sábado, 30 de enero de 2021

Tiempos de echarse al mar y navegar - Enero, el mes en el que las flores aún duermen.

 


“Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te llamo, sin dudas en algún lado organizas de nuevo la familia, o me ordenas las sombras, o cortas esos ramos que bordan tu regazo para dejarlos a mi lado cualquier día”.
                                                                                                                                                                                    Olga Orozco

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com

Enero es el mes, en el hemisferio norte, del invierno y con él bien instalado, atravesamos un mes vacío de flores. Por acá, además, no para de nevar….

En la mitología romana, enero es el mes de Janus o Jano (Ianus), el dios de las transiciones. Con sus dos caras, una que mira hacia el pasado y otra hacia el futuro, Janus era, además, el dios de las puertas, los comienzos, las transiciones y los finales. Es por ello que le fue consagrado el primer mes del año, y se le invocaba públicamente el primer día del año.

“Pero donde los días entretejen pacientes sus coronas, ella sintió filtrarse hasta sus venas las hondas estaciones.” Olga Orozco

En enero, las flores aún duermen y lo seguirán haciendo unos meses más. Esas perfectas compañeras, o acompañantes, en la intensidad de los ritos de pasaje de las personas, en esos momentos de transición como son los nacimientos, las uniones, una celebración o un duelo.

Una flor particular marca nuestra última transición y, en enero, he recordado que la Nelumbo nucífera, más comúnmente conocida como loto sagrado, es la flor sagrada para los budistas que acompaña al ser humano en su pasaje al más allá.

“¿Cómo encontrar bajo invencibles lianas esa respuesta a un alma que interroga incesante?"  Olga Orozco.

Como la flor de esta planta acuática emerge unos 20 centímetros sobre la superficie del agua, lo que la distingue de los nenúfares, ella simboliza la elevación y, dice Gilles Clément, “remite al conjunto de especies cuyo modo de vida explora a la vez el suelo, el agua y el aire, las tinieblas y la luz”. En ella, se concentra todo el esplendor de la flor, “todo lo que puede reducirse a los valores del espíritu: lo inmaterial”. 

¡Qué curioso! Cuando nos preguntamos qué es un jardín, rápidamente los imaginamos al estilo occidental, o puede que oriental….pero no nos hemos detenido en el hecho que el origen del jardín es muy sencillo… ¡la huerta! 


Es ahí donde empezó todo. “En el huerto, y solo ahí, el jardinero o jardinera atento a la economía de gestión máxima procede al reciclaje de los deshechos y las energías. […] Todo está ahí en potencia: lo útil y lo fútil, la producción y el juego, la economía y el arte. Del huerto nacen todos los jardines, atraviesa el tiempo y contiene el saber”, argumenta Clément, que por cierto es un experto jardinero y filósofo.

Los nómadas no hacen jardines, nos dice. “El primer jardín es aquel en el que el ser humano decide cesar su vagabundeo”. El primer jardín nos alimenta y, por ello, lo hemos cerrado ya que hay que proteger lo más preciado: las hortalizas. 

Sin embargo, el principio del jardín es constante: acercarse todo lo posible al paraíso, a ese lugar donde el alma se repone, a ese espacio que emerge como promesa de antídoto para la tristeza.

Thoreau escribió que “La tierra no es meramente un fragmento de historia muerta, colocado estrato sobre estrato como las hojas de un libro, para que la estudien sobre todo geólogos y anticuarios, sino que es poesía viviente al igual que la hoja de un árbol”.

Las huellas en el cuerpo de una escritora talladas en poesía, Gloria Anzaldúa

Este año, leí, que tuvimos que ver el mundo desde una ventana. Decía Gastón Bachelard que “Cuando la ventana es más estrecha, más lejos podemos ver.” ¿Qué tan lejos hemos llegado? O ¿cuán profundo? 

Matisse es el artista que, aparentemente, demostró que mirar es una parte importante de la creación artística. Se considera que es quien mejor ha sabido contemplar la tranquilidad. Según Aratxu Zabalbeascoa, el pintor francés, se propuso desde la ventana “pintar los colores imposibles de todas las horas del día". Últimamente me parezco a Matisse, con la diferencia que ando tratando de atrapar palabras u hojas de todas las horas de estos días.

“Cómo llaman aquellos que se van a los que nunca vuelven”. Olga Orozco

¿Qué pasó en el camino que de crear huertas para alimentarnos hemos pasado a desatender lo que comemos? ¿Cómo es posible que tantas personas sean alimentadas por tan pocas manos? En su libro Ciudades hambrientas, Carolyn Steel, nos muestra que controlar el alimento es poder. Y eso, amigas y amigos, en manos de sólo tres grupos empresariales, debería aterrorizarnos.



Dice Antonio Muñoz Molina que “la psicopatía de los poderosos da tanto miedo como la de los asesinos en serie". Nunca me ha parecido más acertada una frase, viendo el panorama exterior.

“Más he de recordar que estoy aquí y que seguiré anhelando, agarrando pizquitas de claridad, haciendo yo misma mi vestido de sol, de luna, el vestido verde-color de tiempo con el que he soñado vivir alguna vez en Venus”. Gioconda Belli

Y mientras camino, sigo llenando esta casa de hojas…

Atravesamos tiempos de congoja e incertidumbre. Este enero invernal abre la puerta a nuevos diseños individuales y sociales. ¿Cuánto de lo pasado quedará en lo nuevo?

Es en esos cruces de caminos, en esas encrucijadas, donde debemos volver a los libros ya que ellos nos recuerdan el pasado y sacuden nuestra memoria, recordándonos que lo que ocurre ya ha ocurrido en otros tiempos. El ser humano ha sobrevivido a pestes, guerras, hambrunas, traumas y genocidios…

Dice Irene Vallejo en su Manifiesto por la lectura que somos una especie muy frágil, y que por ello no resistimos bien al hambre, ni a los cambios de temperaturas, no volamos ni somos capaces de vivir bajo el agua y que “hasta un virus minúsculo nos pone en peligro”.

Sin embargo, hemos desarrollado una capacidad asombrosa que nos ha permitido vivir bajo el agua, volar, soñar, sobrevivir a temperaturas brutales: la imaginación. Habiéndose aliado “con nuestro lenguaje, nos permite soñar lo inconcebible, colaborar y fortalecernos unos a otros. Somos la única especie que explica el mundo con historias, que las desea, las añora y las usa para sanar. Nuestra auténtica fortaleza es creativa”. 

Y agrega que, “En épocas convulsas, lo escrito actúa como depósito fiable de las ideas que nos anclan y nos rescatan”.

Somos narradores o contadores de historias. Necesitamos las palabras adecuadas para contar y contarnos, y para “encantar a quienes nos escuchan” o a quienes nos leen. El lenguaje nos permitió escapar de las ataduras de la evolución biológica para “desplegar las alas de la evolución cultural”. 


Hemos fabricado una poderosa herramienta que nos ha permitido hablar, registrar lo que decimos, y legar a las generaciones futuras nuestras experiencias registradas y nuestros saberes. Esos que nos permiten entender que, incluso en momentos de crisis, todo pasa.

Para terminar, Gilles Clément me viene al dedillo aquí, cuando se pregunta que “si bien el jardín histórico – el que está en las memorias y en los libros de referencia – debe transcribir el pensamiento de una época, ¿cuál sería el dibujo del que se anuncia? ¿Qué forma dar al jardín de la era ecológica?”


No fue nuestra culpa si nacimos en tiempos de penuria.

Tiempos de echarse al mar y navegar.

Zarpar en barcos y remolinos

huir de guerras y tiranos

al péndulo

a la oscilación del mar.

El que llevaba la carta se refugió primero.

Carta mojada, amanecía.

Por algún lado veíamos venir el mar.

Cristina Peri Rossi




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