"¿Cuándo queda tiempo para recordar, cribar, sopesar, estimar o hacer balance? En cuanto empiece, alguien me interrumpirá y tendré que volver a recogerlo todo una y otra vez. O si no, quedaré sepultada por todo lo que hice o no hice, lo que debería haber sido y lo que no pudo evitarse".
De esta manera comienza Aquí me tienes, planchando, cuento de la magnífica Tillie Olsen que se encuentra dentro de su libro Dime una adivinanza, publicado entre 1956 y 1960, y en el que podemos adentrarnos en la imagen de los silencios que atraviesan a los subalternos del campo de la tradición literaria.
Gracias a los aportes del feminismo, pero especialmente al libro de Virginia Woolf y su libro Una habitación propia, el aislamiento de las mujeres comienza a resquebrajarse, especialmente, a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Una de las particularidades de la disputa es la articulación del conflicto en dos frentes: el combate social y político y el cultural y literario. Este último va a evidenciarse sobre todo en la obra de Olsen.
En el plano literario, las mujeres toman la palabra y, al mismo tiempo, van a construir trabajos que van a situarse como una contra fuerza que va a poner en cuestión ciertos presupuestos de la tradición e institución literaria. ¡Por fin!
Al primer curso de estudios sobre escritura, al que asistió la escritora estadounidense Bell Hooks, lo dio Tillie Olsen. En esa asignatura, la autora compartía con las estudiantes, por un lado, los silencios de la historia y de la historia de la literatura en relación a la producción de las mujeres y, por el otro, la dolorosa historia de su combate en tanto que mujer de clase obrera, que hacía malabares entre la vida familiar, el matrimonio y una larga lista de trabajos precarios, al mismo tiempo que intentaba lanzar su carrera de escritora.
Según Hooks, Olsen les brindó un testimonio de primera mano de los sacrificios y el sufrimiento que le costó. Su testimonio, escribió Hooks, me ha removido hasta el fondo de mi alma, pero quién no se emociona leyendo a Tillie Olsen.
Olsen, entre otras autoras como Adrianne Rich, Audre Lorde o Alice Walker, van a situar, en el centro del debate, ya no solo las condiciones materiales de la escritura de las mujeres en el seno del campo literario sino también la cuestión de la raza. Todas ellas, a su manera y con sus estilos, van a abordar los silencios sobre los que el canon literario se ha erigido.
Tillie Olsen no es una escritora prolífica, es una escritora de un solo libro. Es ella su sujeto de exploración y, al mismo tiempo, lo somos todas.
En ese camino, no sólo va a examinar los supuestos de la creación sino que va a desarrollar su hipótesis sobre los silencios forzados que la atraviesan, y que están principalmente asociados con la clase social, el género, la raza y la época.
Así, se evidencia en sus trabajos, no sólo la opresión económica de las mujeres sino también la opresión intelectual y creadora.
En Silencios, uno de sus ensayos publicado en 1965/1972, retoma sus cuentos para explorar las condiciones de la creatividad, es decir, las condiciones propicias para la escritura, esas que, según un amplio consenso, permiten el pleno rendimiento del artista. Ese mundo, como escribe Henry James, en el que hay que quedarse, habitarlo, y en el que no hay ninguna otra cosa que cuente.
Al abordar la creación, Olsen remarca – tomando las reflexiones de sus antecesoras – que las grandes obras de la literatura nacen de una dedicación absoluta, como bien se desprende del comentario de Henry James, por citar a alguno.
Contrariamente a lo que se supone, la autora estadounidense va a resaltar que los procesos de creación literaria están, a veces, atravesados por silencios – del de los grandes escritores al de aquellos que no pueden escribir y que no serán publicados - que ella se ocupará de clasificar y tipificar detalladamente, como una manera de entender por qué ciertos grupos están -¿estaban?- tan poco reflejados en la producción literaria.
En este abordaje, llega a la conclusión de que la mayoría de los silencios creativos no son naturales, como algunas personas quisieran creer, sino que son más bien forzados.
Efectivamente, argumenta, hay toda una variedad de silencios o censuras. Los hay de tipo personal, que se producen cuando el autor pierde su voz característica, o cuando los editores rechazan publicar sobre ciertos temas.
También especifica un tipo de censura interna, que está relacionada con la religión o la política, y otra que es la que se impone a los escritores silenciados por los gobiernos de turno. Están, además, los silencios más personales, aquellos que atraviesan a un escritor que luego de publicar un libro memorable, deja de hacerlo.
Sin embargo, a Olsen le interesan los silencios que atraviesan a las personas cuyas vidas nunca se consagran a la escritura, no por falta de méritos, sino por falta de tiempo y dinero: los silencios de aquellas personas que deben luchar día a día por su existencia, los pobres, los analfabetos y las mujeres.
Para funcionar a pleno rendimiento, el trabajo creativo necesita de todo una red de contención y apoyo familiar que las mujeres suelen no tener. Queda claro, escribe, que las grandes obras surgen a partir de aquellas vidas que pueden permitirse una dedicación y una entrega completa.
El trabajo creativo sustancial necesita tiempo. Solo quienes se dedican a él por completo obtienen logros significativos.
Esta exploración de los silencios de las mujeres escritoras la lleva a algunas conclusiones que hoy ya conocemos pero que, escribiéndolas en 1972, nos siguen pareciendo sumamente lúcidas, sagaces y actuales.
Y tan actuales que, en el 2019, la Royal Society of Literature lanzó una encuesta sobre las condiciones de la creación literaria. De los resultados, emergió la idea que, noventa años antes había descrito perfectamente Virginia Woolf en Un cuarto propio: para escribir se necesita un cuarto propio y dinero.
Tillie Olsen, como casi todas, se reconoce deudora del trabajo de Woolf, una especia de hermana pequeña, y decide situarse en el centro de la exploración política de su producción literaria. Explorando sus propios silencios, Olsen argumenta que criando a cuatro hijas, trabajando en innumerables oficios precarios que no tienen que ver con su obra, ocupándose de las tareas domésticas y de la militancia política y sindical, poco tiempo queda para alimentar constantemente el trabajo creativo.
Yo misma he llegado a enmudecer, y he tenido que dejar morir la escritura que llevaba dentro, una y otra vez, escribe.
Como ella mismo escribió, es una escritora de un solo libro, éste, y de dos pequeños pero sublimes ensayos, que recomiendo.
Si observamos detalladamente la producción artística de las mujeres, podremos encontrar ciertos elementos que se reproducen continuamente: la falta de tiempo, las multitareas, el cansancio, el trabajo doméstico y de cuidado, la discontinuidad de la producción, la compaginación de una vida familiar muy demandante con una vida laboral, la carga mental, salarios muy bajos, trabajos precarios y la maternidad.
En una entrevista le preguntaron a Alice Munro, premio nobel de literatura, por qué escribía cuentos y no novelas, a lo que ella respondió que lo hacía así, y no sabría hacerlo de otra manera, porque el cuento era el formato que le permitía escribir entre las tareas de la casa y el cuidado de sus hijas. Nunca hubiera tenido tiempo para escribir una novela, dijo.
El trabajo constantemente interrumpido y aplazado, dice Olsen, hace casi imposible la escritura: la distracción se vuelve costumbre.
"Por lo que a mí respecta, no publiqué mi primer libro hasta los cincuenta, crie a mis hijas sin ningún tipo de ayuda doméstica o de la tecnología – no olvidemos que la primera bomba atómica empezó a fabricarse en serie antes que la primera lavadora – trabajé fuera de casa a jornada completa, no fui capaz de matar al ángel de la casa porque nadie iba a hacer su trabajo, y tampoco hubiera matado, en caso de haber podido, la parte cuidadora del ángel de Woolf, tan alejado del mundo literario como mi mundo personal ha estado de la literatura en sí misma en todos sus aspectos. […] En efecto, los años que debería haber pasado escribiendo, los pasé entregada, en cuerpo y alma, a otras tareas ineludibles".
Publicó su primer libro después de los 50 años, cuando obtuvo una beca por un año y pudo consagrarse enteramente a la escritura rompiendo con los constantes intentos e interrupciones que habían caracterizado su producción. Todo se antepone a la escritura, en la vida cotidiana de las escritoras, a excepción que te paguen por hacerlo. No todas las mujeres tienen un cuarto propio.
Cuando no tenía tiempo para dedicarme a la escritura, dice Alice Munro, las historias se la pasaban dando vueltas en mi cabeza durante tanto rato que para cuando lograba sentarme a escribirlas ya estaba metida en ellas a fondo.
Katerine Mansfield escribió que la casa y su matrimonio con el escritor John Middleton Murry, le absorbía todo su tiempo. "Cuando tengo que volver a limpiar o fregar cosas innecesarias mi impaciencia es espantosa, y lo único que deseo es ponerme a trabajar [en la escritura]. […] Hoy me odio a mí misma. Odio a esa mujer que revisa cada cosa que haces, y corre de un lado a otro, protestando cada vez que suena un portazo o se derrama un poco de agua, y no deja de gritar: ¡Al menos podrías vaciar el cubo de la basura y lavar las tazas de té!".
No olvidemos que las escritoras de grandes obras literarias no se casaron o no tuvieron hijos, y si lo hicieron contaron con ayuda doméstica. Pienso en, por ejemplo, nuevamente Virginia Woolf. En alguna parte de sus Diarios anotó, a propósito de su padre, que de haber vivido su vida habría acabado por completo con la mía. […] Nada de escribir, ningún libro. Inconcebible.
Y para cuando los hijos crecen, las costumbres aprendidas se quedan contigo y forman parte de ti. Es un coste muy grande que atraviesa a la mayoría de las mujeres.
Las que escribimos, dice Tillie Olsen, en su excelente ensayo, Una de doce, somos únicas, somos supervivientes. Una mujer publicada por cada doce hombres. Y no se crean que, pese a los avances, esta tendencia se ha revertido. Basta con mirar las estadísticas actuales de publicación.
Una década después de la publicación de los dos ensayos de Tillie Olsen, una pionera de la ciencia ficción, Joanna Russ, escribió un excelente libro del que escribí en este blog, Cómo acabar con la escritura de las mujeres (1983) y en el que, entre otros aspectos, resalta que la pobreza y la falta de tiempo son grandes impedimentos para la producción artística de las mujeres.
Es gracias a Joanna Russ que conocí a Tillie Olsen y a otras. No han sido los libros escolares, ni académicos, los que me han descubierto ese universo literario femenino. Han sido las escritoras quienes han trazado caminos, han abierto puertas y ventanas para que yo pudiera conocer a otras. Y las amigas, mi hermana, Maribel…
Si algo ha unido a las escritoras, y a una mayoría de lectoras como yo, es que todas reconocen en Virginia Woolf una filiación literaria y una profunda influencia. Todas son, o somos, hermanas pequeñas de Woolf. "Hay tantas VirginiasWoolfs", escribe Valérie Favre en su magnífico trabajo, como escritoras.
Ellas, explica Favre, se han dado a la tarea de entender los silencios de la historia pero también a completar la historia, reviviendo a las autoras de textos olvidados, cuestionando el canon establecido y escribiendo una historia literaria en femenino.
Como escribió Adrianne Rich, en 1979, a propósito de sus propios silencios: Bajo mis párpados otros ojos se han abierto, o Audre Lorde publicando su libro La transformación del silencio en un lenguaje de acción (1977).
Aunque Tillie Olsen escribió hace mucho tiempo, sus libros no describen un mundo muy diferente del actual, ¿o sí? Si mientras lees este texto todo esto te suena, te parece actual, te pasa a ti y a las mujeres que conoces, sea en el ámbito que sea, entonces estos libros siguen siendo necesarios y muy actuales.
Pero, cuidado, escribe Jessa Crispin, si estas utilizando esta excusa para ocupar espacios de toma de decisiones y reproducir los mismos patrones de dominación y misoginia, como también viene sucediendo estos últimos años. Si es así, el esfuerzo y las batallas de nuestras antecesoras no han servido para mucho.
Muchas veces, incontables, hemos charlado sobre los silencios que nos atraviesan. Hemos compartido las tácticas para mantener todas las interrupciones a raya. A veces lo hemos logrado. Otras no.
Han pasado siete meses desde mi último escrito. He intentado reflexionar sobre todo lo que me ha impedido escribir. Agradezco la insistencia desmesurada de muchas amigas para que siga adelante, especialmente de Maribel que tiene una energía ilimitada.
En esas charlas, una que tuvimos con ella, quedó rondando en mis pensamientos. Ella me preguntó que por qué yo creía que las mujeres no se lanzaban, yo escribiría abalanzaban, a escribir así sin más, por qué tienen tanto miedo, tantas inseguridades, si somos las que más leemos.
Todos estos meses, esa idea me estuvo rondando. Tenía suficiente material en mi cabeza para escribir esto, pero algo me faltaba. Daba vueltas, escribía de otras cosas, pero seguía faltándome algo. Yo ya había leído el sublime Dime una adivinanza, de Tillie Olsen, pero me faltaba algo. Ese algo era su libro Silencios. Tan lejano en el tiempo, pero tan actual.
Las mujeres leemos más que los hombres. Es un hecho constatado. Pero aún así, somos menos publicadas que ellos, recibimos menos premios literarios, tenemos más dificultades para encontrar el tiempo necesario para la creación, no contamos con espacios propicios ni con el dinero necesario para hacerlo.
Todo se nos antepone a la escritura. Y, para rematar la tarea, está ese canon literario, esos libros de los grandes maestros, la academia, la crítica, para decirnos que no estamos a la altura.
Para tomar coraje, tenemos que empezar por revivir a aquellas, las pocas que, pese a todo y contra todo, lo hicieron. Como escribió Toril Moi, las mujeres escriben y escriben sobre las mujeres. Hay que reescribir nuestra historia en la literatura y tenemos que renegar del canon literario y buscar nuestra herencia literaria en femenino.
Porque para desplegar el talento, necesitamos de nuestras predecesoras, necesitamos esa herencia literaria, necesitamos más Virginias Woolfs, muchas más, un cuarto propio y dinero.
Tillie Olsen es la culpable de que muchas escritoras salgan de sus silencios y escriban. Porque como dijo en una entrevista, pese a las interrupciones del proceso creativo que la frenaban, la loca perseverancia y la resiliencia de la aspiración literaria la empujaban a salir del silencio y a denunciarlo, desgajarlo, pensarlo.