martes, 28 de junio de 2022

Una victoria sobre nosotros mismos - Marion Muller-Colard y María Teresa León, Claire Marin y Henri Michaux

 


No temas dejarme sola,
estoy acostumbrada
a desprenderme
de cosas que imagino
haber amado.
Emily Dickinson

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com 

I. Cómplice

Dicen que esta parte que llevamos tan orgullosamente, pesa entre cuatro y cinco kilos. Se sostiene gracias a su proporcionalidad y, obviamente, a su peso y a todo un entramado de tejidos blandos que se contraen y se extienden. Yo creo que somos bellos, armoniosos y me pregunto cómo es que llegamos a ser así, tan lindos. 

Es cierto que podríamos tener más aparatos visores, o más orificios, pero con cinco parece que es suficiente. Y la verdad, seguro que si tuviéramos más también me encantaría, al fin de cuentas, es el envoltorio con el que hemos venido.

En otras galaxias probablemente no piensen lo mismo que yo sobre nuestra especie. Si nos miramos como extraterrestres, eso de estar recubiertos por esa dermis impermeable que regula nuestra temperatura no tiene por qué resultarle estéticamente atractivo a otros. Y esos pelillos….

También tenemos nuestras extremidades con sus diversas puntas, dicen que varias, pero las suficientes. ¡Cómo es que podemos ser tan perfectamente perfectos! Podemos detectar a otros por los olores que emiten, o por los ruidos que hacen. 

Podemos comunicarnos a través de complejos símbolos que hemos ido creando a lo largo del tiempo. Es cierto, ingerimos a otras especies, las pobres. Pero nos sirven para mantenernos con vida…aunque nos hemos pasado un poco. 

Soy lo que se dice, un miembro de la especie que se hace preguntas. Eso no gusta mucho a los otros miembros. Me gusta pensar en si hacemos lo que tenemos que hacer, o lo que debemos hacer, o lo que podríamos hacer. También, ando pensando en qué es lo que vinimos a hacer acá, entre otras muchas inquietudes.

Dicen que, a diferencias de otras especies, la mía puede decidir a quién comerse, con quién estar, con quién vivir, a quién castigar y a quién amar. Y también que nos gusta vivir bien, aunque aún no se sabe bien qué es eso.



II. Este cuerpo, mi cuerpo


¿Cómo es posible que no se haya detenido
ninguna de aquellas primaveras
para acompañarme en el invierno?
María Teresa León

¡Qué curioso! En el lapsus de unas horas, este cuerpo, mi cuerpo, ha pasado de ser autónomo, fuerte, seguro, firme, sólido y estable a transformarse en uno frágil, vulnerable, temblando y sin seguridad, no sólo en un sentido físico sino también psíquico.

En un período de dos horas, mi cuerpo, que era un aliado se ha transformado. El mundo en el que me movía y en el que me muevo ahora son, de golpe, completamente diferentes. Solo dos horas me separan de mi cuerpo del de antes del de ahora. Solo dos horas me separan de mi yo de antes de mi yo de ahora.

Esta nueva experiencia, es una experiencia de pérdida y de extrañeza. En dos horas, he perdido la facilidad de mis hábitos corporales habituales, y ya no hay gestos ni desplazamientos conocidos. Mis movimientos, no son los mismos. Mi caminar ha cambiado. Todo mi cuerpo parece inutilizable.

Mi pierna derecha está, momentáneamente, fuera de servicio. Y con ello, pasa algo raro, extraño, como si algo me haya sido robado.

Lo que me ha sido tomado, es mi cuerpo cómplice, ese que me sostiene, que me lleva, que se mueve. De golpe, tengo la sensación de caminar tambaleándome sobre un suelo que, a mi paso, se va desmoronando.

¿Qué pasa con mi cuerpo? ¿Qué pasa ahora con mi/su existencia?



III. La metamorfosis

No comprendes nuestra ternura
que viene de tan lejos.
María Teresa León

El escritor y artista belga, Henri Michaux, escribió Brazo roto (Brass cassé), un pequeño librito en el que evoca una ruptura idiota de la existencia.

Michaux se resbala, cae y en la caída no sólo se rompe su codo derecho sino toda una manera de estar en el mundo. Así relata: Me he caído y ahora solo mi ser izquierdo se levantará.  

Esta presencia, su ser izquierdo, nos cuenta, que ha ignorado durante años y que ha estado siempre en las sombras, asume otro rol. Los accidentes, nos dicen, revelan los fantasmas de mi yo, ese ser que nunca en mi vida ha estado primero sino en las sombras. Hoy es el único que me queda y yo giro a su alrededor observándolo con sorpresa. 

Michaux desarrolla por este ser-zurdo una estimulante curiosidad. Según él, esta herida nos revela ese otro ser, esa otra persona o, simplemente, otra manera de ser. El accidente nos desvela un yo que llamará mi yo-hermano.

¿Qué me enseña de mí misma este ser que se vuelve indispensable ahora?

Es posible que esta nueva figura diferente, vulnerable, menos ágil, disminuida, reaccione y observe el mundo desde una mirada diferente. ¿Qué significa esta existencia mínima? ¿Quién soy, bien y mal, en todos los aspectos de mi ser?

Para el escritor belga, su accidente se transforma en una suerte de nueva experiencia del yo, me observo curioso en esta situación que me pone a prueba. ¿Quién soy cuando el accidente me desplaza? 

¿Qué es un ser que sufre? ¿Quién soy cuando el sufrimiento altera mis hábitos, me hace perder mi naturaleza activa y rompe con esa complicidad que existe entre mi cuerpo y mi espíritu? Mi cuerpo se asusta y mi yo se descubre otro, desposeído, temeroso, sufriente. 

La filósofa francesa Claire Marin, escribió a propósito de su enfermedad un interesante libro, Rupturas, en el que nos dice que la experiencia del sufrimiento interroga este lugar que nosotros habíamos ocupado sin cuestionar. Así escribe: Si mi cuerpo está fuera de servicio, ¿en qué lugar inscribirlo?

Mi cuerpo se ha transformado, y al mismo tiempo, conozco de primera mano la vulnerabilidad y también el poder. Ahora, debo establecer una nueva relación con él, conocernos, aceptarnos. La cosa va para largo…



IV. Atravesar la noche


¿Cuántas veces hemos repetido las mismas palabras,
aceptando la esperanza, llamándola,
suplicándola para que no nos abandonase?
María Teresa León

No soy de esas personas que creen que ‘por algo habrá sido’, ‘viene a enseñarte algo’, ‘es el destino’, ‘estaba escrito en los astros’. No tengo pensamientos mágicos.

Las rupturas, le llama Marin, nos dejan huellas profundas. Nuestra vida, escribe, está hecha de rupturas. Quisiéramos que la ruptura fuera como un corte seco. Pero no lo es. La ruptura es desgarro. Los lazos rotos duelen, son fantasmas que conviven con nosotros, son los testigos de esa antigua vida, son la huella de todo lo anterior que está inscrito en nosotros. 

¿Qué nos revelan las rupturas? Las rupturas nos interrogan, no interpelan, nos obligan a redefinirnos o, puede ser, a renunciar a la idea misma de definirnos. ¿Qué sucede en esos <<paréntesis de la existencia>>?

Mientras tanto, nos come la impaciencia por volver a la vida de antes, aunque sabemos que no volveremos a la vida de antes porque no hay un regreso total a ese estado anterior. Ahora somos otra persona. ¿Lo somos?

Hay huellas, hay secuelas, hay marcas que testifican este nuevo yo. Hay metamorfosis. Algo vital se ha roto e impide, nos cuenta la autora, el mismo tipo de proyección, de entusiasmo, de confianza que teníamos antes. 

La ruptura se inscribe en nosotros y nos imprime una profunda, y silenciada, inquietud. ¿Cuándo podré caminar? ¿Cuándo podré salir? Ya no puedo pensarme como antes y un cierto duelo de mí se instala sigilosamente. 

La filósofa Marion Muller-Colard argumenta que atravesar estas pruebas personales, nos dejan profundas fisuras pues nos remiten a la pregunta sobre el significado de la existencia. Estos paréntesis de la existencia son momentos donde la fortaleza de certezas que nos protege contra el malestar se tambalea.

Existen personas que se crecen frente a estas situaciones. Se mantienen firmes. Seguras. Fuertes. Yo creía que podría ser así. Pero en el lapsus de dos horas, me convertí en un ser temeroso, sufriente, asustadizo, miedoso.

Un accidente, escribe la filósofa Catherine Malabau, fabrica un ser, una forma, un individuo inédito, un nuevo ser, ¿una Virginia diferente?



V. Descubriendo a mi yo-hermana

Para Malabau, en su libro Ontología de un accidente, después de un accidente, la historia del sujeto se divide, se bifurca y un personaje nuevo, sin precedente, que cohabitaba con el antiguo, toma su lugar. 

A este ser desconocido, sin pasado, le llama una improvisación existencial.

Así, escribe, que existen metamorfosis que perturban ese círculo completo que formamos alrededor nuestro en el tiempo. Extrañas figuras surgen de la herida que no son producto ni de un conflicto de la infancia no resuelto ni de la presión de un fantasma del pasado.

Ellas se inscriben en la vida. No son lógicas ni coherentes. No existe una ruta trazada. No hay un camino recto.

El ser-roto no solo muestra mis debilidades sino también el poder de la resistencia. Y yo resistiré en estas líneas, aunque creo saber que nada aprenderé. Solo a aferrarme a alguna idea de los filósofos de que quizás la vida se aprende por prueba y error.


Una victoria. 
Una victoria sobre nosotros mismos, 
sobre nuestro miedo, nuestra angustia diaria. 
María Teresa León.