jueves, 18 de abril de 2024

Los silencios creativos y las dinámicas aprendidas - Tillie Olsen, Jessa Crispin, Virginia Woolf y Toril Moi.

 

"¿Cuándo queda tiempo para recordar, cribar, sopesar, estimar o hacer balance? En cuanto empiece, alguien me interrumpirá y tendré que volver a recogerlo todo una y otra vez. O si no, quedaré sepultada por todo lo que hice o no hice, lo que debería haber sido y lo que no pudo evitarse".

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
De esta manera comienza Aquí me tienes, planchando, cuento de la magnífica Tillie Olsen que se encuentra dentro de su libro Dime una adivinanza, publicado entre 1956 y 1960, y en el que podemos adentrarnos en la imagen de los silencios que atraviesan a los subalternos del campo de la tradición literaria. 

Gracias a los aportes del feminismo, pero especialmente al libro de Virginia Woolf y su libro Una habitación propia, el aislamiento de las mujeres comienza a resquebrajarse, especialmente, a partir de la segunda mitad del siglo XX. 

Una de las particularidades de la disputa es la articulación del conflicto en dos frentes: el combate social y político y el cultural y literario. Este último va a evidenciarse sobre todo en la obra de Olsen. 

En el plano literario, las mujeres toman la palabra y, al mismo tiempo, van a construir trabajos que van a situarse como una contra fuerza que va a poner en cuestión ciertos presupuestos de la tradición e institución literaria. ¡Por fin! 

Al primer curso de estudios sobre escritura, al que asistió la escritora estadounidense Bell Hooks, lo dio Tillie Olsen. En esa asignatura, la autora compartía con las estudiantes, por un lado, los silencios de la historia y de la historia de la literatura en relación a la producción de las mujeres y, por el otro, la dolorosa historia de su combate en tanto que mujer de clase obrera, que hacía malabares entre la vida familiar, el matrimonio y una larga lista de trabajos precarios, al mismo tiempo que intentaba lanzar su carrera de escritora. 

Según Hooks, Olsen les brindó un testimonio de primera mano de los sacrificios y el sufrimiento que le costó. Su testimonio, escribió Hooks, me ha removido hasta el fondo de mi alma, pero quién no se emociona leyendo a Tillie Olsen.

Olsen, entre otras autoras como Adrianne Rich, Audre Lorde o Alice Walker, van a situar, en el centro del debate, ya no solo las condiciones materiales de la escritura de las mujeres en el seno del campo literario sino también la cuestión de la raza. Todas ellas, a su manera y con sus estilos, van a abordar los silencios sobre los que el canon literario se ha erigido.

Tillie Olsen no es una escritora prolífica, es una escritora de un solo libro. Es ella su sujeto de exploración y, al mismo tiempo, lo somos todas. 

En ese camino, no sólo va a examinar los supuestos de la creación sino que va a desarrollar su hipótesis sobre los silencios forzados que la atraviesan, y que están principalmente asociados con la clase social, el género, la raza y la época. 



Así, se evidencia en sus trabajos, no sólo la opresión económica de las mujeres  sino también la opresión intelectual y creadora.

En Silencios, uno de sus ensayos publicado en 1965/1972, retoma sus cuentos para explorar las condiciones de la creatividad, es decir, las condiciones propicias para la escritura, esas que, según un amplio consenso, permiten el pleno rendimiento del artista. Ese mundo, como escribe Henry James, en el que hay que quedarse, habitarlo, y en el que no hay ninguna otra cosa que cuente.

Al abordar la creación, Olsen remarca – tomando las reflexiones de sus antecesoras – que las grandes obras de la literatura nacen de una dedicación absoluta, como bien se desprende del comentario de Henry James, por citar a alguno. 

Contrariamente a lo que se supone, la autora estadounidense va a resaltar que los procesos de creación literaria están, a veces, atravesados por silencios – del de los grandes escritores al de aquellos que no pueden escribir y que no serán publicados - que ella se ocupará de clasificar y tipificar detalladamente, como una manera de entender por qué ciertos grupos están -¿estaban?- tan poco reflejados en la producción literaria. 

En este abordaje, llega a la conclusión de que la mayoría de los silencios creativos no son naturales, como algunas personas quisieran creer, sino que son más bien forzados. 

Efectivamente, argumenta, hay toda una variedad de silencios o censuras. Los hay de tipo personal, que se producen cuando el autor pierde su voz característica, o cuando los editores rechazan publicar sobre ciertos temas. 

También especifica un tipo de censura interna, que está relacionada con la religión o la política, y otra que es la que se impone a los escritores silenciados por los gobiernos de turno. Están, además, los silencios más personales, aquellos que atraviesan a un escritor que luego de publicar un libro memorable, deja de hacerlo. 

Sin embargo, a Olsen le interesan los silencios que atraviesan a las personas cuyas vidas nunca se consagran a la escritura, no por falta de méritos, sino por falta de tiempo y dinero: los silencios de aquellas personas que deben luchar día a día por su existencia, los pobres, los analfabetos y las mujeres.

Para funcionar a pleno rendimiento, el trabajo creativo necesita de todo una red de contención y apoyo familiar que las mujeres suelen no tener. Queda claro, escribe, que las grandes obras surgen a partir de aquellas vidas que pueden permitirse una dedicación y una entrega completa. 

El trabajo creativo sustancial necesita tiempo. Solo quienes se dedican a él por completo obtienen logros significativos.


Esta exploración de los silencios de las mujeres escritoras la lleva a algunas conclusiones que hoy ya conocemos pero que, escribiéndolas en 1972, nos siguen pareciendo sumamente lúcidas, sagaces y actuales. 

Y tan actuales que, en el 2019, la Royal Society of Literature lanzó una encuesta sobre las condiciones de la creación literaria. De los resultados, emergió la idea que, noventa años antes había descrito perfectamente Virginia Woolf en Un cuarto propio: para escribir se necesita un cuarto propio y dinero.

Tillie Olsen, como casi todas, se reconoce deudora del trabajo de Woolf, una especia de hermana pequeña, y decide situarse en el centro de la exploración política de su producción literaria. Explorando sus propios silencios, Olsen argumenta que criando a cuatro hijas, trabajando en innumerables oficios precarios que no tienen que ver con su obra, ocupándose de las tareas domésticas y de la militancia política y sindical, poco tiempo queda para alimentar constantemente el trabajo creativo. 



Yo misma he llegado a enmudecer, y he tenido que dejar morir la escritura que llevaba dentro, una y otra vez, escribe. 

Como ella mismo escribió, es una escritora de un solo libro, éste, y de dos pequeños pero sublimes ensayos, que recomiendo. 

Si observamos detalladamente la producción artística de las mujeres, podremos encontrar ciertos elementos que se reproducen continuamente: la falta de tiempo, las multitareas, el cansancio, el trabajo doméstico y de cuidado, la discontinuidad de la producción, la compaginación de una vida familiar muy demandante con una vida laboral, la carga mental, salarios muy bajos, trabajos precarios y la maternidad.

En una entrevista le preguntaron a Alice Munro, premio nobel de literatura, por qué escribía cuentos y no novelas, a lo que ella respondió que lo hacía así, y no sabría hacerlo de otra manera, porque el cuento era el formato que le permitía escribir entre las tareas de la casa y el cuidado de sus hijas. Nunca hubiera tenido tiempo para escribir una novela, dijo.

El trabajo constantemente interrumpido y aplazado, dice Olsen, hace casi imposible la escritura: la distracción se vuelve costumbre.

"Por lo que a mí respecta, no publiqué mi primer libro hasta los cincuenta, crie a mis hijas sin ningún tipo de ayuda doméstica o de la tecnología – no olvidemos que la primera bomba atómica empezó a fabricarse en serie antes que la primera lavadora – trabajé fuera de casa a jornada completa, no fui capaz de matar al ángel de la casa porque nadie iba a hacer su trabajo, y tampoco hubiera matado, en caso de haber podido, la parte cuidadora del ángel de Woolf, tan alejado del mundo literario como mi mundo personal ha estado de la literatura en sí misma en todos sus aspectos. […] En efecto, los años que debería haber pasado escribiendo, los pasé entregada, en cuerpo y alma, a otras tareas ineludibles".

Publicó su primer libro después de los 50 años, cuando obtuvo una beca por un año y pudo consagrarse enteramente a la escritura rompiendo con los constantes intentos e interrupciones que habían caracterizado su producción. Todo se antepone a la escritura, en la vida cotidiana de las escritoras, a excepción que te paguen por hacerlo. No todas las mujeres tienen un cuarto propio.

Cuando no tenía tiempo para dedicarme a la escritura, dice Alice Munro, las historias se la pasaban dando vueltas en mi cabeza durante tanto rato que para cuando lograba sentarme a escribirlas ya estaba metida en ellas a fondo.


Katerine Mansfield escribió que la casa y su matrimonio con el escritor John Middleton Murry, le absorbía todo su tiempo. "Cuando tengo que volver a limpiar o fregar cosas innecesarias mi impaciencia es espantosa, y lo único que deseo es ponerme a trabajar [en la escritura]. […] Hoy me odio a mí misma. Odio a esa mujer que revisa cada cosa que haces, y corre de un lado a otro, protestando cada vez que suena un portazo o se derrama un poco de agua, y no deja de gritar: ¡Al menos podrías vaciar el cubo de la basura y lavar las tazas de té!".

No olvidemos que las escritoras de grandes obras literarias no se casaron o no tuvieron hijos, y si lo hicieron contaron con ayuda doméstica. Pienso en, por ejemplo, nuevamente Virginia Woolf. En alguna parte de sus Diarios anotó, a propósito de su padre, que de haber vivido su vida habría acabado por completo con la mía. […] Nada de escribir, ningún libro. Inconcebible.

Y para cuando los hijos crecen, las costumbres aprendidas se quedan contigo y forman parte de ti. Es un coste muy grande que atraviesa a la mayoría de las mujeres. 

Las que escribimos, dice Tillie Olsen, en su excelente ensayo, Una de doce, somos únicas, somos supervivientes. Una mujer publicada por cada doce hombres. Y no se crean que, pese a los avances, esta tendencia se ha revertido. Basta con mirar las estadísticas actuales de publicación.

Una década después de la publicación de los dos ensayos de Tillie Olsen, una pionera de la ciencia ficción, Joanna Russ, escribió un excelente libro del que escribí en este blog, Cómo acabar con la escritura de las mujeres (1983) y en el que, entre otros aspectos, resalta que la pobreza y la falta de tiempo son grandes impedimentos para la producción artística de las mujeres.

Es gracias a Joanna Russ que conocí a Tillie Olsen y a otras. No han sido los libros escolares, ni académicos, los que me han descubierto ese universo literario femenino. Han sido las escritoras quienes han trazado caminos, han abierto puertas y ventanas para que yo pudiera conocer a otras. Y las amigas, mi hermana, Maribel…

Si algo ha unido a las escritoras, y a una mayoría de lectoras como yo, es que todas reconocen en Virginia Woolf una filiación literaria y una profunda influencia. Todas son, o somos, hermanas pequeñas de Woolf. "Hay tantas VirginiasWoolfs", escribe Valérie Favre en su magnífico trabajo, como escritoras. 

Ellas, explica Favre, se han dado a la tarea de entender los silencios de la historia pero también a completar la historia, reviviendo a las autoras de textos olvidados, cuestionando el canon establecido y escribiendo una historia literaria en femenino. 

Como escribió Adrianne Rich, en 1979, a propósito de sus propios silencios: Bajo mis párpados otros ojos se han abierto, o Audre Lorde publicando su libro La transformación del silencio en un lenguaje de acción (1977).


Aunque Tillie Olsen escribió hace mucho tiempo, sus libros no describen un mundo muy diferente del actual, ¿o sí? Si mientras lees este texto todo esto te suena, te parece actual, te pasa a ti y a las mujeres que conoces, sea en el ámbito que sea, entonces estos libros siguen siendo necesarios y muy actuales.

Pero, cuidado, escribe Jessa Crispin, si estas utilizando esta excusa para ocupar espacios de toma de decisiones y reproducir los mismos patrones de dominación y misoginia, como también viene sucediendo estos últimos años. Si es así, el esfuerzo y las batallas de nuestras antecesoras no han servido para mucho.

Muchas veces, incontables, hemos charlado sobre los silencios que nos atraviesan. Hemos compartido las tácticas para mantener todas las interrupciones a raya. A veces lo hemos logrado. Otras no. 

Han pasado siete meses desde mi último escrito. He intentado reflexionar sobre todo lo que me ha impedido escribir. Agradezco la insistencia desmesurada de muchas amigas para que siga adelante, especialmente de Maribel que tiene una energía ilimitada. 

En esas charlas, una que tuvimos con ella, quedó rondando en mis pensamientos. Ella me preguntó que por qué yo creía que las mujeres no se lanzaban, yo escribiría abalanzaban, a escribir así sin más, por qué tienen tanto miedo, tantas inseguridades, si somos las que más leemos.

Todos estos meses, esa idea me estuvo rondando. Tenía suficiente material en mi cabeza para escribir esto, pero algo me faltaba. Daba vueltas, escribía de otras cosas, pero seguía faltándome algo. Yo ya había leído el sublime Dime una adivinanza, de Tillie Olsen, pero me faltaba algo. Ese algo era su libro Silencios. Tan lejano en el tiempo, pero tan actual.

Las mujeres leemos más que los hombres. Es un hecho constatado. Pero aún así, somos menos publicadas que ellos, recibimos menos premios literarios, tenemos más dificultades para encontrar el tiempo necesario para la creación, no contamos con espacios propicios ni con el dinero necesario para hacerlo. 

Todo se nos antepone a la escritura. Y, para rematar la tarea, está ese canon literario, esos libros de los grandes maestros, la academia, la crítica, para decirnos que no estamos a la altura.

Para tomar coraje, tenemos que empezar por revivir a aquellas, las pocas que, pese a todo y contra todo, lo hicieron. Como escribió Toril Moi, las mujeres escriben y escriben sobre las mujeres. Hay que reescribir nuestra historia en la literatura y tenemos que renegar del canon literario y buscar nuestra herencia literaria en femenino.

Porque para desplegar el talento, necesitamos de nuestras predecesoras, necesitamos esa herencia literaria, necesitamos más Virginias Woolfs, muchas más, un cuarto propio y dinero. 

Tillie Olsen es la culpable de que muchas escritoras salgan de sus silencios y escriban. Porque como dijo en una entrevista, pese a las interrupciones del proceso creativo que la frenaban, la loca perseverancia y la resiliencia de la aspiración literaria la empujaban a salir del silencio y a denunciarlo, desgajarlo, pensarlo. 



Hey

Vamos
salgan
de donde estén.
Necesitamos tener esta reunión
junto a este árbol
que ni siquiera
fue plantado
aún.
June Jordan





sábado, 16 de septiembre de 2023

Cómo vivir serenamente la madurez de nuestro cuerpo - Naomi Woolf, Iris Marion Young, Camille Froidevaux Metterie y Gioconda Belli

 


Temo el rumbo que me están anunciando
las palabras que se arremolinan bajo la puerta.
Los chasquidos de las hojas secas,
suben con sonido de lástima desde el Valle Ticomo,
a zarandear ventanas por donde asoman
nuevos verbos temibles.
Gioconda Belli


Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
Se nos suele decir, a la hora de escribir, que hay que encontrar una voz, tú voz propia, única y reconocible. Y yo me he pregunto ¿por qué tengo que tener una voz? Si tengo una voz, significa que ¿soy una sola virginia?

No tengo una sola voz sino muchas. No soy una virginia sino muchas. Yo soy todas esas voces. Yo soy todas esas virginias. Soy esa poesía que aún me queda por leer.

También soy, como escribió Sara Ahmed, una aguafiestas. Siempre estorbando, preguntando, cuestionando los preceptos dados por hecho, inamovibles, inflexibles. O, como escribió la magnífica Bell Hooks, una respondona.

¿Cómo se convierte una en una aguafiestas?, se pregunta Sara Ahmed. Cuestionando lo que se da por sentado. Simplemente así.      

¿En qué preciso momento empiezas a sentir que lo que te pasa, también le pasa a muchas otras personas y que eso necesita de una profunda reflexión? Creo que fue cuando escuché a las mujeres, incluso si hablaban en susurros. 

Entonces empecé a leer a mujeres y fui descubriendo autoras que me  revelaron un mundo. Leer ha sido una valiosa herramienta de reconstrucción. Los libros me han prestado palabras para nombrar algo. 

Es en las encrucijadas, escribe Irene Vallejo, cuando necesitamos volver la mirada a los libros. Porque lo escrito, actúa como depósito fiable de las ideas que nos anclan y nos rescatan. Y yo agregaría, leer juntas, conectándonos y apoyándonos las unas con las otras. 

Al mismo tiempo, como escribe Bell Hooks, he ido tenido tiempo para experimentar y tiempo para pensar sobre lo que he experimentado. Es en el espacio privado en el que, especialmente las mujeres, deben realizar una profunda reflexión, aunque sea una reflexión que no es tan evidente. Porque es en ese espacio íntimo donde las prácticas de dominación nos arrebatan la identidad, nos aterrorizan y nos quiebran. 




La división entre el espacio público y el privado, ha permitido que en éste último las prácticas de sometimiento sobre las mujeres fueran más eficaces. Por eso es imprescindible reflexionar, para recomponer las grietas, los trozos, los fragmentos, lo que se ha roto, lo que ha quedado en el camino.

Y todo el tiempo se oye esa voz de fondo que nos dice que no deberías hablar de eso. Que lo privado no debe hacerse público. Sin embargo, aquí me tienen, hablando de ello. O al menos intentándolo. Es un ejercicio de arqueología personal que me ha llevado a leer diferentes voces sobre algo que es nuestro pero de lo que se ha reflexionado poco: mi cuerpo. 


El fin se anuncia
cuando aún no he acuñado las palabras para poder entenderlo.
Me he negado a escribir la soledad de mi descubrimiento.
¿Cómo escribir esto?
¿Cómo darle voz a este miedo?
¿Cómo reconocerlo cuando todos lo niegan?
No es aceptable tenerle miedo a la madurez,
al deterioro. No. Hay que pretender que no pasa nada.
Salirle orgullosa al paso.
Todavía.
Gioconda Belli

El cuerpo, mi cuerpo, ha golpeado contundentemente a mi puerta, y no me ha dejado pasar de largo, darle largas, dejarlo arrinconado. No es algo que comenzó de repente sino que más bien empezó poco a poco y fue ganando espacio en mis pensamientos y en mis charlas con amigas. 

Reflexionar sobre mi cuerpo, o sobre el cuerpo de las mujeres es una tarea ardua, pero necesaria. Vuelvo a tomar prestadas las palabras de Gioconda Belli, aún no he acuñado las palabras para poder entenderlo. 

La experiencia del cuerpo siempre es una incógnita, porque se entrelazan lo que es, el que tenemos, con el que se supone que deberíamos tener y vivir. En general, el que tenemos nunca está a la altura del que se supone que como mujeres deberíamos tener. Este es mi cuerpo, esta soy todas las yos que me habitan.

Y así me re-apropié de la tan conocida frase de Virginia Woolf, de tener una habitación propia, y la extendí a lo de tener un cuerpo propio.  Un cuerpo propio a los 52 años, vaya. 

¿No es una contradicción postular el deseo de tener un cuerpo propio, cuando el cuerpo es de una, por tanto propio? No. Y ya verán a qué me refiero.

Si buscas, rápidamente llegas a la conclusión de que el cuerpo de las mujeres, es ese gran olvidado, especialmente en la lucha por la emancipación. 

Un cuerpo que como tal, situado en un tiempo y en un espacio, es una construcción, que cambia con las épocas, entre las culturas y entre las clases sociales. Contrariamente a lo que nos han hecho creer, el cuerpo ideal no existe. 

Más bien diríamos que el ideal de un cuerpo perfecto nos revela las obsesiones culturales de una sociedad determinada. Es el cuerpo que encaja en las normas determinadas de una cultura y de una época. Es el cuerpo normativo.

El cuerpo actual, el de ahora, el dominante, el hegemónico, tiene que ser “terso, de pechos pequeños, caderas estrechas y de una delgadez púber”. Tiene que ser joven. Ese cuerpo es político. 

Detrás de ese ideal de delgadez y fragilidad extrema se percibe una idea de obediencia y subordinación total y es, como escribe Naomi Woolf, el último y el mejor de los sistemas de creencias que mantienen intacta la dominación masculina.



Virginia, no deberías hablar de eso.

Para encajar en ese ideal, se espera que las mujeres sigan dietas estrictas, que controlen su apetito, para así mantener su tamaño y su forma: frágiles, delicadas y delgadas. ¡A cerrar las bocas chicas! nos repiten a cada minuto.

Tenemos prohibido hacernos grandes porque debemos ocupar el menor espacio posible y no llamar la atención. Debemos existir solo para ser vistas, estar a disposición de otro. 

Y escribe Woolf que cuando los derechos reproductivos le dieron a la mujer occidental control sobre su cuerpo, las modelos empezaron a pesar un 23% menos que mujeres normales, los desórdenes alimentarios se multiplicaron y se promovió una neurosis colectiva que usaba la comida y el peso para quitarles a las mujeres la sensación de control.

Entre todos los cambios que vienen con los años, y de los que no se habla nada y no se quiere hablar, subir de peso es uno de los que más atemoriza a las mujeres, aunque ahora te digan que todos los cuerpos son válidos. El peso es un poderoso medio de control y de dominación. 

La dieta es el sedante político más potente de la historia de las mujeres Una población que enloquece en silencio es una población manejable, escribe Naomi Woolf al respecto.

Hay que hablar de esto, y mucho, si es que queremos dejar de ser objetos de observación para ser sujetos de acción. Porque queremos recuperarnos.

Hacer algo como una chica: Iris Marion Young

En 1977, la filósofa estadounidense, Iris Marion Young escribió un interesantísimo libro cuyo título puede traducirse así: Sobre la experiencia del cuerpo femenino: Lanzar como una chica y otros ensayos.

Como trabajo con el cuerpo en movimiento, el ensayo de Young me llamó poderosamente la atención, porque ella sostiene que las niñas y los niños se mueven de diferentes maneras en el espacio, porque no tienen la misma relación ni con el cuerpo ni con el espacio.

Lo que Young constata es que el cuerpo de las niñas siempre está limitado, retenido. Están encerradas en un ‘yo no puedo’ definitivo. Creeme, esta es la mayor dificultad con la que me encuentro al trabajar con las niñas, en mostrarles que su cuerpo y su movimiento no tiene límites.

Young especifica que la relación de las mujeres con el espacio, y con el mundo, es sinónimo de límites, indecisiones y frustraciones. Su cuerpo se concibe desde los términos de la pasividad y si no exploran todas sus potencialidades corporales es porque han interiorizado el principio de que su cuerpo es un objeto de la mirada del otro.

Desde chicas, las niñas aprenden una serie de sutiles hábitos relativos a su comportamiento: a caminar como una chica, a sentarse como una chica,  a adquirir una gestualidad de chica, a desarrollar una timidez corporal. Habiendo interiorizado la necesidad de limitar sus movimientos, desarrollan una timidez corporal que determina su relación con el espacio: retención y miedo.

Para más claridad, quizás recuerden que en el 2014 salió una publicidad titulada qué significa correr como una chica. Ahí pudimos ver que el hecho de hacer algo como una chica era sinónimo de comportamientos ridículos, ineficientes, torpes e ineficaces. ¿En qué preciso momento hacer algo como una chica se convirtió en todo eso?

En los años ’70 y ’80, en los Estados Unidos, se realizaron una serie de estudios sobre niñas y niños. En uno de ellos, se observó que las niñas de 5 años, enfrentadas a la demanda de lanzar un balón, usaban de manera diferente su cuerpo. Los varones, frente a la misma demanda, utilizan espontáneamente la totalidad de su cuerpo y se comprometen enteramente en el movimiento de lanzar el balón. Las niñas se muestran más reticentes, poco móviles, y sólo utilizan el brazo para realizar la tarea pedida.

El estudio de Iris Marion Young, que he usado para una charla que di el pasado octubre, en el Centro Cultural Pablo Iglesias en Alcobendas (Madrid) en la Asociación El Madrid de las Mujeres a la que pertenezco junto a Maribel, es muy interesante porque analiza la opresión de las mujeres al describir el estilo del movimiento corporal que le es propio.

Para ella, la motricidad femenina se caracteriza por (I) una trascendencia ambigua (no se lanzan plenamente a la acción), (II) una intencionalidad inhibida (un sentimiento de debilidad) y (III) una unidad discontinua (la relación del cuerpo con el mundo se establece por la distancia).

Según esta autora, las mujeres experimentan su cuerpo no como poder de acción sino como objeto de la mirada del otro, siempre bajo escrutinio. Como es mirado, solo puede existir pasivamente.

Las mujeres aprenden su cuerpo, escribe Young, como un objeto al que hay que cuidar en su apariencia, un útil necesario en las relaciones amorosas o maternales, pero nunca como capacidad de acción o como fuerza de realización.


La relación del cuerpo femenino con el espacio público también es conflictiva. Las mujeres deben comportarse de maneras tácitamente regladas: vestirse adecuadamente (discreta y cómoda), adoptar un comportamiento adecuado (siempre moverse por lugares iluminados y claros) y contenerse.

Young agrega que estas formas atraviesan a todas las mujeres, de todas las edades, de todas las culturas y de todas las clases sociales. Las mujeres saben que moverse en el mundo implica ciertos riesgos. Por tanto, debemos minimizarlos aceptando estas tácitas reglas de juego.

La batalla de lo íntimo: Camille Froidevaux Metterie


Y cuando me vaya a
buscar otra casa,
me pregunto qué 
quedará de mí
entre estas sombras.
Maya Angelou


La filósofa francesa Camille Froidevaux Metterie ha explorado la relación con su cuerpo desde no hace muchos años, como yo. Curiosamente, argumenta, que de todas las batallas que han librado las mujeres y el feminismo, la del cuerpo es la que aún no se ha abordado.

Dos libros suyos me han dado un marco de reflexión posible para abordar  la relación con mi cuerpo y con sus cambios. El cuerpo de las mujeres: la batalla de lo íntimo y La revolución de lo femenino. Sus escritos han abierto una puerta inimaginable para mí. 

Desde hace mucho tiempo, he buscado casi con desesperación argumentos que dieran forma a mis sentires, y a los de mis amigas, a lo de las mujeres que he cruzado y sigo cruzando y que en murmullos e indirectas hablan de lo que nos pasa.

Un cuerpo, el mío y el de ustedes, que debe ser considerado bajo dos aspectos, argumenta: simultáneamente como el lugar de una dominación y como el vector de la emancipación. Finalmente alguien me ha dado esperanzas.

Nuestros cuerpos, mi cuerpo, luchan por hacerse visibles. La experiencia vivida del cuerpo, dice la autora, nos informa de todos esos cambios corporales que, en las mujeres, producen efectos simultáneamente íntimos, sociales y políticos, y que implican una modificación de la relación con una misma, con los otros y con el mundo

Con esta idea dándome vueltas en la cabeza, y protestando contra este cuerpo últimamente desconocido para mí, me lancé a releer sus trabajos. El siglo XXI escribe, será el siglo del cuerpo de las mujeres o no será nada. Veremos…

La experiencia vivida, de la que la filósofa francesa nos habla, se relaciona con todas las etapas que las mujeres atraviesan a lo largo de su vida, y que son puntos de inflexión existenciales y sociales que se suceden, cuando nosotras experimentamos la sexuación de nuestra existencia, tanto en el plano íntimo como en el social.

En la cotidianeidad, estamos atravesadas por la problemática de nuestro cuerpo en tres aspectos: sexual (tener senos, tener la regla o ya no tenerla, tener un cuerpo normativo o conforme), maternidad (querer o no querer, esperar o perder un bebé, parir) y sexualidad (descubrirla, gozar o sufrir).

De la pubertad a la menopausia, pasando por un eventual embarazo, e integrando todos los temas que de una manera u otra comprometen el cuerpo femenino (comer, vestirse, moverse, trabajar, amar, maternar) nos han condenado a una reducción perpetua, escribe.

Pero tranquilas, las mujeres empezamos a hablar de lo íntimo para tratar de poner fin a esa inmemorable docilidad de estar a disposición. Se trata de ponerle fin a siglos de representación del cuerpo femenino disponible, pasivo y sumiso.

El desafío está ahí, escribe Camille Froidevaux Metterie: ¿cómo vivir serenamente en tu cuerpo entre todos los mandatos que pesan sobre nosotras y todas las etapas que atravesamos?

Afirmarse como sujeto, para una mujer, implica reflexionar sobre el cuerpo como la proyección de la imagen de una y una reflexión sobre esa imagen. Cada una debería poder elegir el tipo de apariencia que desea asumir socialmente. Una apariencia que nos permita estar de acuerdo con nosotras mismas. La libertad conquistada debe aplicarse a la presentación física de una como una quiera, dentro del amplio abanico de las diversidades de representaciones de lo femenino. 

Cuando se pasan los 50 algo pasa de lo que nadie habla, algo discreto, algo que supuestamente no existe para el mundo. En el lapsus de algunos meses, el cuerpo se transforma radicalmente y toda nuestra existencia se ve trastocada, la de la vida íntima como la social y profesional. 

Lo que tiene de particular esta transformación es que se oculta. Incluso yo, aquí escribiendo no me atrevo ni siquiera a escribirlo. Voy dando vueltas, insinuando lo que pasa, temiendo que se sepa, de que se lea. 

Nos encontramos presas de una retórica de la fatalidad y no hay relato por fuera del final. El proceso fatal, escribe Simone de Beauvoir, irreversible.



Y yo me encuentro queriendo construir otro relato, porque otra narración tiene que ser posible. Porque así como se termina una etapa, comienza otra, llena de posibilidades y de descubrimientos, una de liberación.

Las palabras de Iris Marion Young me han dado aire. Ella escribió que aún con pocas elecciones disponibles, cada mujer hace frente a las limitaciones a su manera, apropiándoselas o resistiéndolas, rechazándolas o reconfigurándolas.

Como escribí antes, me acerco a mi cuerpo no sólo como lugar de dominación y sino también como espacio de emancipación. La experiencia del cuerpo nos revela su condición de alienación pero también da cuenta  de la libertad que tenemos de responder de forma singular y emancipatoria a los mandatos sociales. 


Crecen las hijas. Se marchan. Y así debe crecer la poesía.
Así deben crecer las palabras, los verbos que acomodan
el pase de la vida.
¿Cómo podré reconocerme en las palabras de adiós?
¿En el tiempo que empieza a pasearse amenazante bajo
la ventana
irguiendo su poder sobre el de la vida
que yo consideraba invencible?
Gioconda Belli


viernes, 5 de mayo de 2023

Un mundo en el que todos se sientan bienvenidos - El Manifiesto Celeste de Pattie O’Green - Sylvia Molloy y Delphine Horvilleur






 Mañana, riéndose, me dirán los espejos:
no hay brillo en tus ojos, ni luz…
Contestaré bajito: ha venido la musa
y me arrebató el regalo divino.
Anna Ajmátova
Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
Escribió Delphine Horvilleur que cada uno de nosotros conoce ese tipo de encuentro donde una persona real, o bien un texto, un cuadro, una canción, nos dice algo importante para construirnos – o reconstruirnos-.

Pensé en retomar el hilo de la escritura, que quedó en reposo este tiempo, un poco como si estuviera haciendo un garabato en el borde de una página, de manera casi automática, casi inconsciente. 

Me senté nuevamente frente a este desgarbado teclado en los albores de esta primavera que poco a poco se va instalando aquí. 

Tironeada entre escribir o no hacerlo, me rondaba eso que Alejandra Pizarnick escribió: ¿qué quiero escribir me pregunto y sobre qué, si en mí hay solo silencio? Entonces ¿por qué escribir? ¿para qué?

Mientras estas ideas me deambulan, tecleo letras que pronto se convertirán en frases, y así me voy dejando llevar por esos garabatos en forma de palabras que todo este tiempo he ido anotando imaginariamente. Tenía cierto temor de escribir. ¿De qué hacerlo? ¿Cómo hacerlo?

Empiezo a garabatear una lista, una especie de ayudamemoria que me sirve para esquivar los olvidos, como hace Sylvia Molloy: moverse, comer, dormir, leer, caminar.

Escribir como una inmediatez, escribe Tamara Kamennszain en Una intimidad inofensiva, sin ninguna pregunta que nos guíe, sin pedir permiso, sin ningún ritual.

Por eso me he lanzado a ello como cuando hago garabatos en los rincones de las páginas, sin reflexionar mucho. Y en este deambular se hace presente, sin proponérselo ese carácter que tiene la escritura, en la mitología griega,  de pharmakon, como el modo en que los mortales, cortos de memoria, se ayudaban para recordar.

Lo que me anda dando vueltas

El scarabocchio o gribouillage, garabato en español, es una palabra inventada en Italia al final del renacimiento para designar el dibujo que no entraba en el campo de las bellas artes o, de las artes bellas, y que permitía dar reposo al espíritu. 

¿Cómo es que estos gestos gráficos experimentales, transgresivos, regresivos o liberadores, que parecen no obedecer a ninguna ley, han permeado toda la creación artística? Leonardo Da Vinci es uno de los primeros artistas que reivindicaron la importancia, también, de un dibujo sin dibujo, recreativo y lejos de todo academicismo. ¡Eureka!

En el garabato, hay una dimensión liberadora, espontánea y subversiva, escriben Francesca Alberti y Diane Bodart. Todo es cuestión de la mirada.

Así que me he lanzado a garabatear, como una forma de volver a casa.

Formas de volver a casa
¿Aún conservas tu espacio?
Tu espacio único, propio y necesario
donde puedan hablarte tus propias voces,
solo para ti, donde puedas soñar.
Entonces sujétate fuerte, no te sueltes.
Doris Lessing



Ella sabe que podría intentar escribir, pero en cambio elige, con total impunidad, caminar. Tamara Kamenszain

El espíritu que guía mi travesía tiene mucho que ver con la flâneuse de Lauren Elkin, salir cuando nada te obliga, escribe Walter Benjamin a propósito, y seguir tu inspiración, como si el sólo hecho de torcer a derecha o izquierda fuera en sí mismo un acto esencialmente poético.

Una pregunta se me instala en este deambular: ¿Somos seres inconsolables? 

Según la filósofa belga Adèle Van Reeth, somos seres inconsolables porque sabemos que la eternidad no nos es posible. A esto ella le llama la gran tristeza. No hay posibilidad de consuelo, ni de parte de la literatura ni de la filosofía porque somos conscientes de nuestra finitud.

El tiempo nos ha vaciado de fulgor.
Pero la oscuridad sigue poblada de luciérnagas.
Gioconda Belli

Perderse, extraviarse, pero para volver siempre a casa, a esa casa abierta, porque vengo de un lugar en el que todo se construye poco a poco.

Las diosas…neoliberales
Es absurdo que viva angustiada
y que los recuerdos me acosen.
No visito la memoria a menudo,
pero ella siempre viene a asombrarme.
Anna Ajmátova

Pattie O’Green es muchas cosas: historiadora del arte, horticultora, jardinera, arboricultora y yogui. Escribió Manifiesto Celeste. 

En este libro nos cuenta que, en un período en el que atravesó momentos de desánimos y de turbulencias, se lanzó a la búsqueda de experiencias e informaciones que la ayudaran a atravesarlos. Y yo me aventuré a leerla.



Pattie O’Green aprendió algunas cosas que encuentro interesantes y que quiero compartir aquí: 

(i) Aléjate de la gente que te explica la vida, especialmente de aquellos practicantes de yoga que te explican la vida siguiendo ciertos ateliers de meditación como si se trataran de cursos de gestión empresarial. Tres créditos: ¡magnífico! ya eres yogui.

A esto le llama moralismo yóguico: respira y repite ‘el mundo es bello, viva el status quo’. 

Practico yoga hace 20 años, me encanta, pero no logro congraciarme con estos elementos de la práctica.

(ii) Cuando controles tus pensamientos, te dicen estas personas, controlarás tu vida,Virginia. Según estos dudosos especialistas, tu situación es el resultado de tu interioridad. 

Tú has elegido lo que te pasa, Virginia. Y así, en sólo cinco minutos, todos los estudios sociológicos y psicológicos son tirados a la basura. Y no es para reír, tienen millones de adeptos. Créanme, escucho esto a diario. 

(iii) Gratitud Pattie: acoge y acepta. Tener gratitud en la abundancia y estando en una situación privilegiada, nos dice esta autora, se asemeja menos a una toma de consciencia que a un individualismo posesivo en búsqueda de absolución. Responsabilidad hacia los otros y las situaciones que los atraviesan, escribe, sería un buen punto de partida en esta cultura del individualismo acérrimo.

(iv) Cuando las personas atraviesan enfermedades, se instala la decepción. Los dudosos especialistas nos dicen que estas son el producto de ciertas maneras de pensar, de ciertas creencias, de ciertos sufrimientos físicos no sanados.

Estas argumentaciones ponen toda la responsabilidad (culpabilidad, escribe la autora) sobre aquel o aquella que la padece. El enfermo debe aprender a acoger la enfermedad como si fuera de su propia creación, y debe aceptar también que su curación es su responsabilidad.

(v) Estar sanos, para las personas que me explican la vida, dice O’Green, es un éxito individual, una cuestión de poder personal. Es increíble cómo se ha ignorado la responsabilidad colectiva. Como si el mundo exterior no tuviera nada que ver con mi pequeño mundo interior.

(vi) Por ello, a las personas que hablan de sus dificultades – especialmente mujeres - se les sugiere trabajar el amor propio. Es curioso esto del amor propio. 

El mensaje es el siguiente: si tú te amas como corresponde, eso no debería pasarte. Y si pasa, es para que aprendas algo y sigas adelante (en piloto automático) con tu estupenda vida.

(vii) Para consolidar tu amor propio, es necesario que identifiques lo que quieres – ambiciones, posesiones, éxitos personales - y que luego determines las etapas necesarias para conseguirlo. Empoderamiento le llaman ahora. Un personaje de la serie Unbreakable Kimmy Schmidt, Titus Andromedon, decía a propósito de esto: -¡Qué clase de sin sentido blanco es ese! 

(viii) El amor propio, escribe Terese Marie Mailhot, es una invención de los blancos para separar a las personas. Ella le llama capitalismo identitario. Nunca encontró tanto capitalismo identitario como en las reuniones por el empoderamiento, en las que te dicen que debes encontrar el sentido de TU vida, para realizar TUS sueños para encontrar a alguien que TE merezca (porque eres estupendísima). 

(ix) Todas las empresas solitarias (coaching, astrología, yoga, centros de femineidad) existen porque postulan que solo hay una voluntad individual de existir y de emanciparse: la TUYA.

(x) En el centro de este capitalismo identitario se disimula la idea implícita que la realización personal – lo que es bueno para mí - es un derecho innato, universal, intemporal y no contextual y privilegiado. 

Nunca se habla de realización colectiva. ¿Cuándo será el momento de un amor colectivo? ¿Cuándo desearemos desarrollar la confianza en un nosotros?

(xi) Finalmente, todo esto nos convierte en emprendedores espirituales, escribe Pattie O’Green. Tienes que hacer TU lugar en el mundo y, por supuesto, en el mercado. Así, somos una especie de agentes espirituales en libre competición, argumenta la autora. Somos la supremacía del individualismo a ultranza. 

(xii) Para terminar, nos dice, si sigues los caminos trazados por esas redes de empoderamiento individual, todas seremos unas verdaderas diosas neoliberales sosteniendo un sistema que recompensa la competencia y la violencia y que desprecia la compasión y el cuidado. ¡Eureka!


Contrarrestar los desánimos
¿Dos? Contra la pared del este,
junto a espesos arbustos de frambuesas,
hay una rama oscura, fresca, de saúco…
Es un mensaje de Marina.
Anna Ajmátova


El éxito dentro de este sistema es sospechoso. No sé a ustedes, pero a mí, me parece dudoso. El sufrimiento es un hecho. Lo importante es decidir qué hacemos con él. 

Escribe Jessa Crispin que es importante que usemos nuestro sufrimiento como un puente hacia la empatía. Debemos recordar que nuestro mundo no tiene por qué ser así. No tenemos que recompensar la explotación, escribe, no tenemos por qué apoyar la degradación del planeta, de nuestras almas, de nuestros cuerpos. Podemos resistir. 

Se trata de desmenuzar nuestra cultura y explicitar cómo funciona a base de dinero, cómo recompensa la inhumanidad, cómo incita a la desconexión y el aislamiento, cómo genera una desigualdad y un sufrimiento enormes, continúa esta escritora.

Sabemos, claro que lo sabemos, lo que hay. Pero si somos conscientes de ello, por qué somos capaces de imaginar el fin del mundo, pero no el del capitalismo, se preguntaba Mark Fisher. 

¿Por qué no somos capaces, como argumenta Zizek, de imaginar una alternativa? 

El capitalismo es lo que queda en pie cuando las creencias colapsan en el nivel de la elaboración ritual o simbólica, dejando como resto solamente al consumidor-espectador que camina a tientas entre reliquias y ruinas, escribe Fisher en Realismo capitalista. El famoso slogan de Margaret Thatcher ¿No hay alternativa? se volvió una profecía autocumplida.

Entidad infinitamente plástica, capaz de absorber todo y más, ha incorporado todo de forma exitosa, penetra en cada poro y ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable.

Para esto sólo hace falta observar aquello que se denomina alternativo o independiente, para darse cuenta de que, también, forman parte de la gran maquinaria cultural de este capitalismo predatorio despiadado.

El sistema es más viejo que nosotros. Por ello, debemos crear alianzas, cuidarnos entre nosotros, establecer redes de solidaridad y cuidado mutuo para hacer frente a las dificultades y a la desigualdad. 

Podemos hacer el bien, pero tenemos un problema si lo hacemos poniendo adelante solo lo que es bueno para mí. Debemos intentar, dice Crispin, crear un mundo en el que todo el mundo se sienta libre y bienvenido. Para encontrar nuevos modos de existir tenemos que rechazar las recompensas que nos habían prometido si entrábamos en el juego.

Debemos comportarnos como auténticos seres humanos, termina. Y yo vuelvo sobre una pregunta que me roda desde el principio: ¿Somos seres inconsolables? Y si sí, ¿cómo hacemos para continuar?

De nuevo: la vida – o sea,
la exactitud de los poemas.
Marina Tsvetáieva









domingo, 11 de diciembre de 2022

De Virginia a Virginia - Tamara Kamenszain y Erin Elkin - Joanna Russ e Irene Chikiar Bauer

 



La verdad es que no se puede escribir 
directamente acerca del alma.
Al mirarla se desvanece.
Virginia Woolf


Querida Virginia,

Quería escribirte esta carta imaginaria que no saldrá de aquí y no llegará a ningún lado, pero que igual me apetecía escribirla. De Virginia a Virginia. Sólo compartimos nombre. Y no te creas que el mío se inspiró en el tuyo. Nada más lejos de la realidad.

Pero la escritura me permite ciertas libertades, y una de ellas es la de imaginar que quizás mi nombre se inspiró en el tuyo, aunque no sea así. Treinta años separan tu muerte de mi nacimiento, y distancias geográficas, lingüísticas, sociales, económicas, culturales e históricas. Solo nos unen nuestros nombres, y cierta pasión por la lectura y por caminar.

Siempre me llamó la atención el origen etimológico de nuestro nombre Virginia. Viene del latín virginius, relativo a la virgen, doncella, mujer virgen, virginal. Por si no ha quedado aclarado en otras entradas, vengo de una familia empedernidamente agnóstica. 

En la casa de mis padres, no se cree en nada. No hay una querida tía que se llamara así, ni lo he heredado de una abuela. A ello le sumamos que el mío no es un nombre común. Por lo tanto, cada vez que pregunto de dónde vino mi nombre, no hay ninguna respuesta razonable al respecto. 

Los libros de Virginia pasaron por mis manos, y siguen pasando, y por alguna razón que aún desconozco, no he podido soltarlos. Dice Tamara Kamenszain que, esos libros, son como una historia de amor extendida en el tiempo, con sus idas y vueltas, sus momentos de revisión y de ajustes, pero siempre sostenida por el afecto.

A Virginia Woolf le gustaba caminar. En Flâneuse, Erin Elkin, nos desvela esta pasión de la escritora inglesa. Tiene un ritual, y cada día, toma su dosis de caminata que llama su ‘concierto semanal’. 

Caminar por la gran ciudad, por Londres, representa no solo la conquista de la independencia y con ello de su metamorfosis, sino que, además, es una fuente de inspiración continua que alimenta su escritura. 

Las calles le dan todo lo que necesita y así reescribe escenas y encuentra inspiración. Virginia dialoga con la ciudad centrándose, especialmente, en las mujeres que la recorren.

Recordemos entonces, escribe Woolf, algún suceso que nos haya dejado una impresión nítida: cómo pasamos junto a dos personas que hablaban en la esquina de la calle, tal vez. Un árbol se agitaba, una luz eléctrica bailaba. El tono de la conversación era cómico, pero también trágico; una visión completa, una concepción íntegra, parecía contenida en aquel momento.

I. Caminan las mujeres

Virginia Woolf ha reflexionado mucho sobre la relación de las mujeres y la ciudad. En 1927, escribe su libro Street Haunting, en el que la narradora atraviesa Londres a pie y escribe lo que observa. Atravesar una ciudad a pie para una mujer no es lo mismo que para un varón, y más aún en esas épocas. A las mujeres nos ha llevado, y nos lleva, mucho tiempo conquistar el espacio público y Woolf deja constancia de esto.

Y no solo de ello, sino también de los efectos que produce esta caminata sobre la percepción que la autora tiene sobre sí misma y sobre los otros:


"Hay que registrar todas esas vidas infinitamente oscuras dije, dirigiéndome a Mary Carmichael como si estuviera presente […] y seguí recorriendo con la imaginación las calles de Londres, sintiendo en el pensamiento, la presión de la mudez, la acumulación de vidas ignoradas, ya de mujeres en las esquinas con los brazos en jarras o de las vendedoras de violetas […] o de muchachas a la deriva. […] Y en cuanto a la muchacha del mostrador yo preferiría tener su verdadera historia a la vida número ciento cincuenta de Napoleón".

 

Ella, que ha creado a la más grande caminante de la literatura, Mrs Dalloway, escribió que la escritura es un medio para atravesar los límites y ha instado a las mujeres a salir del espacio doméstico y a escribir, lo que sea, pero a escribir: "espero que ustedes adquirirán bastante dinero para haraganear y viajar, para considerar el porvenir o el pasado del mundo, para soñar sobre los libros y demorarse en las esquinas y dejar que la línea del pensamiento se sumerja hondo en el río". 

Voy a decepcionarte Virginia, porque no hemos conseguido el dinero suficiente para escribir y porque seguimos arañando la dignidad.



II. Un cuarto propio

En Una cuarto propio, texto precursor del feminismo, divertido y ocurrente, que leí por primera vez en los albores de mi adolescencia,  Virginia se dirige a los lectores preguntándose que qué tiene que ver un cuarto propio con las mujeres y la novela.

En sus páginas, desarrollará una argumentación que se sostiene sobre tres elementos indispensables, según ella, para que las mujeres escriban: tiempo libre, dinero y un cuarto para ellas.

Igualmente, me parece importante hacer una acotación al respecto. Muchas mujeres no tienen un cuarto propio, ese espacio privado en el cual la vida doméstica queda fuera y se es capaz de crear sin interrupciones. Algunas se lo construyen imaginariamente. Un cuarto propio es también una metáfora, es ese espacio físico, o no, donde te dedicas a tu pasión, sin interrupciones (de ser posible).

Y respecto a esas 500 libras al año... aún peleamos por salarios dignos, Virginia. Las mujeres han sido siempre pobres, escribe, no solo por doscientos años, sino desde el principio del tiempo. Por ello, he insistido tanto en la necesidad de tener dinero y un cuarto propio. […] Porque ya hemos concebido y criado y lavado y enseñado.

III. Que escriban las mujeres

De Virginia Woolf, heredé mi gusto por Jane Austen, las Brönte, Elizabeth Gaskell y todas las primeras mujeres que se lanzaron a la escritura y que fueron encasilladas bajo la categoría de novela sentimental. 

Con ella aprendí que la literatura escrita por mujeres no era producto del azar o de una iluminada, sino que una tradición literaria, históricamente silenciada, se había desarrollado a pesar de todas las restricciones, de la falta de recursos, de las interrupciones, de la falta de tiempo y de modelos. 

Como ya he escrito aquí, me gusta leer a mujeres. Cada vez me gusta más. Porque, como escribió Joanna Russ, me niego a seguir alimentando la invisibilidad social de la experiencia de las mujeres. De ahí su importancia. 

De Virginia tomé prestada una mirada reflexiva sobre la condición de las mujeres y sobre el feminismo, aunque las feministas no se ponen de acuerdo acerca de su feminismo. Ni muy muy ni tan tan, dicen.

Y eso también me gusta. Hay que evitar ser la feminista perfecta. Así, de personalidad compleja y difícil de situar, escribe Irene Chikiar Bauer en su magnífico Virginia Woolf: "la vida por escrito, durante su vida superó los obstáculos que se le presentaron con la inquebrantable decisión de ser leal a sí misma y con el convencimiento de que la literatura era esencial, ya que veía en ella la posibilidad de arrancarle sus secretos a la vida".

"A través de sus libros, que leí por primera vez a mis 13 o 14 años, Virginia me abrió gentilmente la puerta a un camino que me permitiría construir unas rudimentarias herramientas de supervivencia, para entender las razones en mí y fuera de mí", escribe Annie Ernaux. 

Las mujeres tejen redes, conexiones. Y ella, podría decirse que se convirtió en una especie de hermana mayor.



Mientras me deslizaba por la lectura, en su ¿Cómo leer un libro?, Virginia me dio un magnífico consejo que no es un consejo y que guardo como un tesoro:  

"El único consejo sobre la lectura que puede dar una persona a otra es que no acepte consejos, que siga sus propios instintos, que use su propia razón, que saque sus propias conclusiones. […] La cualidad más importante que puede poseer el lector es la independencia. […] Aceptar autoridades en nuestra biblioteca y permitirles que nos digan cómo leer, qué leer y el valor que hemos de dar a lo que leemos, es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios".

"Leo a aquellas que me hablan a mí y a todas las mujeres y que me muestran que es posible", dice Joanna Russ, romper con el mandato de no-ser-creadora. Y armo, rudimentariamente, una pensamiento propio nutrido de mis lecturas.

Pero ¿quien lee para llegar a un fin, por deseable que sea? ¿No hay algunos pasatiempos que practicamos porque son agradables por sí mismos? Yo al menos he soñado a veces que cuando llegue el juicio final y los grandes conquistadores, jurisconsultos y estadistas acudan a recibir sus recompensas el todopoderoso se volverá a Pedro y le dirá, no sin cierta envidia al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo: "Mira, éstos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Han amado la lectura".

Por último, como Virginia, también me he hecho la pregunta que ella se ha hecho: ¿soy una snob? En este pequeño, y muy divertido librito (que recomiendo), la escritora reconoce padecer esa enfermedad, la del esnobismo y se pregunta cómo y cuándo la he contraído. 

La esencia del esnobismo es la voluntad de impresionar a los demás. El snob es una criatura de mentalidad revoloteadora e inestable, tan escasamente insatisfecha de su condición que está siempre alardeando públicamente para que los otros crean que es una persona importante. 

Virginia dice reconocer en su carácter estos síntomas. Y agrega que se siente más preocupada por su aspecto que por su reputación como escritora. Entonces, ¿es o no es una snob?

Dice la escritora Tamara Kamenszain que existe una historia de la lectura personal e íntima. Qué libros leíste, cuándo los leíste, por qué los leíste y qué te generaron para que de las páginas de esos libros hayan nacido páginas propias. La escritora argentina nos habla de ese hilvanado en el que lectura y vida se vuelven una.

He intentado contar aquí, cómo los libros de Virginia se han ido entrelazando con mi vida, qué caminos me han mostrado y qué ideas me han prestado. Llegaron en diferentes momentos de mi vida. Desde tiempos y lugares lejanos, sus ideas se fueron extendiendo hasta alcanzarme, y fueron encontrando eco en mis inquietudes a medida que iba creciendo. Llegaron, sin proponérselo, en el momento justo.

Le tengo un cariño especial a Virginia Woolf, aunque la imagino como una persona sensible y divertida, también distante e infantil, obsesionada por ser un genio de la literatura u atormentada por el síndrome de la impostora. 

No debe de haber sido fácil convivir con sus problemas mentales y su obsesión por el suicidio. Pero nos ha dejado libros memorables de los que no he escrito aquí como Las olas, Orlando, Mr Daloway o El faro. Este escrito ha sido sobre una antojadiza selección que he hecho. Es la mía. ¿Cuáles son tus libros? 

"Mi único derecho a mi propia gratitud es ese, que en cuanto noto una cadena, me la quito; […] creo que he sido una luchadora a mi manera, quizás no tan valiente como Nessa, pero tenaz también y atrevida".


Virginia Baudino - virbaudino@gmail.com


miércoles, 9 de noviembre de 2022

Dónde comienza y dónde termina un bosque - Gary Snyder y Eduardo Kohn, David Kopenawa y Aliènor Bertrand.

 


Ah, estar vivo
en una mañana a mediados de septiembre
cruzando un arroyo
descalzo, con los pantalones subidos.
El brillo del sol, hielo en el agua poco profunda.
Las piedras se dan la vuelta bajo mis pies,
pequeñas y duras como mis dedos
cantando dentro
música del arroyo, música del corazón.
Gary Snyder

Virginia Baudino - virginiabaudino@hotmail.com

Comenzó el otoño, y el bosque tardó en colorearse. La sequía del agotador verano duró mucho más que un agosto. En septiembre, el aire se humidificó, pero las lluvias se hicieron esperar. Las temperaturas, mucho más cálidas de los habitual permitieron al bosque, y a mi sediento jardín, revivir. Así, octubre fue pasando discretamente y llegó noviembre.

Como si de un nuevo vestuario se tratara, el bosque se volvió a vestir de verde, y mi jardín se coloreó. Mis esqueléticas capuccines, a las que ya daba por perdidas, me sorprendieron explotando y trepando y creciendo. Sus ínfimas hojas, de golpe crecieron hasta tomar el tamaño de mis manos y más grandes aún. Y yo decidí dejarlas desperezarse a su antojo. Todos necesitamos sacarnos de encima el intenso verano que todo lo invadió, aunque presumo que mi vecino no debe estar muy contento con la invasión desmesurada de mis capuccines.

El bosque también me sorprendió. Se desperezó. Cambió de colores. Cierto, los otoñales hicieron acto de presencia, pero los del verano pre-sequía, volvieron con todo. El olor, su olor, se volvió potente. Y los pájaros decidieron homenajear esta tregua climática. Los hongos, puntuales como siempre, abandonaron su discreción y todo lo coparon.

Y con los hongos, las personas. Así, un día pusieron un cartelito: no se puede recoger más de 2kg de champignons por día y por persona. Así de generoso es mi bosquecito.

Chateaubriand escribió que los bosques son nuestros primeros templos de la divinidad. De ellos, los seres humanos aprendimos la arquitectura. Los cristianos, no sólo se lanzaron a plantar árboles, sino que además quisieron imitar sus murmullos, que tienen forma de vientos y truenos, en los órganos de bronce. 

Pero no sólo intentaron reproducir sus sonidos, sino también se propusieron reproducir sus olores, la oscuridad del santuario, las tenebrosas alas oscuras, los pasajes secretos, las puertas pequeñas y los laberintos.

Mi papá plantó tres árboles en la entrada de casa: uno para cada uno de sus hijos. A mí me tocó un precioso abedul al que, al principio, yo pasaba en altura. Como una especie de tradición, todos los años me medía con él. Y un día dejé se ser yo la más alta. 

"Ciertos árboles", escribe Alain Corbin, - y ciertos libros, agrego yo -"acompañan nuestra vida desde el nacimiento hasta la muerte".

Esa discreta majestuosidad
en la azulada noche
de helada neblina, el cielo brilla
con la luna
las copas de los pinos
se vencen azul nieve, desaparecen
entre cielo, escarcha, estrellas.
Qué sabemos.
Gary Snyder

Existe una especie de majestuosidad en el árbol. Puede que así nos parezca porque representa una especie de puente cósmico entre la tierra y el cielo. Pero lo que más nos impresiona es su increíble longevidad: son los portavoces de la inmortalidad. Y al hacerlo, nos hacen conscientes de nuestra propia finitud.

Llevan sobre sí mismos, un tiempo y una memoria que excede nuestra existencia efímera. Representan, también, un puente hacia el pasado. 



Si caminaste en un bosque, poco importa si grande o pequeño, has escuchado su tenue murmullo. Tienen una voz, una música hecha por el viento que sigilosamente se cuela en nuestros oídos. Y mientras lo hacen, también se comunican entre ellos.

La naturaleza, con su infinita generosidad, es un antídoto para contrarrestar los desánimos. Algunos árboles nos protegen y amparan, nos dan paz.

Ningún viaje es el mismo. Atravesamos un bosque que puede ser caluroso con sus hayas u opresivo y melancólico con sus pinos. Entramos y salimos por caminos invisibles que nos conducen más allá de los senderos. Cada uno tiene su método, cada uno tiene su camino, en el bosque como en el pensamiento. El camino de los árboles es infinito.

Este otoño suave, ha traído con las primeras lluvias los hongos. ¿Quién mejor que un árbol sabe lo que significa cohabitar? Él compone con aquello que lo rodea: transforma la atmósfera, juega con la luz, dialoga con el sol, se comunica con los discretos champignons, intercambia con los insectos, acoge a los pájaros. 

Es un ser vivo convivial, un símbolo de colaboración. ¿Puede inspirarnos sobre nuevas formas de cooperación y organización?

Ese húmedo aliento, esa lluvia perpetua

David Kopenawa, chamán y portavoz de los indígenas Yanomami de la amazonia brasileña, dice: "la tierra del bosque posee un aliento vital, Wixia, que es muy largo. El de los seres humanos es corto: vivimos y morimos rápido. Si no lo talamos, el bosque nunca muere. No se descompone. Gracias a su húmedo aliento, las plantas crecen. [….] Ustedes no perciben su aliento, pero el bosque respira"

Kopenawa nos exhorta a poner en duda nuestra concepción antropocentrista y utilitarista de la naturaleza, y nos invoca a integrarla a nuestra vida, a convivir, a cohabitar, a trascender la escisión naturaleza-cultura y a redefinir la coexistencia entre los pueblos de la tierra, humanos o no humanos. Debemos darnos el tiempo de escuchar al otro.

Pensamiento vivo, pensamiento silvestre

El antropólogo Eduardo Kohn, ha escrito Cómo piensan los bosques, dedicado al pueblo Runa de la amazonia ecuatoriana.

En este trabajo, Kohn sostiene que los bosques piensan y que toda entidad que se comunica a través de signos puede ser considerada como un ‘ser’. Según este argumento, todos los seres humanos y no humanos piensan y aprenden. 

El pensamiento silvestre, argumenta, no pertenece exclusivamente a los seres humanos, sino que es una forma de pensamiento que nosotros, los humanos, compartimos con todos los seres vivos.

El bosque forma un entrelazado complejo y cacofónico, expansivo, de pensamientos vivos, crecientes y mutuamente constitutivos, escribe.

Pensar como un bosque nos invita a descubrir y explorar otras formas de cohabitación. Como las de los bosques-jardines, en los que no se separan los espacios y en los que se reconoce una suerte de agencia de los seres no humanos. 

Los Runa viven en ese entorno, se esfuerzan por traducir ese lenguaje para adaptar sus prácticas. Una gran parte de sus acciones, nos cuenta Kohn, se orientan a la comunicación con los otros seres de ese mundo.

Esta forma de pensamiento, que todos los seres vivos poseen, se manifiesta en los bosques o selvas como la Amazonia. Somos seres silvestres porque somos seres vivos, escribe. No podemos perder el pensamiento viviente, pero lo que sí podemos perder, nos alerta el antropólogo canadiense, son los espacios donde este pensamiento prospera y prolifera.

En la selva, nosotros no podemos dejar de pensar como un bosque. Esto puede guiarnos, inspirarnos, en una época en la que estamos perdiendo el sentido de este pensamiento silvestre convirtiéndonos en espíritus demasiado humanos.

El filósofo Aliènor Bertrand escribió que, en muchas de las culturas animistas, la afirmación del principio de comunicación con las plantas es un elemento esencial de la co-habitación con el mundo vegetal. 

Pero la colonización todo lo arrasa y cambiará la vida de los pueblos indígenas. Los estados coloniales, especialmente europeos, multiplicaron – y multiplican - las herramientas técnicas, jurídicas y políticas para apropiarse de estos territorios que pertenecen a los pueblos originarios. 



No solo los estados coloniales, los propios estados nacionales – en connivencia con los grandes terratenientes y empresas privadas, han arrasado con las tierras de estos pueblos y con ello todas unas formas de vivir y relacionarse con el entorno. Y nunca les es suficiente.

Una sinfonía

Como los músicos de una orquesta, en el bosque, las plantas, los árboles, los champignons y los animales coexisten y componen toda una biodiversidad resiliente. Con la circulación del agua, del nitrógeno y del dióxido de carbono, estos organismos se acuerdan en una verdadera sinfonía, escribe Suzanne Simard.

¿Existe un jefe (o jefa) de orquesta? Si, los árboles-madres, aquellos árboles de una gran madurez y de una gran talla. Son como el nudo celular del bosque y guían la orquesta, pero no la dirigen. Ellos facilitan la armonía, incorporando elementos vitales en el ecosistema. Estos árboles ancestrales, unen el bosque

Según Simard, los árboles-madres reconocen su descendencia y las de otras familias. Toman decisiones, cooperan, aprenden y recuerdan. Los árboles-madres envían más nutrientes a los miembros de su familia, transmiten su sabiduría y se ocupan del bienestar de su descendencia. Hay rivalidades, seguramente. Pero esto no les impide cooperar por su bienestar y el del grupo.

Simard va aún más lejos al escribir que nuestras sociedades modernas se fundan sobre el principio de una diferencia radical entre los árboles y nosotros. Pero, "como los árboles, nosotros somos criaturas sociales. […] Los bosques ofrecen la imagen de una sociedad regenerativa de la que nosotros podemos aprender mucho. Mis trabajos no van en la dirección de aprender a salvar a los árboles sino a enseñarnos cómo los árboles podrían salvarnos".

No soy una persona con una gran espiritualidad. Podría decir sin mucho orgullo que mi espiritualidad está fuera de servicio. El cartesianismo ha hecho mucho en mí, en este sentido. Ando buscando esa espiritualidad que en algún momento se me perdió. No creo en dioses ni en astros, lo cual puede ser un problema frente a los titubeos de la vida.

Curiosamente, caminar en los bosques ha representado, para mí, una especie de rudimentario aprendizaje de espiritualidad, si es que se aprende.

Según Kohn, la época nos exige restablecer la comunicación mágica que el monoteísmo ha roto.

No puedo, ni quiero, convertirme en Runa, Yanomami o en chamán. Lo más que llega mi pensamiento silvestre es a hablarle a las plantas y a los árboles. Hace algunos años, si una persona le hablaba a las plantas estaba loca, decían. 

Este tipo de pensamiento silvestre, es muy atractivo y hasta útil, pero también hay que tener cuidado. Como sujeto perteneciente a la cultura occidental, me es casi imposible poder situar en condición de igualdad, en tanto que seres vivos y pensantes, a las piedras. Porque, como dice la canción de Serrat, "Puestos a escoger, soy partidario de las voces de la calle más que del diccionario […] / Prefiero los caminos a las fronteras/ Y una mariposa al Rockefeller Center/ Y al farero de Capdepera/ al vigía de occidente". 

En lo que a mi búsqueda de la espiritualidad concierne, el pensamiento silvestre puede ser de una gran ayuda porque me hace tomar consciencia de las conexiones entre los seres vivos más que en las diferencias. Y, al mismo tiempo, porque me permite construir lazos con ese universo. Separarnos del mundo, desconectados de todas las repercusiones ecológicas de nuestras acciones, tiene consecuencias desastrosas, como vamos experimentando.

Pero mi construcción social me impone ciertos límites – y mis miedos también. Yo soy la extranjera.

¿Dónde comienza y dónde termina un bosque?

El siglo que viene
o el siguiente,
dicen,
habrá valles, pastos,
nos podemos encontrar allí en paz
si llegamos.
Para subir estas cumbres venideras
Una palabra para ti, para
ti y tus hijos:
estad juntos
aprended las flores
id ligeros.
Gary Snyder

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Caminar la vida, escuchar nuestra amable voz interior - David Le Breton y David Foster Wallace. Alain Corbain y Helène Lovensbruck




 Respeta cualquier dolor que traigas de vuelta
de tus sueños
pero no busques dioses nuevos
en el mar
ni en parte alguna del arcoíris.
Cada vez que ames
ama profundamente
como si fuese
para siempre
sólo que nada 
es eterno.
Audre Lorde

Virginia Baudino virbaudino@hotmail.com

Han pasado casi dos meses desde la última vez que escribí. Me siento otra vez frente a esta computadora que está bastante vieja, casi casi al borde del deceso. Pero es en esta máquina cuasi agonizante en la que solo puedo escribir. ¿Quiere esto decir que yo vivo en el pasado?

Cuando la enciendo, ella se toma su tiempo, como si poco a poco fuera desperezándose. Salen unos recurrentes mensajes: ‘tiene poco espacio’ o ‘hay nuevas actualizaciones’. Suelo procastinar con los deberes computacionales y así voy pulsando el ‘recordármelo más tarde’. 

Siempre me digo que un día no va a arrancar y entonces ¿qué haré yo? La necesito. No quiero otra más nueva, ni más rápida, ni con más espacio y nuevas actualizaciones.

Yo la quiero a ella, aunque en el fondo de mí sé que en cuanto una nueva caiga en mis manos, mi lealtad cambiará rápidamente. Pero hoy, lanzo algunos deseos al aire y pienso fuerte para que siga acompañándome en este camino. ¿Qué secretos de mí guarda en su memoria?

El intenso agosto ha pasado y este calor inusual, largo, larguísimo, parece no tener fin. Sin embargo, caminando en el bosque, he comenzado a percibir los signos del cansancio estival. Maribel me ha dicho que los españoles tienen una palabra para esto: agostado. Define perfectamente la vegetación del final del verano a la que le falta un riego, el de agosto.

Así pues, el bosque aquí está agostado. Y puede que yo también. Es curioso el verano. Por un lado, es el momento obligado del reposo, y por el otro, es el de la diversión obligatoria. 

¿Qué pasa cuando tu manera de vivir el verano contradice los presupuestos de diversión dominantes? La llegada del verano me llena de contradicciones. La primera es la de la imposición casi ineludible de la felicidad absoluta. La segunda, para asegurar esta meta inalcanzable, la diversión es la puerta asegurada. Y por supuesto, viajar desaforadamente. Te tiene que encantar el calor inaudito, y la alegría generalizada que de golpe se apodera de la gente.

Así, se supone que la vida debe pararse y nos debemos consagrar a unas formas de diversión que me dejan absolutamente asombrada. Aún no logro entender esa especie de alegría artificial desaforada que se impone por todos lados. ¿Eso es alegría? ¿Qué es la diversión?

David Foster Wallace escribió un magnífico libro cuyo título me viene al pelo aquí: Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer. En este libro, el autor, describe con muchísimos detalles un viaje en un crucero de lujo por el caribe que tuvo que realizar para una muy pequeña revista. Un viaje en el que de por sí, la diversión -se supone - está asegurada.

"He visto playas de sacarosa y aguas de un azul muy brillante. He visto un traje informal completamente rojo con solapas evasé. He notado el olor de la loción bronceadora extendida sobre diez mil kilos de carne caliente. Me han llamado <<colega>> en tres países distintos. He visto a quinientos americanos pijos bailar el Electric Slide. He visto atardeceres que parecían manipulados por ordenador y una luna tropical que parecía más una especie de limón obscenamente grande y suspendido que la vieja luna de piedra a la que estoy acostumbrado. He bailado (muy brevemente) la conga. […]."



Aquí está la cosa. Unas vacaciones son un respiro de todo lo desagradable, y dado que la conciencia de la muerte y la decadencia son desagradables, parece extraño que la fantasía suprema de vacaciones de los americanos consista en ser plantificados en medio de una enorme máquina primordial. Pero en un crucero de lujo, somos hábilmente involucrados en la construcción de diversas fantasías de triunfo que giran alrededor de la muerte y la podredumbre. Un método para triunfar pasa por los rigores de la mejora personal; y el mantenimiento anfetamínico que llevaba a cabo su tripulación en un equivalente poco sutil del acicalamiento personal: dieta, ejercicio, suplementos de megavitaminas, cirugía plástica, seminarios de gestión del tiempo, etcétera.

Si después de leerlo te quedan ganas de subir a un crucero de lujo por el caribe, te felicito. Foster Wallace es capaz de atacar cualquier tópico y desmenuzarlo hasta el hartazgo. A veces va demasiado al fondo del asunto, pero siempre suele provocarnos una carcajada. No le escapa al bulto, y en sus relatos, él no queda afuera del escrutinio. Ácido, despelleja al americano medio y su gusto chabacano. ¿Qué tendremos que decir de las hordas de gente arrasando con todo?

Me quedo más tranquila, empiezo a respirar, sobrevivo al calor y evito que se me fría el cerebro. ¿Lo evito? A veces no lo consigo, pero me aboco a ello como una tarea titánica: sobrevivir al verano. 

"Confieso que nunca he entendido porqué tanta gente cree que para divertirse hay que ponerse chanclas y gafas de sol y arrastrarse por carreteras donde el tráfico es enloquecedor hasta lugares turísticos abarrotados y calurosos a fin de paladear un <<sabor local>> que por definición queda estropeado por la presencia de turistas. […] Ser un turista de masas, para mí, equivale a convertirse en un puro americano de los tiempos que corren: foráneo, ignorante, codicioso de algo que nunca se puede tener y decepcionado de una forma que nunca se puede admitir. Implica estropear la misma cosa no estropeada que uno ha ido a experimentar. […] Implica, en las colas y en los atascos y en las transacciones sin fin, afrontar una dimensión de uno mismo que resulta tan ineludible como dolorosa". Hablemos de Langostas.

¿Hay un motivo más interesante que la confusión y la extrañeza para escribir? Si, que te paguen por hacerlo.


I. Caminar

Recuerda que nuestro sol
no es la estrella más destacada
sino la más cercana.
Audre Lorde


¿Qué sabemos del poder misterioso de nuestro cuerpo? Un poder que es una incógnita y que se reserva inaccesible para nuestro espíritu. ¿Qué dice nuestro cuerpo de nosotros mismos? 

Aunque no hayamos aún aprendido a descifrar las señales que nos envía, sabemos que es inteligente y que dice mucho de nosotros, de nuestro pasado, de nuestros deseos, de nuestros miedos, de nuestras alegrías y de nuestro cansancio.

Caminar es una manera de hacer acto de presencia activa en el mundo, de consciencia. Caminar la vida es el último libro del sociólogo David Le Breton que, este agosto, ha caído en mis manos.

Contra la tendencia a la inmovilidad y el sedentarismo que se impone en nuestras sociedades, caminar nos pone en contacto con nosotros mismos y con nuestra existencia, argumenta. Dime cómo caminas, y te diré cómo eres.

Le Breton escribe que, el caminante redescubre su cuerpo, y rompe con las exigencias de eficiencia, competencia y performance. La caminata no es un deber, es un juego, en el que la naturaleza es una compañera amable que nos acompaña sin esfuerzo. Y es muy económico, no da estatus, no te hace más cool.

"En nuestras sociedades materialistas, la caminata nos sumerge en nosotros mismos, impone una ruptura con los problemas cotidianos, reconcilia la vida contemplativa con el movimiento físico, el pensamiento con el esfuerzo, la interioridad con los problemas que sobrevuelan el terreno, la atención al medio ambiente y a los otros. […] En un mundo utilitarista donde todo debe servir, ella recupera la pasión por lo inútil", escribe.

Los senderos son lugares raros en los que las diferencias sociales, culturales, económicas o generacionales no impiden los encuentros y los intercambios. Caminar es existir. Existere. Y yo me aboco a la ardua tarea de volver a caminar.



II. ¿Llueve?

Ojalá que nunca deba
nada que no pueda devolver.
Audre Lorde

¿Cómo se percibía la lluvia en el siglo XIX? El sociólogo francés, Alain Corbain, nos habla de un fenómeno que todos creemos muy trivial. Cuántas veces te pasó que en el silencio que se impone en el ascensor no te queda más que responder a la cuestión climática: - ¡qué calor que hace este verano! o – parece que va a llover toda la semana.

Corbain, para salvarnos de análisis más profundos sobre la necesidad de las personas de hablar en un ascensor con desconocidos, y especialmente sobre el clima, investiga, sobre la metéo-sensibilidad. El autor se ha consagrado a una suerte de historia de las sensibilidades. ¡Qué curioso! A más de uno, y de una, le vendría bien explorar su sensibilidad y la de los otros….

Una amiga me preguntó que cómo me llevaba con los días de lluvia. A ella, le encantan. Fantasea con quedarse en la cama y leer. Yo le dije que depende mucho del humor de ese día. Hay días lluviosos que me encantan y otros que son un engorro. Quisiera ser capaz de quedarme en la cama, leyendo, mientras una incipiente lluvia otoñal lo cubre todo. Pero ya ves, quisiera…

La meteo-sensibilidad se ocupa de descifrar las correspondencias entre el humor -el estado del alma- y el estado del cielo. Algo que Jean Jacques Rousseau llamó el barómetro del alma. Tu día puede estar condicionado si hay sol o llueve. A veces, un tornado o una tormenta nos vendrían muy bien.

Pensando en la alegría impuesta, en recuperar el cuerpo para caminar y en descifrar la sensibilidad asociada a la meteorología (¡no se rían!), me he dado cuenta de la dispersión que se ha apoderado de mis inquietudes. O mejor dicho, una mayor dispersión que la habitual. 

He intentado que este escrito quede más redondito, pero nada he podido hacer para conseguirlo, sólo escribir: bienvenida dispersión. Esta mirada que se entromete en todo, sólo transmite dudas sobre este andar a ciegas.

Y mientras lo escribo, me topo con las reflexiones de Helène Lovensbruck sobre todas las formas que tiene nuestra voz interior. ¿Es la mía que nunca se calla? A veces, esta voz interior, es intencional otras, es espontánea. Algunas, se parece a un diálogo amable, otras a un monólogo. La mía es rebelde, hace lo que quiere. Y otra vez, me he ido por las ramas. 

Delinear con fragmentos, algunos superpuestos, otros opuestos y otros que se rechazan. Palabras que se escabullen, otras que esperan, y otras que irrumpen con irreverencia, impacientes. A veces, hay que pasar por las historias de otros para llegar a la de una.


Hay algo muy sutil y muy hondo
en volver a mirar el camino andado…
El camino donde sin dejar huella
se dejó la vida entera.
Dulce María Loynaz