lunes, 2 de mayo de 2022

Un lugar para cada persona - Claire Marin y Didier Eribon, Lucía Berlín y Noelia Ramírez

 


Muévete en el lugar que ocupas y siente ese lugar moviéndose
contigo, creciendo y contrayéndose rítmicamente.
Cuida del lugar y de tu apego a él. 
Tú no tienes tu lugar, el lugar te abraza a ti en su seno.
Considéralo igualmente acogedor y abierto 
para otros.
Eduardo Navarro y Michael Marder


                                I. Seres nocturnos

No tenemos fin, 
solo dejamos de ser lo que somos.
¿Qué?
Maggie Smith

¿Qué seres habitan mi casa por las noches? Cuando despierto por las mañanas y comienzo a recorrer la casa, encuentro rastros de algo o alguien que, amparados por la oscuridad, se apropian de ella. 

Una miga de pan por aquí, algo de tierra por allá, un lápiz fuera de lugar, me hacen sospechar de huellas de una vida nocturna que desconozco. ¿Qué clase de vida tiene esta casa? ¿Qué clase de ser es esta casa cuando yo no la transito?

La nueva luz, la del amanecer, que se cuela por la ventana y se posa en ella, opera como una especie de detective cómplice que, aliada a mi imaginación, evidencia las trazas de esos seres que yo invento y que la habitan lejos de mi mirada.

¿Dónde comienza la escritura? ¿En qué lugar de la infancia, escribe Sally Bonn, en qué parte del cuerpo o del espacio, en qué lugar de la imaginación, en qué historias, en qué personajes comienza? 

¿De qué se alimenta? ¿De recuerdos? ¿De memoria? ¿De encuentros? ¿De los otros? ¿De textos viejos o nuevos? ¿De libros? ¿De huellas de imaginarios seres nocturnos?




                    I. El cuaderno de notas

¿Qué escritura es la que se hace cuando no se escribe? Cosas leídas, cosas vistas, cosas sentidas trasladadas a un cuaderno de notas, a un diario de escritura. 

Tengo varios cuadernos de notas, de todas las formas y colores. Van por épocas, por libros, por poemas. No es un diario íntimo. No hay un relato autobiográfico. No escribo de mí. Anoto mis lecturas y mis reflexiones. Bien podría decir que camino a través de mis lecturas. ¿Saben más de mí que yo misma? 

Y mientras, voy reflexionando sobre la escritura que no es escritura, porque escribo, pero no precisamente un cuento, una novela, un ensayo o un poema. Más quisiera yo. ¿Es el blog la nueva forma que adquiere el diario íntimo o las notas autobiográficas? Un affaire de mujeres, le llamaban.

Voy guardando las trazas de un proceso de escritura (que no es tal) como reflexión, a la caza de un objetivo que siempre está en fuga. “La introspección es inherente a la escritura” escribió Jean Philippe Toussaint.

Escribo a mano. A través de este simple gesto, sin quererlo, se establece un lazo con el colectivo social, el alfabeto común, pero al mismo tiempo, me distancio del grupo por la irreductible singularidad de mi trazo.

Luego paso todo a la computadora, y es en ese momento donde ordeno el aparente desorden de mis notas. Les doy un lugar y un orden a las palabras en la página. Vistos rápidamente, mis cuadernos se parecen más a un caligrama y ya quisiera escribirlos como lo hizo Louise de Valmorin.

En el medio de ese caos, una tímida idea se va desperezando, muy lentamente, ayudada por unos pocos medios como una coma, la que le da tiempo para respirar, como los espacios entre las palabras, así no se no agobian, con saltos y párrafos, y con puntos y aparte.

Todos ellos, palabras, comas, puntos, espacios forman parte de una pequeña e íntima coreografía en la que una idea se teje, al mismo tiempo que intenta encajar en una linealidad, la del texto. Convenciones…

Sus primeros esbozos, aquel que se oculta a quién lo lee, comienzan con la nada, la blancura del papel, y luego florece el desorden. Para re-escribirlo hay que ordenar toda esa arquitectura del caos que llamo cuaderno de notas. “Buscar, encontrar, reencontrar, encontrar otra cosa que lo que se buscaba”, escribió Sally Bonn en Escribir, escribir, escribir.

Entonces avanzo a oscuras por un bosque, hasta que llego a un claro y todo se ilumina.




                II. Respondona

Esa mujer ¿por qué grita?
andá a saber
mirá qué flores bonitas
¿por qué grita?
jacintos margaritas
¿por qué?
¿por qué qué?
¿por qué grita esa mujer?
Susana Thénon

¿En serio crees que quieren escuchar lo que tienes para decir? Escribir, reescribir. Se necesita acumular mucha seguridad para romper con el mandato del silencio. Y yo no la tengo.

Bell Hooks escribió un libro que lleva por título, y que por cierto me encanta, Respondona. Para esta feminista afroamericana, hablar – salvando las distancias - representa un acto de valor, arriesgado y atrevido. 

Responder, nos dice, es situarse de igual a igual frente a quien detenta la autoridad. Significa estar en desacuerdo y, a veces, argumentará, sencillamente tener una opinión.

Así, “nació en mí interior el ansia de hablar, de tener voz, una voz que se pudiera identificar como la mía”, escribió. Y agrega, “Los castigos que recibía por contestar, iban en la dirección de anular toda posibilidad de que pudiera crear un discurso propio.”

Pero si algo sabemos hacer las mujeres es hablar y no permanecer en silencio. 

Mi hermana y yo crecimos bajo el influjo de una madre que nunca se ha callado sus opiniones. Ella lo aprendió de mi abuela María, de la que siempre decían que tenía mucho carácter. -Tu mamá y la abuela, ¡qué carácter!, decía mi papá. 

Vengo de una estirpe de mujeres de discurso valiente. Mujeres que rechazaron el discurso correcto impuesto. Aprendí que había que levantar la voz, que había que tener una voz propia. También aprendí que no tenía por qué permanecer callada, que es lo que socialmente se espera (en una mujer). 

“Hablar se convierte tanto en una manera de implicarse en la transformación personal activa como en un rito de paso en el que una deja de ser objeto y se convierte en sujeto. Solo podemos hablar en calidad de sujetos", Hooks.

Mis amigas del secundario me recuerdan dando mi opinión en clase sobre diferentes temas (todos me apasionaban) o discutiendo con los compañeros o con los profesores - actos de discurso desafiante, le llama Hooks. 

Le pregunté a Diana, por eso de mi mala memoria, y ella me dijo “siempre estabas defendiendo tus ideas, incluso cuando algunos te tiraban con toda la artillería pesada, una persona más callada se hubiera llamado al silencio.”

Como podrán imaginar, no era la persona más popular de la clase.

Recuerdo, también, que me gustaba quedarme a espiar las conversaciones de los adultos, porque quería aprender a conversar bien, con buenos argumentos. Nadie te enseña a conversar en la escuela. Y yo quería aprender. Quería ser una buena conversadora.

Hooks nos dice que, al alzar la voz, “el contenido de lo que se dice es más importante que el acto de hablar.” Mis ideas, me decían, es lo que te mete en problemas. Tus ideas, Virginia, siempre tus ideas. Decir, qué decir.

La escritora Deborah Levy escribió: “Para convertirme en escritora, tuve que aprender a interrumpir, a hablar en voz alta, a elevar la voz un poco más y aún más, y luego a hablar sencillamente con mi voz, que no es nada fuerte.”

¿Tener una voz o muchas voces? “Encontrar la voz es un acto de resistencia” argumenta Bell Hooks.




                III. Un lugar propio


“La gente rica que va en coche nunca mira a la gente de la calle,
para nada. Los pobres siempre lo hacen…
La gente pobre está acostumbrada a esperar.
La Seguridad Social, la cola del paro, lavanderías, 
cabinas telefónicas, sala de urgencias, cárceles, etc.”
Lucía Berlin

Como he escrito, la escritura ordena el caos de mis notas. Cada idea escrita, y desarrollada, encuentra un lugar en la hoja, en la linealidad del texto. Aunque me veo tentada a hacer un caligrama, porque me gusta mucho más. Maldita computadora que no me deja.

Las palabras encuentran su lugar, o más bien yo les asigno un lugar en la página. Y esto me lleva a reflexionar sobre nuestro lugar o, también, nuestros lugares. ¿Dónde está ese lugar, como en la linealidad del texto, que me pertenezca y me dé sentido? ¿Por qué tengo la sensación de ‘estar fuera de lugar’ o de no estar en mi lugar? ¿Soy sólo yo la que vive buscando un lugar? 

Y entonces me pregunto si existe un buen lugar, ese que se supone que está destinado a nosotros o es simplemente un deseo romántico alimentado desde la infancia. ¿Existe ese lugar soñado, esa pieza que le falta al puzzle? ¿Hay un lugar para cada persona o solo hay una sucesión de lugares? 

La filósofa Claire Marin escribió un interesante libro cuya traducción sería Estar en su lugar. Esperamos que ciertos lugares, ciertos espacios diseñen nuestros contornos. Necesitamos un lugar, porque necesitamos una garantía de estabilidad, de continuidad, de orden. Pero también, al mismo tiempo, el nomadismo de nuestros ancestros y nuestras trayectorias nos reclama. ¿Echar raíces o moverse?

El lugar, nos clasifica. Se nos asigna un lugar, afectivo, social, económico, geográfico, sexual, político. Ciertos lugares son inhabitables, por eso las huidas, las partidas o las deserciones muchas veces son inevitables. 

A esas personas que escapan, se les llama tránsfugas de clase o, también, trasclases. Escapar, ¿siempre escapar? “Las huellas de lo que fuimos en la infancia perduran, incluso si las condiciones de nuestra vida adulta han cambiado”, escribe Didier Eribon, en Regreso a Reims. Los efectos de los determinismos sociales perduran sobre las psicologías individuales, escribirá.

“La esfera privada, íntima, nos reinscribe en el mundo social del que venimos, en los lugares marcados por una pertenencia de clase, en una topografía donde lo que parece surgir en nuestras relaciones personales nos resitúa en una historia y una geografía colectiva”, sigue Eribon.

En concordancia con Eribon, Marin argumentará que aquellos lugares que he ocupado se han quedado en mi cuerpo, en mi memoria, en mi lenguaje, hablarán de mi identidad, porque guardarán las trazas de su elaboración, de los desplazamientos geográficos, sociales y afectivos, visibles o invisibles, que me han llevado hasta aquí. 

Los lugares, ¿son provisorios? ¿Se agrandan? ¿Se achican? Puede ser que estemos fluctuando entre-dos lugares o, yo agregaría, entre-muchos lugares, entre-muchos mundos, entre-muchos tiempos, entre-muchas maneras de ser. 

“Siempre se repite una idéntica sensación, escribe Noelia Ramírez: la de sentirse señalada como una intrusa, como quien ha movido de sitio a una planta y ha dejado a la vista de todos, el cerco que antes ocupaba, su origen y lugar de pertenencia.”

En definitiva, el lugar representa la pegunta filosófica sobre la identidad. Y aquí volvemos al punto de partida: la arquitectura del caos de mis notas y los seres nocturnos que habitan mi casa. ¿Cuántas personas hay en mí? Un caleidoscopio. ¿Una identidad o varias? ¿Cuéntas rupturas me componen?

Partir es romperse dos veces. Es romper con aquella persona que éramos y con la ilusión de sentirse ‘en su lugar’ en alguna parte. “Es renunciar al confort psicológico de ser legítimo a los ojos de los otros. Es romper con la esperanza del reconocimiento. No hay lugares para los extranjeros, los tránsfugas, los trasclase, los homosexuales.”, escribe Marin. Hay que buscarse un lugar donde se pueda.

Si tan solo creyera en el horóscopo, algo tan de moda ahora, me diría, Capricornio, ¿qué te espera este año? Pero entonces, recuerdo a Mark Fisher y sus argumentaciones acerca del falso misticismo y la superstición como la otra cara del capitalismo que todo lo arrasa e instaura un mundo en permanente transitoriedad. Virginia, ¿qué te deparan estos tiempos?

“Concéntrate en las plantas de tus pies. Que absorben energía del planeta Tierra con cada respiración. Céntrate en la cúspide de tu cabeza y recibe la energía de la atmósfera. Más que una cabeza, es ya como la copa de un árbol. Piensa mientras respiras y percibes; con todo tu cuerpo, con la piel y las extremidades, los labios, con cada extremo con cada borde. No amases pensamientos en el cerebro; déjalos circular, como la savia, en cada rincón de tu ser.” Eduardo Navarro y Michael Marder.





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