sábado, 1 de agosto de 2020

La reflexión colectiva, el cortafuegos que permite resistir


No es difícil dominar el arte de perder
tantas cosas acaban por perderse
y esa pérdida no es una catástrofe.

Hay que perder algo todos los días. Aceptar el
fastidio de las llaves perdidas, las horas malgastadas.
No es difícil dominar el arte de perder.
Elizabeth Bishop
Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
A menudo me pregunto sobre esta forma que tengo de escribir un texto: desordenada. En un principio, se nutre de todas las lecturas en las que estoy sumergida. Leo varios libros al mismo tiempo y con temáticas muy diferentes y sólo mi mirada las pone en contacto. Si forzamos un poco mi burda defensa de este desorden, podemos justificarla aquí con el argumento de que, al fin y al cabo, también la realidad es una mezcla compleja de muchas cosas sin ningún orden aparente. Estoy intentando defenderme, como se puede ver.

Creo que en lo que escribo, se pueden leer varias ideas y preocupaciones deambulando, a veces entrando en contacto gracias a mi terquedad, otras veces sólo llevándome hacia ellas por puro empeño. Hay temas o ideas recurrentes… muy recurrentes. Quisiera ser más amplia, versada y variada.

No soy tan ingenua como para creer que es un camino inocente sino, todo lo contrario, es un camino que hago para adentrarme en mis propias inquietudes, búsquedas y determinaciones. Aunque sólo esté sondeando la superficie de mis profundidades, creo que narrar nos da algo de seguridad y nos hace un poco menos vulnerable. Aunque solo sea porque quizás, como dice la socióloga estadounidense Sara Lawrence-Lighfoot, “El único mapa que tenemos son nuestras propias historias”.

Tal vez, sólo se trata de buscar un lugar donde residir, en el que con todos los hilos se pueda hacer un solo, largo y flexible tejido. “No sabía que una memoria llena de silencios y miradas podía convertirse en una bolsa de arena que vuelve la marcha difícil”,  escribió el escritor franco-marroquí Tahar Ben Jalloum, por lo que me he dado a la tarea de abordar esas zonas de silencios y dificultades para, si es posible, hacerlas comprensibles para mí.

Vivimos un momento en el que experimentamos una de las mayores transformaciones acontecidas desde el fin de la Segunda Guerra. Y, como escribió Daron Acemoglu, “la mayor parte de los gobiernos han demostrado estar peligrosamente mal preparados para esta crisis.”

Además, con ella, se han evidenciado brutalmente las tensiones sociales y políticas que, durante años, se han acumulado bajo la superficie de la estructura económica, social y política. La desigualdad sigue estando a la orden del día como el elemento clave de la evolución de la pandemia. 
Estamos en un momento crítico en el que el presente del capitalismo nos muestra sus elementos destructores y eso es muy inquietante.

En este contexto incierto, un libro ha caído en mis manos. No podría haber llegado antes ni después. A veces me pregunto sobre el momento en el que un libro atrae mi atención o cae en mis manos. Como ya escribí en otra entrada, quiero creer que yo he elegido ese libro y no que él me ha elegido a mí.

Es el caso del libro del sociólogo francés Vincent de Gaulejac, que escribió, junto con Fabianne Hanique, El capitalismo paradoxal: un sistema que nos vuelve locos y que apareció mientras leía a Didier Eribon.


En este texto, De Gaulejac sostiene que “en las sociedades modernas estamos sometidos a situaciones paradoxales” - contradicciones que no podemos resolver – a tal punto que comenzamos a sentir que el mundo se vuelve incoherente, caótico, irracional, lo que muchas veces engendra un malestar profundo.

Una sociedad paradoxal, hipermoderna, “que en nombre de la performance está animada por un principio de creación destructiva […] obligada a adaptarse a las exigencias del mercado.” En ella impera: “la cultura de la alta performance, la competición generalizada, la lucha de lugares, la exigencia de ‘siempre más’, la ideología de la realización de uno mismo, en la que los individuos viven y trabajan bajo mucha presión, debiendo demostrar siempre que ellos están al máximo en sus capacidades.” Un mundo donde la bipolaridad crece rápidamente y nos hace interrogarnos sobre el azar o la coincidencia de este crecimiento.

Asistimos, dice De Gaulejac citando a Nicole Aubert, “a la emergencia de un individuo nuevo en el que las maneras de ser, de sentir, de hacer difieren profundamente de sus predecesores. La globalización, la flexibilidad generalizada, conjugadas con las transformaciones tecnológicas y el triunfo de la lógica del mercado, atraviesan todo hasta llegar a la construcción de las identidades, repercutiendo directamente sobre lo que somos, sobre cómo vivimos y sobre cómo sufrimos.”

Para abordar esto, De Gaulejac construye desde los años 70, con otras y otros pensadores, la sociología clínica, que se construye basándose en las historias de vida y en el devenir de las personas. 

La sociología clínica busca re-situar a las personas en una dimensión emocional, afectiva y subjetiva de los fenómenos sociales. Con este objetivo en mente, propone explorar las maneras en las que la historia personal está determinada socialmente, ya que las historias singulares, dirán Fabiana Grasseli y Mariano Salomone, expresan también las historias “de las familias, de las clases, de los pueblos.”

¿Por qué traerlo ahora aquí? Porque explorar tu vida, intentando entender que no eres un sujeto aislado que hace lo que quiere y cuándo quiere, bien o mal poco importa, sino que tu trayectoria, así como tu bienestar y sufrimiento, están íntimamente ligados a tu familia, a tu clase, a tu país, a tu cultura, nos permite construir puentes de reflexión para escapar a lo que tan bien instaurado está ahora: la ideología del mérito.

De Gaulejac, en sintonía con Edgar Morin y otros autores franceses, proclama algo así como un vagabundeo teórico, un nomadismo por disciplinas, dar vueltas, dialogar con diferentes autores para ir más cerca de lo que la gente vive. Salir de los dogmas, las religiones, las teorías bien asentadas (¡ gracias!). Para ello, nos propone interrogar los fenómenos sociales en su complejidad, para hacernos esas preguntas necesarias que pueden permitirnos comprender lo que pasa: cómo se viven y se analizan las contradicciones para así comprenderse a sí mismo.


“En qué medida los destinos individuales, se preguntará el sociólogo francés, […] están condicionados por el campo social en el que se inscriben. Evidenciar cómo las relaciones sociales tal como existen en un momento dado y tal como han evolucionado van a influenciar la historia y la vida psíquica de un individuo, es decir, su manera de ser, de pensar, sus elecciones afectivas, ideológicas, profesionales, económicas, etc.”

Por ello, se propone abordar la articulación entre la historia personal, la historia social -esos determinismos sociales prácticamente ineludibles- y la historia familiar.

¿Te suena? No terminar tu tesis doctoral, no acceder a puestos de decisión, al dinero, al poder, a estudios, promociones, premios….De Gaulejac le llama ‘neurosis de clase’, concepto que te invito a explorar, quizás así entendamos un poco más el por qué. Pero ¡por favor! explora desde una mirada no punitiva. Es primordial no auto-castigarse porque sino qué sentido tiene explorar.

Por suerte contamos con esas herramientas que nos da la literatura y que nos permiten, como dice Tillie Olsen, “ordenar el ruido” y construir una red de sostén para la vida pequeña y para protegerse inventando salidas de emergencia colectivas.

Porque lo que caracteriza a una sociedad paradoxal “es el poder para atacar el lazo social a través del pensamiento y de la acción.” Lo que también la caracteriza es que el sujeto no la pone en cuestión, hace ‘como si’: “hace como si adhiriera al sistema y respondiera a sus exigencias intentando, además, preservar una parte de sí mismo para preservar su salud mental y su integridad física". Para resumir, se hace como si todo fuera bien. Y es por esto que los sistemas paradoxales suscitan tan pocas críticas, porque si algo falla, eres tú, no el sistema.

Por eso, el autor francés nos invita a desarrollar la reflexividad para explorar una nueva libertad de pensar, de ver y de entender. Y agregará: “no reflexionamos solos. La reflexión debe ser compartida”, porque la reflexión colectiva es un potente corta-fuego que permite resistir y reconstruir los lazos sociales.

Permitir al pensamiento renovarse y expandirse, dialogar, romper los órdenes, vagabundear, tomar de aquí y de allá, estar en el mundo de manera reflexiva porque no somos amebas….


Es necesario entender que no vivimos aislados, no tenemos que escalar montañas solos, ni llegar primero a la cima, ni siquiera interesa la cima. Tenemos que aprender qué rol han tenido en nuestro devenir “los períodos políticos, sociales e históricos en los que hemos crecido y que conforman nuestros valores y perspectivas, y cómo respondemos a las fuerzas institucionales” nos apunta Sara Lawrence-Lightfoot.

“¿Cómo devenir sujeto siendo arrojado de un lado a otro por exigencias contradictorias? ¿Cómo restaurar nuestras capacidades reflexivas inmersos en esta cultura de la urgencia y la hiperactividad? […] ¿Cómo recuperar el sentido de la acción colectiva en el marco de un extremo individualismo? ¿Cómo vivir en un universo paradoxal? ¿Es necesario adaptarse, intentar cambiar, buscar escapatorias, construir alternativas?”.

Frente a estas encrucijadas, algunos demandan la sumisión y la adaptación a la sociedad porque, nos dicen, el mundo es tal cual es y es mejor aprender a vivir en él que vivir lamentándose.

Pero las fuerzas contestatarias a este orden determinado vienen gestándose y cobrando fuerza. Ellas son sostenidas por aquellos que desarrollan las resistencias, proponen alternativas, inventan estrategias y luchan para cambiar un orden juzgado como destructor.

Es tiempo de parar esta carrera loca de hiperproductividad y consumismo que pueden conducirnos a la destrucción de la vida en la Tierra. ¿Por qué no comenzar a cambiar? Elegir la tranquilidad al movimiento, la lentitud a la velocidad, la estabilidad al cambio, la continuidad a la inmediatez, el placer de jugar a la competición, la justicia a la injusticia, la igualdad a la desigualdad…”aceptar nuestros límites y renunciar a cada vez más” porque escapar permanentemente no parece que nos haya hecho muy bien, y va siendo hora de “desarrollar la capacidad de vivir ahora”, de tener el tiempo de experimentar la alegría y la tristeza y de construir salidas colectivas para todos y todas.

“A mí me interesan las cosas pequeñas, como tejer. No es que yo teja,
pero sí creo que la vida es como tejer, porque son las puntadas pequeñas, 
las lentas y que llevan más tiempo, las que después resisten
cuando tiras de la tela.”
Brigitte Vasallo