramos ante esta tan publicitada tendencia de marketing o, frente a un mensajero dudoso de la felicidad. O simplemente, a una incógnita que se me repite, día tras día.

Nada más alejado de la realidad – aunque esta incógnita se me repita día tras día -, en línea con lo que hemos comentado sobre sociólogos como Richard Sennett o Zigmunt Bauman en este blog, o filósofos como Byung Chun-Hal o Mark Fisher, que ya abordan este tema y su relación con la sociedad de consumo y el sistema político-económico actual, Augé indaga sobre los peligros de la dictadura de la felicidad en paralelo con “la aspiración a una serenidad feliz [que] contrasta con la fiebre competitiva del capitalismo triunfante y con la protesta de los marginados y excluidos.” 


Para empezar, Augé no hablará de felicidad sino de la felicidad en plural, además, tratará de “realizar un desvío antropológico para observar en qué ocasiones y bajo qué condiciones experimentamos de vez en cuando -yo agregaría muy de vez en cuando -la evidencia tangible de un momento y un movimiento de felicidad. Un movimiento y no una inmovilidad permanente.”

Por ello, hablará de las pequeñas alegrías, en movimiento, fugitivas, que superan el miedo, la edad o la enfermedad, que están siempre en juego con la relación con una misma y con los demás.

Hablará de ellas como “los instantes de felicidad, de las impresiones fugaces y de los frágiles recuerdos […] de las alegrías que existen <<pese a todo>>.

Son ellas las que nos permiten resistir y sobrevivir “a las tempestades que quiebran el alma y a las inundaciones que asfixian y ahogan” y tejen un “hilo que enlaza nuestros días y que nos ayuda a vivir.”


Alegrías diarias y de las de siempre (desgracias hay para tirar para arriba), que nos ayudan a intentar vivir de la mejor manera posible, alegrías de la primera vez que, de vez en cuando, revivimos, las alegrías de los reencuentros – afectivos, obviamente -, las de cantar, tararear, silbar, las de los sabores y la de los paisajes que están destinadas a crear recuerdos, las de la resistencia y las de la edad. Estas últimas, aparecen cuando nos toca hacernos mayores y nos enseñan un poco a vivir al día. Yo agregaría, en mi caso, la de las hijas y la de los niños, la de los olores, la de leer y jugar y la de cultivar mi jardín...

Augé termina diciendo que quizás, las pequeñas alegrías puedan significar la promesa de un futuro mejor, no sólo para mí, o para ustedes, para todos los hombres y mujeres, y también pueden desembocar en una toma de conciencia de todos y todas. ¿Para construir un mundo más amable?

Si mis hermosos amigos
casi todos preocupados por la vida
pudieran quitarse la capa
yo les hablaría de la alegría.
Les contaría historias sencillas
cuentos para alguien que quisiera vivir.
Con mis hermosos amigos casi del alma
hablo del cambio de estación.
Nosotros en realidad
gente con oficios que no sirven para triunfar.
Juana Bignozzi

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