viernes, 10 de septiembre de 2021

Cuántos cielos hay en nuestro Cielo - Cuántas palabras se escriben en agua

 


Uno de los hombres me pregunta:
<<¿Por qué azul?>>.
La gente me pregunta esto a menudo.
No sé nunca cómo responder. 
No podemos elegir qué o a quién amamos, quiero decir.
Maggie Nelson

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com

Desde que era muy chica, los colores han sido una fuente de intriga y de reflexión para mí. Siempre me ha intrigado. Quizás esto tenga que ver con el hecho de que mi papá es daltónico. No ve ni el verde, ni el rojo ni el azul. 

A mi papá siempre le pregunto cómo es ver el mundo en gris. Y él, siempre me ha respondido, que no conoce otra forma de verlo, cómo podría saber lo que es el rojo o verde o azul que yo veo si para él no existen. Su mundo, me dice, es rico en grises. ¿Cómo imaginar un mundo de grises?

El daltonismo de mi papá provocó algunas anécdotas familiares curiosas. Estaba aceptado en la familia que él no podía ir a comprar ropa solo, alguien siempre debía acompañarlo. Si alguna vez sucedía que iba solo teníamos que volver a devolver la compra, porque ese pantalón gris que tanto le había gustado era, para nosotros, de un naranja fosforescente insoportable. 

Le gustaba pintar las habitaciones de la casa así que cuando iba a la pinturería también había que acompañarlo. Una vez decidió comprar pintura para el cuarto de la escalera y fue solo: verde fluorescente. ¡Y los semáforos! Aprendimos a decir en voz alta los colores cuando nos aproximábamos a uno: verde, amarillo y rojo. Más de una vez esto me puso en aprietos con otros conductores.

Puede ser que por esto, siempre he andado con la incógnita de cómo es ver el mundo en gris, cómo se vive en un mundo de grises. Como vos en el de colores, Virginia, me dice mi papá.

Con esas dudas coloridas en mi cabeza, hace unos cuantos años, Walter me contó de la capacidad de los esquimales para diferenciar entre varios tipos de blancos, debido a que conviven constantemente con la nieve. 

Ellos, como dice Steven Pinker, “utilizan más palabras para referirse a los tonos de blanco porque han aprendido a reconocer los matices de este color.” Obviamente, el caso de los esquimales no se asemeja al de mi papá…o quizás sí, no conozco toda la gama de grises que él tiene.

En 1787, asombrado por el cambio de tonalidad del azul del cielo, Horace-Bénédict de Saussure, geólogo, naturalista y padre del alpinismo moderno, inventó un instrumento singular y extraño capaz de establecer la ‘azulidad’ del cielo. 

Así nació el cianómetro, un artefacto singular y extremadamente poético, producto del asombro de su inventor por los diferentes tonos de azul del firmamento. Este curioso instrumento circular, estaba compuesto de 53 cuadrados de papel teñidos en tonos graduados de azul dispuestos en círculo que puede sostenerse con la mano para así comparar con el color del cielo. Del blanco al negro, todos los cielos de su conocimiento estaban representados para así poder medir su tonalidad.



Fue en la cima del Mont Blanc donde este detective celeste llevó a cabo su experimento. ¿Su conclusión? El color del cielo depende de la cantidad de partículas de agua en la atmósfera. Evidentemente, no hay dos medidas iguales.

Debido a su poca cientificidad, el cianómetro poco a poco fue cayendo en desuso como muchos otros objetos que pueblan nuestros cajones y los cajones de la humanidad. Sin embargo, esta poca cientificidad no le ha quitado lo poético de su existencia 234 años después de su creación. Quizás deba construir un cianómetro de grises para regalarle a mi papá.

Y así pensando en el cianómetro de Saussure, se me ocurrió ir directamente a la poesía de Maggie Nelson, enamorada de un color y a quien unos funcionarios le preguntaron ¿por qué el azul?

“Supongamos que empiezo diciendo que me he enamorado de un color. Supongamos que digo esto como si se tratara de una confesión. Supongamos que rasgo mi servilleta mientras hablamos. Empezó lentamente. Una apreciación, una afinidad. Un día se volvió más seria. Luego se volvió, de algún modo, más personal. Así que me enamoré de un color – en este caso, el color azul – como si cayera bajo un hechizo por el que luché, alternativamente, por permanecer dentro y salir de él.  […] Que ese azul exista, el simple hecho de haberlo visto, hace a mi vida extraordinaria. […] Escribo en tinta azul para recordar que todas las palabras se escriben en agua.”

Leyéndola me pregunto cómo será el año en el que nos enamoramos así de un color. ¿Nos atraerá todo lo azul? O, como escribe, “¿El mundo se ve más azul desde los ojos azules?” ¿Cuál es mi color? 

No tengo preferencias, me gustan todos, aunque el azul tiene algo de poético y cada vez que vuelvo a Bluets, este libro de Maggie Nelson, aprecio un poco más aquello que por su sutileza no siempre notamos.  

¿Es Bluets mi cianómetro? ¿Cuál es el de mi papá? No sólo Maggie Nelson se interesó por los colores, Goethe o Wittgenstein también lo hicieron a sus maneras y toda una serie de los que ella llama “sus corresponsales azules” que le envían “reportes azules desde donde se encuentren.”

Y estoy enfrascada en mis elucubraciones coloridas, cuando me topo, casi de bruces, con el Kin-tsugi, una técnica de cerámica japonesa que enmarca mis últimas lecturas.

Curiosa técnica el Kin-tsugi que consiste en reparar, en la cerámica, una fractura o una grieta de un objeto con un elemento dorado o plateado. El dorado mi papá no podrá verlo. Esta asombrosa técnica, forma parte de una filosofía más amplia en la que en lugar de crear un objeto perfecto sin historia, se busca reparar las fracturas de algunas de las piezas para así dejar constancia de sus grietas y de sus reparaciones. Porque esas trazas, forman parte de la historia del objeto. Nuestras grietas y fracturas también forman parte de nuestra biografía e historia. 

Dos aspectos me llaman rápidamente la atención al respecto: uno es la consciencia de la fragilidad de los objetos (podríamos ampliarlo a las personas) y el otro, es la de que las fracturas deben mostrarse en lugar de ocultarse. Ambos, intrínsecamente necesarios, embellecen el objeto al revelarnos su transformación y su historia.

Me viene al pelo aquí esta antigua técnica japonesa, y no para denunciarme por apropiación cultural, sino para establecer una suerte de contraste entre una técnica simple que habla de una cultura en la que la historia pasada, con sus fracturas y grietas, adquieren una simbología especial y otras técnicas propias de nuestra cultura en la que la fragilidad, inherente a la condición humana, se oculta. 


Como me gusta la cerámica siempre ando interesada en las diversas técnicas. Hice cerámica durante varios años, y exploramos las técnicas de la cultura mapuche. Interesada como estoy en ella, el kin-tsugi como el cianómetro y Bluets fueron cayendo en mis manos mientras leía sobre la fragilidad, porque debo confesar aquí que mis dotes creativas – como ya lo he hecho en otras entradas – no son mi fuerte.

Hablemos de fragilidad. Hoy quiero hacerlo, porque más que nunca ha aflorado con fuerza en esta época que curiosamente se ha caracterizado por fomentar la fuerza y el poder de los sujetos. Y porque además, como escribió Saul Bellow, “El mundo está demasiado encima de nosotros.”

¿Qué ocurre cuando hablamos de esos momentos de ruptura, en el contexto de la sociedad capitalista cuya promesa de base es la de que “tú puedes llegar a la cima si tú lo quieres de verdad”? ¿Qué pasa cuando se quiere hablar de fragilidad, y no de vulnerabilidad, por fuera de los discursos del desarrollo y bienestar personal que tan a la moda están hoy? ¿Qué ocurre cuando deseo hacer un kin-tsugi personal? ¿Es la fragilidad política?

¿Cómo se da testimonio de esta precariedad existencial? Somos ontológicamente frágiles. Y ahora somos más conscientes de nuestra fragilidad personal, social, planetaria, corporal…del mundo. Créanme, soy consciente de mi fragilidad…

Si de golpe se ha instalado a mi mesa, ¿cómo acoger esta fragilidad? Porque si de algo hemos sido testigos este último tiempo es que, con urgencia y en soledad, la fragilidad se ha materializado. Y se erige contra toda una tendencia dominante en filosofía que se funda sobre una subjetividad que se supone fuerte como una roca. Sin embargo, no hay escape de la fragilidad, porque es inherente a nuestra condición humana, y porque somos conscientes de nuestra finitud. 

“Si un color no pude curar, ¿puede al menos incitar esperanza? Si un color puede dar esperanza, ¿quiere decir que también puede causar desolación? […] Pero por el momento no puedo pensar en alguna vez que el azul me haya hecho sentir desolada.” escribe Maggie Nelson.