lunes, 1 de julio de 2019

Vivimos tiempos de impaciencia y velocidad


‘Porque mira, no ganaremos la carrera hasta la cima,
                                      porque no vamos bien calzados, y esa gente lleva
                                                                                  entrenando toda su vida para este momento.
                                                                          Y eso desanima. Pero las cosas bonitas pueden pasar
en el acto de fracasar.’
Jessa Crispin

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
A veces tengo la sensación de que la vida se pasa esperando. Qué, no sé. ¿Qué pasa cuando hacemos nada? ¿Qué es lo peor que nos puede pasar?  ¿A qué le tememos al hacer nada? Un tal Carl Honoré escribió un librito que se titula El elogio de la lentitud y, mucho más interesante es el escrito por Andrea Köhler, El tiempo regalado.

Muchos, escribieron, escriben y escribirán, sobre la velocidad y la aceleración. En este blog hablamos de Hartmut Rosa y su argumentación sobre la resonancia como forma de apaciguar la aceleración imperante en la sociedad actual. También lo hicimos de Richard Sennet y ese estupendo libro, La corrosión del carácter, en el que aborda los efectos del capitalismo flexible sobre el carácter y las trayectorias de las personas.

¿Por qué esta hiper productividad extrema? Incluso cuando encuentro gente que se dedica a una vida más ‘lenta’, veo que hay un temor a no hacer nada. Están todos escribiendo, como yo ahora, actuando, escalando, viajando, cultivando, etcétera. Están haciendo. Leí que una de las causas del furor del deporte se debe a que, en lugar de volver a casa ‘a no hacer nada’, porque nos aterra, ocupamos nuestro tiempo libre entrenándonos para, aún en momentos de ocio, hacer algo.

¿Qué pasa cuando no hacemos nada? Realmente ¿somos capaces de no hacer nada?

Como dice Andrea Köhler, de lo que hoy se trata es de resistir a una educación y a una socialización basadas en la hiper productividad. Aunque Jessa Crispin es más enérgica y menos optimista que Khöler, al decir que ‘Tu valor sigue estando profundamente ligado a tu productividad, esa ética del trabajo protestante que permanecerá contigo hasta tu lecho de muerte.’ Sennet enfatizará en que “El fracaso es el gran tabú moderno.



 ¿Se puede hacer algo no productivo? Dice la autora, que nos encomienda a esperar, a parar, que “El problema de la espera es que suele llevar a hablar con una misma. Y eso da siempre miedo.” Y da miedo, porque en una educación productiva, sobre la espera hay siempre una amenaza, una ausencia y una exclusión.

En nuestra cultura, según Wilhem Genazino, esperar es algo culturalmente falto de valor. Es algo que te aleja del grupo de pares, te aísla, te hace diferente. Es algo profundamente yoísta, dirá Peter Handke.

Sin embargo, agrega Köhler, ‘esperar podría ser nuestra primera práctica en el pensamiento utópico, en la resistencia contra las imposiciones de un mundo que diseñan otros.’ La espera es un tiempo regalado, sostiene, porque algo te obliga a hacer un alto en el transcurrir de las cosas.
Walter Benjamin, consideraba que esta espera temporal a la que llamaba aburrimiento, ‘llega cuando ya ni siquiera sabemos qué esperamos’ pero ‘puede desencadenar nuestras mejores fuerzas.’ Hay que esperar el momento adecuado, aunque no sepamos cuándo es



En la época de la aceleración y el desboque por subir (lo más rápido posible y a cualquier coste) a la cima de la montaña social, de ‘el ganador-se-lo-lleva-todo’ de Sennet, esperar es un vocablo maldito.

Vivimos en tiempos de impaciencias y de velocidades en los que la espera produce terror. Deambular, argumentará Köhler, es un fin en sí mismo en el que hay que estar dispuesto a extraviarse en el laberinto.

Es, además, transición, es remover el dulce en la olla lenta y pacientemente – me enseñó mi amiga -, y es la expectativa inusitada de poder empezar de nuevo.

La filosofía, escuché el otro día a alguien decir, enseña a resistir.



La espera, es un laboratorio de experimentación filosófica, en el que las ideas circulan y en donde se puede construir una idea del otro que suponga un reencuentro con ese otro. Se trata de abrir el espíritu ganando confianza y estima de una misma, liberando la creatividad, argumentando, generando empatía y cooperación, luchando contra la violencia.

Dice Peter Handke, en su ‘Ensayo sobre el cansancio, que en el cansancio hay un intervalo, una espera. Éste, nos estimula a escribir (no el otro) y tiene algo de curación.

Esta extrañeza del cansancio y de los tiempos de espera puede introducirse en nosotros y cuestionarnos: ¿quién soy? ¿hacia dónde voy? ¿qué quiero hacer? ¿por qué estoy acá? Pero esto, no le sucede sólo a una, me arriesgaría a pensar que es más extendido de lo que se cree. Es en la interacción diaria con los demás, relacionándonos, donde podemos construir lazos de solidaridad para resistir al imperativo de la hiper producción y rendimiento, como dice Byung Chul Han, de la sociedad ‘del-ganador-se-lo-lleva-todo’.

Pero ¿quién quiere todo? Si sólo aspiramos a estar en armonía con nosotros y con el mundo, no a tener todo.
La lluvia, ese fenómeno del alma. 
El arte de llover será el de siempre. 
La lluvia de vivir no cambiará. 
Somos gente que llueve, 
gente que ve llover sobre la tierra. 
Carlos Marzal

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