martes, 4 de mayo de 2021

La formidable y profunda memoria de nuestros pequeños objetos queridos - El espíritu de lo minúsculo, de lo raro y sin valor

 

“Los sentimientos se han conservado como adornos inevitables o como agradables pasatiempos, con la esperanza de que se doblegaran ante el pensamiento tal y como se esperaba que las mujeres se doblegaran ante los hombres. Pero las mujeres han sobrevivido. Y también las poetas. Y no hay nuevos dolores. Ya los hemos sentidos todos.”  

Audre Lorde

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com

Hay días sin huellas. Días monótonos e impasibles, que además se suceden unos tras otros mientras nos encontramos esperando que algo pase. Días que nadie va a relatar. Días en los que las palabras nos abandonan, y no hay nada que asegure que esa alianza se reconstruya. Días que hay que aceptarlos así…

Sin embargo, son esos días los que conforman nuestras vidas. Esos días que se suceden unos tras otros y en los que repetimos nuestras rutinas. En la vida Facebook de efectos especiales, lo cotidiano es aburrido. 

Pero heme aquí – como siempre - defendiendo esas pequeñas acciones cotidianas que, en este último tiempo, nos han sostenido en la inclemencia y que, sin reconocerlo, dan sentido a nuestras vidas.

En esta paupérrima defensa, me viene al pelo el escritor francés Georges Perec que desarrolló algo así como una sociología de lo cotidiano, poniendo el acento en las cosas comunes u ordinarias que nos rodean y a las que, por la fuerza del hábito quizás, nunca les prestamos demasiada atención, por lo que probablemente nunca nos hayan sorprendido. 

En sus libros, Perec se centra en lo que más cerca tenemos, eso que pasa desapercibido pero que es tan esencial para la vida de todos los días. Hoy se puede afirmar que, a partir de un determinado momento, la vida cotidiana se volvió objeto de estudio no sólo para la literatura sino también para las ciencias sociales. La microsociología o la Historia de la vida cotidiana, por citar algunos ejemplos y no ponerme académica aquí, irrumpieron con fuerza para disputar el relato.

Al fin y al cabo, es en lo cotidiano, en la observación apasionada de lo ordinario, en el cuestionamiento de lo que a simple vista parece incuestionable, donde se encuentran los cimientos de la literatura y de la vida. 



Siguiendo esas reflexiones, me puse a jugar inspirada en estos autores e hice el ejercicio de describir detalladamente esta mesa que uso para escribir y leer, las fotos que me acompañan a cada lado de este ordenador, los lápices y resaltadores, así como los papelitos que voy pegando con los nombres de escritores o escritoras que quiero leer, una vela que nunca utilizaré y que sólo tiene una función decorativa, una lámpara un tanto desvencijada que pasó por los escritorios de mis hijas y muchos trazos de objetos dispersos que tienen algún significado para mí, así como una pila de libros siempre lista.

Al observar detenidamente lo que me rodea en esta mesa de trabajo, me he dado cuenta de la importancia que tienen en mi día y en el sostén de mis días en estos, y en otros, tiempos, esas miniaturas. Podría describir qué significa cada una de ellas para mí, o contar su historia de cómo fue que nos encontramos. También podría desdeñar estos objetos, por el simple hecho de serlo…pero en mí algunos de ellos tienen un delicado significado emocional.

Sin embargo, todos tenemos algún objeto entrañable que nos acompaña en este camino, y yo no soy la excepción, tengo por ahí un par de desvencijadas máquinas de escribir que tienen una particular historia detrás de cómo llegaron a mis manos...y mis amigas guardan algunas para darme, porque saben de esta afición de coleccionista.

Estos objetos queridos, algunos deseados, en general están enlazados con nuestro pasado, especialmente porque tienen un valor emocional y hemos establecido con ellos una cierta intimidad, un cierto entendimiento o acuerdo. Ellos, como dice Rosa Montero, han adquirido una “memoria formidable y profunda” en nosotros.

Adornan lo más primario, y dignifican lo ordinario que de tan común parece insignificante. Si esto es así, cómo haremos, se pregunta Perec, para dar cuenta de ello,  para interrogar y para describir lo que es insignificante.

“¿Cómo hablar de las cosas comunes, cómo rastrearlas, cómo desembrollarlas, cómo arrancarlas del caparazón donde permanecen enganchadas, cómo darles un sentido, una lengua? […] Se trata de cuestionar […] nuestras costumbres en la mesa, nuestros utensilios, nuestras herramientas, nuestros horarios, nuestros ritmos. Examinar lo que pareciera que ya no nos sorprende.” [Traducción de Solange Gil]

Lo que al final está en juego en esta inquisición de la cotidianeidad, es el examen de la dualidad inherente de la vida cotidiana, que va de la rutina a la innovación, de la repetición a la diferencia. ¿Cómo se confronta en la cotidianeidad la propia idea de la vida? Y, ¿cómo se lo hace ahora donde el contexto ha quedado pausado?

Con esta incógnita dando vuelta recordé que, hace un tiempo, vimos con Maribel una exposición en Madrid llamada ‘El hecho alegre’, en la que se ponía el énfasis en los elementos pequeños que forman parte de nuestro día a día y que, por una serie de hechos, pueden dar forma a unos placeres sencillos que de una manera u otra satisfacen nuestra vida. 

En esta exposición, se trataba de hallar en la grandeza de lo cotidiano la verdadera revolución para así convertir lo cotidiano en arte, “como una mecánica popular de los sentidos”. 


Allí también se nos alertaba contra el utilitarismo reinante en nuestras culturas donde, como dirá Perec, “el hombre se esclaviza en la ansiedad de las cosas, progresivamente embrutecedora". Los contornos, los límites son siempre difusos…

Pero en esta muestra se nos proponía la opción de dignificar los conocimientos inútiles, de dar vuelta a lo grande para detenernos en lo pequeño, lo inútil, lo improductivo y en la pérdida de tiempo, que se constituyen, ahora, como una forma de resistencia en esta era del utilitarismo acérrimo en el que el que más tiene es el que ha ganado la carrera. Esto último cobra mayor sentido porque la carrera se produce en el contexto de sociedades profundamente desiguales y hay algunos que corren con mucha ventaja respecto a otros. 

Para desafiar este utilitarismo, el poeta español Tomás Sánchez Santiago, se pregunta sobre qué hacer con esos cajones llenos de objetos abandonados, desordenados “y dispares que ni se usan ni se desechan” y nos propone quedarnos con ellos como “un acto de rebeldía contra esa ley tajante de la mentalidad mercantil según la cual aquello que no se consume debe ser inmolado sin contemplaciones a fin de dejar sitio para nuevas adquisiciones. Frente a este orden, frente a esta dictadura de la utilidad están estos cajones llenos de objetos desordenados.” y seguirán estando, dirá. Esto es un golpe fuerte a la filosofía de Marie Kondo…que por cierto, ¡también es socióloga!

El estudio de asuntos inservibles tiene algo de liberador, explorarlos nos permite comprenderlos y comprendernos en esta indagación íntima que me he tomado muy en serio porque, como dice Audre Lorde “lo que no se explora permanece oculto”. 

Y también para así desmitificar lo cotidiano como rutinario, porque puede haber transformaciones o innovaciones que pasan desapercibidas ante nuestros ojos. Apropiarse de esta dualidad de lo cotidiano y reflexionar me parece un buen punto de partida hoy, aquí sentada en esta mesa, escribiendo.

Además, es un buen elemento a incorporar en mi kit de supervivencia, ese que tengo siempre a mano cuando me doy cuenta de que el mundo y yo tenemos bastantes roces, y que me sirve para reponerme y soñar, entre otras cosas. “Las palabras pueden construir casas”, escribió Erica Jong, en las que cuidamos el alma.

Mi kit está compartido, ya que me es necesaria la solidaridad y los cuidados, me es indispensable ‘un nosotras’. En él tengo esos libros indispensables, mi sentimenteca, mis libros de poesía, los de literatura preferiblemente escrita por mujeres (feministas), un herbolario, porque tengo ese hábito de andar recogiendo hojas por todos lados, unas cuantas canciones que se han ido constituyendo en la banda sonora de mi vida, una buena caminata por el bosque después de la llovizna primaveral… la lectura, como una herramienta de exploración de una misma, para así reconocer las fronteras que he tenido que atravesar. Es importante compartir mi kit con todas y con todos porque como escribió Leslie Jameson “todo lo que escribes acarrea la historia de otra gente, porque no hay ninguna vida que no sea una custodia compartida. Siempre compartes las experiencias.”


La exposición nos acogió con las reflexiones de la escritora feminista Sara Ahmed: “La felicidad puede ser el comienzo o el fin de una historia o puede ser aquello que interrumpe el relato de una vida, al llegar de un momento a otro, sólo para volver a irse. La felicidad puede ser todas estas cosas y al ser todas ellas, corre el riesgo de no ser ninguna.” 

Hoy quise abordar el “espíritu de las pequeñeces”, de todo lo que es raro y no tiene valor, de lo minúsculo.

Una vez me preguntaste

¿Tiene fin el cielo?

No, no tiene fin,

simplemente deja de ser una cosa

y comienza a ser otra.

Maggie Smith