domingo, 11 de diciembre de 2022

De Virginia a Virginia - Tamara Kamenszain y Erin Elkin - Joanna Russ e Irene Chikiar Bauer

 



La verdad es que no se puede escribir 
directamente acerca del alma.
Al mirarla se desvanece.
Virginia Woolf


Querida Virginia,

Quería escribirte esta carta imaginaria que no saldrá de aquí y no llegará a ningún lado, pero que igual me apetecía escribirla. De Virginia a Virginia. Sólo compartimos nombre. Y no te creas que el mío se inspiró en el tuyo. Nada más lejos de la realidad.

Pero la escritura me permite ciertas libertades, y una de ellas es la de imaginar que quizás mi nombre se inspiró en el tuyo, aunque no sea así. Treinta años separan tu muerte de mi nacimiento, y distancias geográficas, lingüísticas, sociales, económicas, culturales e históricas. Solo nos unen nuestros nombres, y cierta pasión por la lectura y por caminar.

Siempre me llamó la atención el origen etimológico de nuestro nombre Virginia. Viene del latín virginius, relativo a la virgen, doncella, mujer virgen, virginal. Por si no ha quedado aclarado en otras entradas, vengo de una familia empedernidamente agnóstica. 

En la casa de mis padres, no se cree en nada. No hay una querida tía que se llamara así, ni lo he heredado de una abuela. A ello le sumamos que el mío no es un nombre común. Por lo tanto, cada vez que pregunto de dónde vino mi nombre, no hay ninguna respuesta razonable al respecto. 

Los libros de Virginia pasaron por mis manos, y siguen pasando, y por alguna razón que aún desconozco, no he podido soltarlos. Dice Tamara Kamenszain que, esos libros, son como una historia de amor extendida en el tiempo, con sus idas y vueltas, sus momentos de revisión y de ajustes, pero siempre sostenida por el afecto.

A Virginia Woolf le gustaba caminar. En Flâneuse, Erin Elkin, nos desvela esta pasión de la escritora inglesa. Tiene un ritual, y cada día, toma su dosis de caminata que llama su ‘concierto semanal’. 

Caminar por la gran ciudad, por Londres, representa no solo la conquista de la independencia y con ello de su metamorfosis, sino que, además, es una fuente de inspiración continua que alimenta su escritura. 

Las calles le dan todo lo que necesita y así reescribe escenas y encuentra inspiración. Virginia dialoga con la ciudad centrándose, especialmente, en las mujeres que la recorren.

Recordemos entonces, escribe Woolf, algún suceso que nos haya dejado una impresión nítida: cómo pasamos junto a dos personas que hablaban en la esquina de la calle, tal vez. Un árbol se agitaba, una luz eléctrica bailaba. El tono de la conversación era cómico, pero también trágico; una visión completa, una concepción íntegra, parecía contenida en aquel momento.

I. Caminan las mujeres

Virginia Woolf ha reflexionado mucho sobre la relación de las mujeres y la ciudad. En 1927, escribe su libro Street Haunting, en el que la narradora atraviesa Londres a pie y escribe lo que observa. Atravesar una ciudad a pie para una mujer no es lo mismo que para un varón, y más aún en esas épocas. A las mujeres nos ha llevado, y nos lleva, mucho tiempo conquistar el espacio público y Woolf deja constancia de esto.

Y no solo de ello, sino también de los efectos que produce esta caminata sobre la percepción que la autora tiene sobre sí misma y sobre los otros:


"Hay que registrar todas esas vidas infinitamente oscuras dije, dirigiéndome a Mary Carmichael como si estuviera presente […] y seguí recorriendo con la imaginación las calles de Londres, sintiendo en el pensamiento, la presión de la mudez, la acumulación de vidas ignoradas, ya de mujeres en las esquinas con los brazos en jarras o de las vendedoras de violetas […] o de muchachas a la deriva. […] Y en cuanto a la muchacha del mostrador yo preferiría tener su verdadera historia a la vida número ciento cincuenta de Napoleón".

 

Ella, que ha creado a la más grande caminante de la literatura, Mrs Dalloway, escribió que la escritura es un medio para atravesar los límites y ha instado a las mujeres a salir del espacio doméstico y a escribir, lo que sea, pero a escribir: "espero que ustedes adquirirán bastante dinero para haraganear y viajar, para considerar el porvenir o el pasado del mundo, para soñar sobre los libros y demorarse en las esquinas y dejar que la línea del pensamiento se sumerja hondo en el río". 

Voy a decepcionarte Virginia, porque no hemos conseguido el dinero suficiente para escribir y porque seguimos arañando la dignidad.



II. Un cuarto propio

En Una cuarto propio, texto precursor del feminismo, divertido y ocurrente, que leí por primera vez en los albores de mi adolescencia,  Virginia se dirige a los lectores preguntándose que qué tiene que ver un cuarto propio con las mujeres y la novela.

En sus páginas, desarrollará una argumentación que se sostiene sobre tres elementos indispensables, según ella, para que las mujeres escriban: tiempo libre, dinero y un cuarto para ellas.

Igualmente, me parece importante hacer una acotación al respecto. Muchas mujeres no tienen un cuarto propio, ese espacio privado en el cual la vida doméstica queda fuera y se es capaz de crear sin interrupciones. Algunas se lo construyen imaginariamente. Un cuarto propio es también una metáfora, es ese espacio físico, o no, donde te dedicas a tu pasión, sin interrupciones (de ser posible).

Y respecto a esas 500 libras al año... aún peleamos por salarios dignos, Virginia. Las mujeres han sido siempre pobres, escribe, no solo por doscientos años, sino desde el principio del tiempo. Por ello, he insistido tanto en la necesidad de tener dinero y un cuarto propio. […] Porque ya hemos concebido y criado y lavado y enseñado.

III. Que escriban las mujeres

De Virginia Woolf, heredé mi gusto por Jane Austen, las Brönte, Elizabeth Gaskell y todas las primeras mujeres que se lanzaron a la escritura y que fueron encasilladas bajo la categoría de novela sentimental. 

Con ella aprendí que la literatura escrita por mujeres no era producto del azar o de una iluminada, sino que una tradición literaria, históricamente silenciada, se había desarrollado a pesar de todas las restricciones, de la falta de recursos, de las interrupciones, de la falta de tiempo y de modelos. 

Como ya he escrito aquí, me gusta leer a mujeres. Cada vez me gusta más. Porque, como escribió Joanna Russ, me niego a seguir alimentando la invisibilidad social de la experiencia de las mujeres. De ahí su importancia. 

De Virginia tomé prestada una mirada reflexiva sobre la condición de las mujeres y sobre el feminismo, aunque las feministas no se ponen de acuerdo acerca de su feminismo. Ni muy muy ni tan tan, dicen.

Y eso también me gusta. Hay que evitar ser la feminista perfecta. Así, de personalidad compleja y difícil de situar, escribe Irene Chikiar Bauer en su magnífico Virginia Woolf: "la vida por escrito, durante su vida superó los obstáculos que se le presentaron con la inquebrantable decisión de ser leal a sí misma y con el convencimiento de que la literatura era esencial, ya que veía en ella la posibilidad de arrancarle sus secretos a la vida".

"A través de sus libros, que leí por primera vez a mis 13 o 14 años, Virginia me abrió gentilmente la puerta a un camino que me permitiría construir unas rudimentarias herramientas de supervivencia, para entender las razones en mí y fuera de mí", escribe Annie Ernaux. 

Las mujeres tejen redes, conexiones. Y ella, podría decirse que se convirtió en una especie de hermana mayor.



Mientras me deslizaba por la lectura, en su ¿Cómo leer un libro?, Virginia me dio un magnífico consejo que no es un consejo y que guardo como un tesoro:  

"El único consejo sobre la lectura que puede dar una persona a otra es que no acepte consejos, que siga sus propios instintos, que use su propia razón, que saque sus propias conclusiones. […] La cualidad más importante que puede poseer el lector es la independencia. […] Aceptar autoridades en nuestra biblioteca y permitirles que nos digan cómo leer, qué leer y el valor que hemos de dar a lo que leemos, es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios".

"Leo a aquellas que me hablan a mí y a todas las mujeres y que me muestran que es posible", dice Joanna Russ, romper con el mandato de no-ser-creadora. Y armo, rudimentariamente, una pensamiento propio nutrido de mis lecturas.

Pero ¿quien lee para llegar a un fin, por deseable que sea? ¿No hay algunos pasatiempos que practicamos porque son agradables por sí mismos? Yo al menos he soñado a veces que cuando llegue el juicio final y los grandes conquistadores, jurisconsultos y estadistas acudan a recibir sus recompensas el todopoderoso se volverá a Pedro y le dirá, no sin cierta envidia al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo: "Mira, éstos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Han amado la lectura".

Por último, como Virginia, también me he hecho la pregunta que ella se ha hecho: ¿soy una snob? En este pequeño, y muy divertido librito (que recomiendo), la escritora reconoce padecer esa enfermedad, la del esnobismo y se pregunta cómo y cuándo la he contraído. 

La esencia del esnobismo es la voluntad de impresionar a los demás. El snob es una criatura de mentalidad revoloteadora e inestable, tan escasamente insatisfecha de su condición que está siempre alardeando públicamente para que los otros crean que es una persona importante. 

Virginia dice reconocer en su carácter estos síntomas. Y agrega que se siente más preocupada por su aspecto que por su reputación como escritora. Entonces, ¿es o no es una snob?

Dice la escritora Tamara Kamenszain que existe una historia de la lectura personal e íntima. Qué libros leíste, cuándo los leíste, por qué los leíste y qué te generaron para que de las páginas de esos libros hayan nacido páginas propias. La escritora argentina nos habla de ese hilvanado en el que lectura y vida se vuelven una.

He intentado contar aquí, cómo los libros de Virginia se han ido entrelazando con mi vida, qué caminos me han mostrado y qué ideas me han prestado. Llegaron en diferentes momentos de mi vida. Desde tiempos y lugares lejanos, sus ideas se fueron extendiendo hasta alcanzarme, y fueron encontrando eco en mis inquietudes a medida que iba creciendo. Llegaron, sin proponérselo, en el momento justo.

Le tengo un cariño especial a Virginia Woolf, aunque la imagino como una persona sensible y divertida, también distante e infantil, obsesionada por ser un genio de la literatura u atormentada por el síndrome de la impostora. 

No debe de haber sido fácil convivir con sus problemas mentales y su obsesión por el suicidio. Pero nos ha dejado libros memorables de los que no he escrito aquí como Las olas, Orlando, Mr Daloway o El faro. Este escrito ha sido sobre una antojadiza selección que he hecho. Es la mía. ¿Cuáles son tus libros? 

"Mi único derecho a mi propia gratitud es ese, que en cuanto noto una cadena, me la quito; […] creo que he sido una luchadora a mi manera, quizás no tan valiente como Nessa, pero tenaz también y atrevida".


Virginia Baudino - virbaudino@gmail.com


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