miércoles, 10 de julio de 2019

Nada en un estanque, tiéndete en un prado o contempla las estrellas


Hay algo que no funciona en un sistema
que no te da la oportunidad de ser una buena persona.
Stephen Lessenich

Virginia Baudino, Socióloga - virbaudino@hotmail.com
Sheryl Sanderberg es la número dos de Facebook y una empresaria muy pero que muy poderosa. Ocupa un cuarto puesto en el nada despreciable ranking de las mujeres más poderosas e influyentes del mundo (el de los y las ganadores). Según dice Internet, su fortuna asciende a 1.600 millones de dólares. Igualito que la cajera del supermercado, que la empleada doméstica... y que yo.

Sandberg ha creado una asociación de empoderamiento femenino y ha escrito un libro titulado Vayamos adelante. Ahí tenemos las recetas de cómo llegar a ser como Sheryl en un pis pas tener una cuenta bancaria llena de dólares y ocupar cargos de poder en el súmun del sistema capitalista: Facebook (si tuviera un emoticono mi teclado, ya hubiera puesto uno). Sheryl ha podido sortear con creces las imposiciones y restricciones que el sistema patriarcal impone a las mujeres. Se la aplaude y celebra con innumerables distinciones.

Sheryl es el paradigma de un feminismo, actual, blanco y de pretensión universal. Yo agregaría también, con dinero. Este feminismo que ha hecho de todo por sacudirse de encima ciertas referencias contestatarias al capitalismo que es, en esencia, desigual y violento... pobre Sheryl, pero voy a decirlo, ¿es esto ser feminista?

Nancy Fraser escribió que “Como feminista, siempre he asumido que el luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo un mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente ha comenzado a preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén sirviendo para fines muy diferentes.” (…) “en un cruel giro del destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya terminado enredando en una ‘amistad peligrosa’ con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.” (…) “si antaño las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que antes priorizaba la solidaridad social ahora aplaude a las mujeres empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los cuidados y a la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia.”


¿Por qué el feminismo, en todas sus variantes, es revolucionario? En sus argumentaciones, aquellas en las que enfrenta un sistema que genera entre los varones y las mujeres desigualdades, apunta hacia el origen de estas desigualdades: el sistema patriarcal.

Dice la filósofa francesa Jeanne Burgart-Goutal que “el patriarcado no se reduce a la dominación masculina. Es el nombre que le damos a todo un sistema que es también económico, social, político, intelectual, filosófico y religioso". Un sistema donde una parte de la población, las mujeres, están a merced de unas reglas de juego que no han creado ellas. Bueno, Sheryl, sí.

Entender la situación de desigualdad que nos atraviesan y que condicionan su existencia es indispensable hoy como reflexión filosófica, sociológica y política. Lo ha sido, y lo es, para mí, para mis amigas, mis conocidas, para todas las mujeres de todas las nacionalidades, de todas las etnias y de todas las clases sociales. Cada una transita este camino en su contexto y con otras mujeres.
¿Podemos hablar de un feminismo o de muchos feminismos? Por suerte para mí, para la cajera del súper, las empleadas domésticas, Sheryl, mis amigas, mi hermana, mis vecinas y todas las mujeres de este planeta, hay muchos feminismos.

Por suerte para nosotras, Simone de Beauvoir abrió la puerta a la segunda ola, con su libro El segundo sexo, poniendo el cuerpo de las mujeres en el centro del debate filosófico y político. Así, no sólo acuñó la célebre frase ‘no se nace mujer, se llega a serlo’ sino que sentó las bases de todo un movimiento, no sólo de reflexión sino de lucha.

Por suerte también para nosotras, todas las mujeres no europeas o estadounidenses, hay otros feminismos. Hay muchos. Como mujer y madre de tres niñas, he tenido que transitar desde los trabajos de Simone de Beauvoir a otros, buscando ciertos elementos de reflexión que me permitieran resignificarme como mujer y madre.


Leí que el movimiento Reclaiming Our Spaces de las mujeres negras estadounidenses, recupera los insultos para hacerlos una marca de pertenencia a un grupo y sus valores. La idea de este movimiento, entre otras, es la de reapropiarse de la categoría con la cual se nos asigna, el estigma. De esta manera, el rol asignado deviene un elemento de lucha y de poder. ¡Mujeres y Madres del mundo, uníos!

Leí y transité diferentes autoras, y en este andar, nunca sola, llegué a los trabajos de la francesa Yvonne Kniebler, quien discutía con un feminismo dominante decidido a ignorar la maternidad. Su libro, ¿Quién cuidará de los niños? Memorias de una feminista iconoclasta está inspirado por la negativa a desconocer la maternidad de las mujeres. En este libro, Kniebler, va a ligar su “experiencia personal a la historia colectiva de muchas generaciones.” Como hago yo, mis amigas, mi hermana: buscamos, leemos, hablamos, compartimos.

Encontré muchos trabajos que reflexionaban sobre esta temática, que no incluiré aquí, por cuestión de espacio y orden, aunque quisiera hablar de alguno que impactó en mis reflexiones. Los trabajos de Silvia Federicci fueron uno de estos.


En su libro, Revolución en punto cero: trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, Federicci indaga sobre “la transformación de nuestra vida cotidiana y de la creación de nuevas formas de solidaridad.” Sus reflexiones sobre el trabajo doméstico, inmenso y no remunerado, realizado por las mujeres, que mantienen todo el sistema de reproducción humano en movimiento, son el punto cero para una alternativa al capitalismo dominante.

Pero lo que más busqué, fueron esos trabajos que cuestionaban el empoderamiento femenino a los Sheryl, individualista, de clases pudientes, con todo el viento a su favor, el que da el dinero, por aquellos trabajos y proyectos que rescataban y resignificaban todas las opciones de las mujeres, en lo profesional, en lo sexual, en lo corporal, en el de la maternidad, etcétera.

Desconfío de las modas y de lo que ahora nos dicen lo que debe ser el feminismo. Detesto el concepto de empoderamiento, por individualista y por anti solidario y porque no cuestiona este sistema profundamente desigual y violento.

Jessa Crispin, que tanto me gusta, argumenta que este concepto “es puro narcisismo. Se usa desde una lógica de superioridad, buscando reforzar tu propio valor desde estándares de éxito, dinero e imagen. Es una palabra que sólo refuerza los sistemas de exclusión que ya ejerce el poder, y al que muchas creen debemos luchar por entrar, en vez de discutir para qué.” Recuerdan a Rutger Bregman y su ‘qué mundo sueñas’.


Me atraen los proyectos y reflexiones de mujeres en los bordes del sistema, que pelean día a día por hacerse una vida, la que sea, en los que se percibe un discurso de solidaridad con todo el cuerpo social.  Me atraen esas diversas elecciones de vida profundamente arraigadas en la comunidad y en la resistencia a este sistema ‘del-todo-para-el-ganador’ y ‘ganadora’ (¿recuerdan a Sheryl?).

Parafraseando a Nancy Fraser, me parece importante ser cuidadosos con utilizar “el sueño de la emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la acumulación capitalista.

Fatema Mernissi, escritora, feminista y socióloga marroquí, confrontó con el imperialismo del feminismo occidental, demandando el derecho a transitar este camino a su manera y en su contexto.

En Sueños en el umbral, Mernissi nos regala su escritura. “Yasmina decía que lo peor que podía pasarle a una mujer era que la separasen de la naturaleza. -La naturaleza es la mejor amiga de una mujer – decía a menudo. Si tienes problemas, nada en el estanque, tiéndete en un prado o contempla las estrellas. Así cura una mujer sus miedos.”

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