miércoles, 25 de mayo de 2022

En una lengua cabe un mundo - Liliana Tozzi y Didier Eribon, Lori Anderson y María Teresa Andruetto

 


Fotografía: Marwan en su intervención poética en el centro de Madrid 

¿Cuál es mi casa?
¿Dónde vivo?
Mi casa es la escritura
la habito como el hogar
de la hija descarriada
la pródiga
la que siempre vuelve para encontrar los rostros conocidos
el único fuego que no se extingue.
Cristina Peri Rossi
Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
En Argentina le llamamos simplemente panadero. En España, diente de León. En América del Sur, también amargón, radicha, radicheta o peeta; y en América Central, achicoria, botón de oro, lechuguilla o pelusilla.

Encontré otros nombres muy curiosos también como corona de fraile, achicoria silvestre, bufas de lobo, chinita de campo o, esta sí que es muy graciosa, flor de macho. La imaginación de la gente no tiene límites.

Sin embargo, yo prefiero llamarle panadero. Estos días, el bosque de mi casa, está lleno de panaderos y, atraída por ellos, me la paso soplándolos y presa de un momento mágico, pidiendo los consabidos tres deseos. ¿Dónde está el origen de este pensamiento mágico? 


I. El idioma de esta argentina

Nací en una ciudad triste
suspendida del tiempo
como un sueño inacabado
que se repite siempre.
Cristina Peri Rossi 


He escrito mucho sobre esta inquietud que me persigue, la de pensarme como lengua, y tratar de abordar la pregunta que se hace la escritora argentina Sylvia Molloy, ¿en qué lengua soy? Y en ¿cómo se vive hablando de otro modo?

En esos deambulares lingüísticos, me aboqué a desmenuzar las tensiones que me atraviesan en la coexistencia del español y el francés. Sin embargo, me doy cuenta de que he cometido un acto de olvido imperdonable.

Inmersa en las tensiones entre el español y el francés, me olvidé de otro conflicto idiomático que me atraviesa: ¿español o castellano? ¿Qué español hablo? ¿Qué español escribo? 

Volvamos un paso hacia atrás, ¿hablo español? Claramente no. ¿Cómo qué no?, me dirán ustedes. No hablo español. Los argentinos y argentinas, hablamos castellano, un castellano atravesado por influencias de comunidades originarias y extranjeras. Y no todos los argentinos hablan el mismo argentino, aunque es la lengua que compartimos.

Hablo una lengua que al mismo tiempo es diversas lenguas. Una lengua, o varias lenguas, que interactúan, se relacionan, se imponen, dominan unas a otras, que se utilizan, que cambian y se transforman.

Hablo un español argentinizado o un argentino españolizado, elijan ustedes. Hablo un cachivache. No hablo ni lo uno ni lo otro, como pueden experimentarlo leyendo este y otros textos que he escrito. 

El escritor argentino David Viñas, exiliado durante la última dictadura militar en España, escribió: “¿Qué hacer con nuestra lengua? ¿Se academiza la cosa, se la ‘agayega’, se le pone almidón y se la plancha?”

Confieso aquí que me da pudor cuando me encuentro con argentinos que conservan intacto nuestro idioma, nuestro acento, nuestro tono fuerte al hablar este supuesto español de segunda categoría, como le llamará el escritor argentino Marcelo Cohen.  

¿Me avergüenzo de mi hablar argentino? ¿He traicionado mis raíces? Si, como escribe María Teresa Andruetto, nuestros modos de decir representan las trincheras de la lengua, nuestras pequeñas resistencias, ¿he traicionado - con este cachivache de español argentinizado o de argentino españolizado – a mi lengua de origen?

Tranquila, me digo, ninguna lengua es pura, porque dentro de un idioma caben muchas lenguas. Entonces me pregunto, ¿qué argentino hablo, el del puerto bonaerense, el del norte o el de Córdoba o el de la profunda Patagonia? Y aún sigo, ¿a qué clase social representa mi argentino?

El idioma de los argentinos, el que compartimos, no está exento de tensiones, conflictos, dominaciones y resistencias. Y en mí hablar se evidencian todas y cada una de ellas.



II. El idioma de mis hijas 

Lo único que conozco por ahora es la vida,
me dijiste.
Los pájaros no son los mismos, es verdad,
tendremos que acostumbrarnos a su canto.
Cristina Peri Rossi

Mis hijas hablan un español diferente al mío, muy diferente. Ellas hablan el español de España. Así me dicen, mamá, - ¿puedes alcanzarme el mando de la televisión? cuando yo digo, - pasáme el control de la tele.

Ellas me dicen que llueve, pronunciando la doble ele (ll) a lo español y yo, como una gran parte de los argentinos, les digo, ¿yueve? ¿shueve? ¿yuueeve? 

Aprendí mucho español de la escolaridad de mis hijas, así como de mi amistad con Maribel. Ella ha sido una especie de puente entre estos dos españoles, o entre estos dos castellanos, el de ella y el mío. Podría decir que ha sido, sin proponérselo, la traductora del español para mí. ¿Cómo me ha entendido? ¿Cómo nos hemos entendido?

Hace algunos años, decidí hacer para ellas, que hablan español puro, un diccionario casero de palabras exclusivamente argentinas. Todo empezó porque un día le dije a una de ellas -limpiate la jeta, y me preguntó que qué les estaba diciendo. Entonces, decidimos ponernos manos a la obra, y transformamos un cuadernito en una especie de diccionario bilingüe casero español-argentino.

Empezamos a anotar, por ejemplo, colectivo igual a autobús, celular igual a móvil, departamento igual a piso, baño igual lavabo y así sucesivamente. Con el paso del tiempo, este cuadernito de traducción familiar fue quedando en el olvido por varias razones. 

Una de ellas, por practicidad. Una lengua es viva, local, cotidiana, se aprende usándola (iba a escribir, ¡utilizándola!) en el día a día. En definitiva, y como argumentó Ludwig Wittgenstein, una lengua es una forma de vida.

Otra de las razones, tiene que ver con el paso del tiempo. Las lenguas evolucionan, cambian constantemente (aunque le pese a la Academia de la Lengua Española) y se transforman. 

A mis palabras argentinas les fue pasando el tiempo, se pusieron viejas, se fueron dejando de usar porque ya no se habla como se hablaba. La lengua, mi lengua, ya no está en el mismo lugar en el que la dejé. Por lo tanto, de nada sirve enseñarles palabras que han ido cayendo en desuso. Además, ahora desconozco las nuevas que se usan. 

Nuestros castellanos conviven, se nutren, me cambian. Solo una de mis hijas, dicen que tiene una casi imperceptible traza de argentino en su habla. Nosotros no nos damos cuenta, pero fue una remarca constante en su escolaridad. Ella pronuncia la ce aparentemente como nosotros y no como los españoles. Jamás he notado esa diferencia si ella no me lo hubiera dicho. 

Un profesor llegó incluso a decirle que jamás hablaría el español correctamente. Y yo me pregunto aquí – como lo han hechos otros hispanos parlantes – qué es hablar español correctamente.

El escritor colombiano Fernando Vallejo dice "que preguntarse quién habla bien es una tontería porque el castellano se habla como se puede en todas partes, en todos los ámbitos del idioma.” 

Y la escritora argentina María Teresa Andruetto agrega, “¿qué es hablar bien? Un idioma es una entidad en permanente movimiento, en permanente transformación; es una inmensidad, es un río.”

Somos de la misma familia, y hablamos el castellano de maneras diferentes, unas representan la forma dominante del español y otros representamos las modalidades americanas de la lengua. 

Y sin embargo me sigo preguntando si aún sigo siendo vocera del argentino, porque ahora no sé muy bien lo que hablo. 

¿Español o argentino? ¿Argentino o español? Escribo aquí en lugar de acá, y digo, ese departamento tiene dos lavabos, y entonces me pregunto si he traicionado a mi lengua. 

Y mientras escribo esto empieza a rondarme la inquietud de, ¿cuál es la lengua materna de mis hijas?



III. El idioma de los latinos

La lengua es mía,
pero no solo mía.
Alejandro Nicotra

Supongamos que aceptamos transitoriamente que muchas personas, de diferentes países, hablan español. 

María Teresa Andruetto, en su excelente discurso en el Congreso de la Lengua Española, celebrado en la ciudad de Córdoba, en Argentina, nos dice que el 95% de los hispano-hablantes no son de España, y que los españoles representan solo un 5% del total de las personas que hablan español. 

Pero son los que tienen el monopolio de este idioma.  En relación con esto, la escritora se pregunta “¿de quién es la lengua? ¿quiénes le dan nombre? ¿es la misma lengua de todos? ¿quiénes son sus dueños?” 

Al monopolizar el dominio sobre el español, la Real Academia Española, cree que pasaremos por alto que la lengua también es poder, poder simbólico, poder económico y poder lingüístico: ¿qué se dice? ¿quién lo dice? 

Como bien sabemos en América Latina, el español es la lengua que se impuso de maneras cruentas sobre las lenguas de los pueblos originarios. Es la lengua de la conquista. 

Y aquí me parece muy interesante traer a colación la incógnita que se plantea el escritor estadounidense John Edgar Wideman, o la escritora algerina Assia Djebar, sobre lo que significa escribir de la dominación en la lengua de los dominantes. ¿Quién define y quién es definido por las palabras?

“De modo que escribo, y en francés, la lengua del antiguo colonizador, pese a lo cual se ha convertido irreversiblemente en la de mi pensamiento, mientras que sigo amando, sufriendo y rezando (cuando, a veces, lo hago) en árabe, mi lengua materna”, escribió Assia Djebar.

Pero volvamos al idioma de los argentinos y de los latinoamericanos. Como bien sabemos, no hablamos el mismo español en Argentina, o en Chile o en Ecuador. Los argentinos hablamos el español más impuro de Latinoamérica. Por lo tanto, soy usuaria, como argumenta Andruetto en su libro La lectura, otra revolución, de la lengua desobediente. Y soy una usuaria bastante desobediente.

También entre los latinoamericanos necesitamos traducción. Tengo una muy querida amiga mexicana que una vez me dijo, -corre que perdemos el camión, a lo que yo le respondí, - ¿qué tenemos que correr? Y ella me dijo, - el bus.

Con ella también hacemos listas telefónicas de palabras mexicanas y su equivalente en argentino. Muchas veces, debo interrumpir su narración para decirle si lo que yo estoy entendiendo es correcto. Por suerte para mí, ella tiene una paciencia infinita en nuestras largas charlas telefónicas.

“En una lengua cabe un mundo”, argumenta Andruetto. Por suerte, la lengua sabe transformarse, tiene sus formas de inventar, de inventariar, de descubrir, de concebir, de comprender. Una lengua se inventa todo el tiempo.

Entonces, ¿cómo hago para elegir las palabras con las que nombrarme?

¿Es posible reconciliar dos historias diferentes? ¿puedo unificar los elementos que me componen? El yo es frágil, provisorio, parcial y se sitúa en la intersección de múltiples identidades. Esta intersección, escribe Didier Eribon “no está dada de una vez por todas. Ella se construye y se inventa sin cesar.” 

Y nos muestra cómo la identidad personal está ligada a la identidad colectiva, a la del grupo al cual pertenecemos. “¿Cómo hablar y pensar de una y de su historia? ¿Con qué palabras emprender esta tarea? ¿Quién posee esas palabras y quién las ha creado? ¿Quién da las definiciones y quién es definido por ellas?” El lenguaje, dice Eribon, es uno de los terrenos decisivos de la batalla que se emprende cuando se aborda la cuestión ¿quién soy yo?

Liliana Tozzi en su libro Sujetos en tránsito, argumenta que “El lenguaje se constituye en lugar de la búsqueda y de la construcción de un relato identitario que se arma en su propia transformación, que encuentra en la huella, en la traza, su sentido y su razón de ser.” 

Y agrega, “Moradas inestables, trayectos cuyos puntos de partida y de llegada se difuminan, traslados en el espacio que implican desplazamientos culturales, dislocaciones que se incrustan en la lengua, inscripción de un sujeto cuyo lugar de enunciación se vuelve inestable y múltiple, una morada que se construye de fragmentos.”

¿Panadero o diente de león? ¿Lechuguilla o flor de macho? ¿Pelusilla o corona de fraile?

“Despréndete de las cosas que dejaste. ¿Podría haber hecho eso? ¿Podría haber dicho eso? Los miedos lejanos de la infancia. La falta de un yo sólido. El recuerdo de tu propia felicidad. El recuerdo de tu propia felicidad atrapada en tu flujo de pensamientos. Despiértate. Despiértate. Los relojes se pararon. Una vez te pusiste eso. Una vez hiciste eso. Todo lo que sabías acerca del tiempo. Deslizándose. Repitiéndose. No tengas miedo. Como todas las mañanas. Aceptá esto. Lori Anderson 



No hay comentarios:

Publicar un comentario