«Por fin voy a evocar toda esa locura argentina, a todos aquellos seres arrebatados por la violencia. Me decidí a hacerlo porque muy a menudo pienso en los muertos, pero también porque sé que no hay que olvidarse de los supervivientes.”
De esta manera comienza el Prólogo de La casa de los conejos (2007), libro de la escritora y traductora franco-argentina Laura Alcoba. Nacida en La Plata, en 1968, esta profesora universitaria de literatura del Siglo de Oro español, en la Universidad de Paris X Nanterre, hija de militantes montoneros, que vivió en la clandestinidad una parte de su infancia, se lanza a escribir esta novela autobiográfica que, si bien es su historia, también lo es de toda una generación argentina.
Alcoba vivió hasta los 10 años en Argentina, momento en el que sale del país para reencontrarse con su madre. En La casa de los conejos, cuyo título original en francés es Manège, narra los años en que vivió en la clandestinidad.
Escrito en francés, como toda su producción, este libro, es su primera publicación al que le seguirán en forma de trilogía, pero no en orden cronológico, El azul de las abejas, publicado en 2014, y La danza de las arañas, del 2017. Entre ambos escribió Los pasajeros del Anna C., en el 2012.
Cuando se le pregunta por qué comenzó a escribir tardíamente, Alcoba dice que sabía que en algún momento abordaría la historia de sus padres y de ella misma pero que, para hacerlo, necesitaba volver a la Casa de la Calle 30, en La Plata, y reconstruir la nebulosa de sus recuerdos, puesto que solo contaba con imágenes mentales, y no tenía ningún relato familiar, ninguna huella, ninguna foto que acompañara las impresiones e imágenes confusas con las que contaba.
Al volver en el año 2003, al lugar que aún conserva los trazos furiosos de la violencia con que las fuerzas militares atacaron la casa, matando y desapareciendo a todos sus integrantes, Alcoba encuentra las fuerzas para contar su pasado a través de la reconstrucción de los recuerdos de esta niña y así romper el pacto de silencio de los escasos supervivientes: su madre.
En La casa de los conejos, Alcoba relata el periodo en el que esta niña de tan solo 7 años, y su madre – su padre estaba en prisión- viven en la clandestinidad en la casa de Diana Teruggi (a quién le dedica el libro), y que estaba embarazada, y Daniel Mariani, y en la que un criadero de conejos escondía una imprenta clandestina de Montoneros. Ambos, Diana y Daniel, así como otras personas, muertos en el feroz ataque. Su bebé, Clara Anahí, aún se encuentra desaparecida.
“Te preguntaras, Diana, por qué tardé tanto en contar esta historia. Me había prometido hacerlo algún día, pero más de una vez terminé por decirme que aún no era el momento.”
El silencio del relato, de la clandestinidad, de la supervivencia, es contado desde la voz de esta niña que es ella misma, pero a lo que se resistió durante bastante tiempo. Para ser entendida en Francia, consideraba que una voz adulta, que acompañara el relato, sería la más adecuada. Sin embargo, a medida que la escritura avanzaba, la voz de la niña se fue imponiendo. En alguna entrevista dijo que termino el libro cuando acepto que fuera la niña quien hablara y nadie mas.
“Acompañada por Chicha Mariani, casi treinta años después, en La Plata, pude volver a ver lo que queda de la casa de los conejos. […] Aun puede distinguirse el emplazamiento de la imprenta clandestina. […] Todo muestra que el ataque fue de una violencia increíble.”
Fue el francés, esa lengua extranjera, la que le permitió abordar lo inabordable desde la lengua materna y romper el pacto de silencio de los supervivientes y el sentimiento de culpabilidad que los acompaña.
Para poder hacerlo, para encontrar respuestas a muchas de sus preguntas, el libro de Jorge Semprún, La escritura y la vida, sobre la psicología del superviviente, fue clave. El superviviente sigue adelante, dice, como puede con sus historias, porque después de un episodio donde se mira tan de cerca a la muerte, se tiene la impresión de que si se mira hacia atrás, se muere, porque hay muchos fantasmas y muertos.
Durante la escritura quería escribir una novela y evitar dos trampas que, desde mi punto de vista ha logrado sortear. La primera, la de idealizar el relato de los movimientos de resistencia y, la segunda, la de juzgar a los protagonistas de la historia. Escribió cuando entendió que no existían relatos de este tipo y que los pocos supervivientes, estaban al final de sus vidas. Había que contar esta historia que, como bien dijo la autora, no solo es la de ella, sino de muchos.
Sentada aquí escribiendo esta reseña puedo decir que Laura Alcoba relata no solo su historia, sino la de muchos, incluida la mía. Como ella, nací en La Plata, en 1971. Mis padres también eran militantes. Un día de 1975 escaparon ya que les avisaron que estaban en las listas de búsqueda de los grupos de comandos militares. Lo dejaron todo atrás. Perdieron a todos sus compañeros de militancia y de la vida universitaria: muertos y desaparecidos. Pocos han sobrevivido. La ciudad de La Plata fue muy castigada por el terrorismo de estado, porque era una ciudad estudiantil y de militancia.
Mi historia también es borrosa. No hay fotos y no hay un relato familiar. Hay un pacto de silencio y la culpabilidad, como bien dice Alcoba, del superviviente. Mi padre siempre dice “fuimos derrotados”. Después viene el silencio. He intentado recuperar trozos de su historia, y de mi historia, pero ha sido imposible. A cada pregunta le sigue el silencio, y el miedo a hablar. Haber sobrevivido es una carga que llevan desde el final de la dictadura argentina. Y el miedo, que todo lo atraviesa, incluso aun hoy. Solo hay silencios.
Este libro es de Laura Alcoba, pero – con diferencias, obviamente- bien podría ser el de mi familia, incluso el mío, el de mi hermana, el de alguna amiga y el de tantas otras personas.
“Clara Anahí vive en alguna parte. Lleva sin dudas otro nombre. Ignora probablemente quiénes fueron sus padres y como es que murieron. Pero estoy segura, Diana, que tiene tu sonrisa luminosa, tu fuerza y tu belleza.”
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