miércoles, 2 de marzo de 2022

Contemplar las nubes, habitar una casa - Anatxu Zabalbeascoa, José Antonio Muñoz Rojas y Louise Gluck

 

El libro contiene
sólo recetas para el invierno,
cuando la vida es dura.
En primavera
cualquiera es capaz de preparar
un buen plato.
Louise Gluck

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com 

Recetas invernales

Cirriformes, estratiformes, nimbiformes y cúmuliformes representan todas las posibilidades que tenemos de clasificar a las nubes. Seguramente, más de una vez, como yo, te has detenido a mirar el cielo y a asignarles formas a las nubes: esponjosas, larguiruchas, tristonas, grises, enojadas o furiosas. 

En el año 2004, Gavin Pretor-Pinney dio forma a su pasatiempo preferido y creó la “Sociedad de apreciación de las nubes”. Cuenta Silvia Hopenhayn, que la afición de Gavin comenzó en una salida con su escuela. La maestra pidió a los alumnos que, recostados en el pasto, les asignaran formas a las nubes. 

Todos veían algo, pero el pobre Gavin nada. Cuando volvieron a la escuela, y tuvo que escribir sobre lo que había visto, el pequeño anotó: yo solo vi nubes. Y a partir de ese momento, comenzó su búsqueda. 

En su clasificación incluye, aparte de las nubes ya conocidas, una nube que sólo se forma en un lugar remoto de Australia y a la que se le llama ‘gloria matutina’. Según Hopenhayn, “transmite la sensación de euforia que su paso produce.”

Así que inspirada por Gavin Pretor-Pinney, he decidido que cuando aparezcan las nubes, voy a clasificarlas con más empeño: esponjosas, rositas, blancuchas, mimosas, golosas, tristes, grises, furiosas.



II. Un chez-soi

Qué es lo que se me ha perdido,
porque algo indudablemente se me ha perdido
y no lo encuentro, buscando siempre
algo perdido, (¿o seré yo el perdido?).
¿Las gafas? ¿Las llaves? ¿Las gentes?
Sé que algo se me ha perdido y no sé qué es ese algo.
José A. Muñoz Rojas


¿Qué aspecto tiene una casa? Aunque no lo creas, nada en una casa es producto del azar. “Las casas son cosas realmente extrañas. Carecen de características definitorias universales: pueden tener cualquier forma, incorporar cualquier tipo de material, ser casi de cualquier tamaño. Pero aún así, dondequiera que vayamos sabemos que son casas”, escribe Bill Bryson en su magnífico libro, En casa.

En algún momento de estos días, mientras leía su libro, la casa empezó a parecerme un lugar misterioso e inspirada por Bryson, se me ocurrió mirar con otros ojos e iniciar un viaje, “deambular de habitación en habitación y reflexionar cómo cada una de ellas ha figurado en la evolución de la vida privada.”

Según Bryson, la historia trata básicamente de “montones de gente haciendo cosas normales”, como vos que lees esto y yo que lo escribo. A lo largo de los siglos, las personas, comen, duermen, se higienizan, desarrollan su sexualidad, se divierten, lloran, nacen, crecen y mueren.

Todo ello, llena nuestras vidas y nuestros pensamientos, pero los tratamos, nos dice Bryson, como cosas secundarias e insignificantes. ¿Hemos comido siempre los mismos alimentos? Las casas, ¿siempre han tenido incorporado el baño? Y las habitaciones, ¿Qué lugar ocupaban en la vivienda? ¿Dormíamos juntos o separados? ¿Por qué usamos la sal y la pimienta como especias centrales en nuestras comidas? Y ¿el azúcar?

Sentada en este escritorio, mientras escribo, de pronto como Bryson, “pensé que sería interesante considerar las cosas normales de la vida […] como si también fuesen importantes.” 

Observando este lugar que es mi casa, este sitio protector, del que poco a poco me fui apropiando y en el que mis objetos hablan de mí y de mis historias, y que tienen una historia, he pensado en aquello que escribe la filósofa Chantal Marin sobre si existe un lugar para cada uno. ¿Hay lugares donde realmente nos sentimos en nuestro sitio? 

A este pequeñito espacio propio, poco a poco lo he ido construyendo, poniendo algún objeto por aquí y otro por allá, unos libros en ese rincón y una pequeña y endeble biblioteca en la habitación. Colgué algunos cuadros y fotos de todas aquellas personas que ocupan un lugar en mi vida. Puse flores y plantas variadas. Todo ello habla de los diferentes lugares que componen mi identidad, de los que vengo, de los que pasé y de los que estoy.

El lugar, mi lugar, curiosamente, siempre está redefiniéndose, a veces se achica y otras se agranda según “los momentos, las circunstancias y nuestros sentimientos”, dice Marin. 

Pero volvamos a este concepto de casa. La idea puede parecer banal en una época en la que se nos impuso quedarnos en casa. Pero en la vida, ciertos sucesos hacen que nos relacionemos más o menos intensamente con un lugar, un espacio, un chez-soi, dicen los franceses.

El hogar es como un cuerpo. Hay que habituarse a su textura, a su sonido, a sus olores, a sus aireaciones y a su luz y a co-habitar con aquellos que viven con nosotros y con nuestros vecinos. 

“Habitar un lugar es también una relación física, una inversión corporal.”, escribe la filósofa francesa Claire Marin.

Mi casa es luminosa. Tiene unas pequeñas corrientes de aire, que se cuelan por la entrada, como esos visitantes que no han sido invitados.  Un lado es más soleado y caldeado que el otro que es más oscuro y frío. Es pequeña en la primera planta, la de diario, y se expande en la segunda. Así que poco a poco he ido trasladándome allí, abandonando la cocina.

¿Siempre tuvo esa forma? El repliegue al universo doméstico, como sabemos, para las mujeres es, como bien han descrito los feminismos, una trampa. 

Sin desconocer esto, me encuentro dividida entre la posibilidad de que mi hogar sea una simple contingencia, un problema práctico a solucionar, o de que sea una trampa castradora. Y a mí, me gusta refugiarme en mi casa. Tiene que haber otra explicación o tiene que haber muchas explicaciones.




IV Vir dentro de casa

Lo malo no es que se nos pierdan
sino que no sabemos dónde se nos pierden,
tantos objetos perdidos como se nos pierden,
un montón de objetos perdidos es la vida.
José Antonio Muñoz Rojas


La periodista francesa, Mona Chollet, escribe que “En una época dura y desorientada creo que, al contrario, puede haber un sentido en nuestras concretas condiciones de existencia, en nuestras acciones y en esos placeres elementales que nos mantienen en contacto con nuestra energía vital: pasar el rato, dormir, leer, reflexionar, crear, jugar, comer. […].”

Por oposición a un contexto social saturado, acelerado, cuasi violento, la casa – ese territorio propio - nos permite respirar, existir y explorar. Ahora bien, me sigo encontrando en esta situación un tanto contradictoria. Por un lado, práctica o castrante y por el otro, sedentaria o nómade. ¿Cómo vivir entre esos cuatro polos?

No puedo pasar por alto aquí el hecho de que cuando hablamos de una vivienda, tenemos que dejar algo en claro: en los tiempos que corren la búsqueda de una vivienda se ha convertido en una carrera que expone a la mayoría de la población a la violencia de las desigualdades y a las relaciones de dominación. La baja de los salarios y el alza exorbitante de los precios de la vivienda, han sido el combo perfecto para agudizar el empobrecimiento de las personas. Dicho esto, ya podemos seguir.

Reconozcámoslo, ser una persona hogareña no está bien visto. Y yo, soy una persona hogareña. Durante algún tiempo intenté que no se notara y me zambullí en un frenesí de actividades. Pero al final, regresé a mi lugar. ¿Quizás porque soy una persona sin lugar? 

Cuando eres extranjera, el hogar remite a una topografía íntima, cargada de sentido. Los objetos que nos acompañan son los irremplazables, los más singulares, los que tienen un significado, los que he ido acumulando poco a poco. 

Son aquellos que se han transformado en la primera piedra para restablecer nuestra identidad, nuestra historia, nuestras aspiraciones en este nuevo lugar. A través de ellos, hacemos un hueco en el mundo y abrimos un puente entre nuestro pasado y nuestro presente.

De tanto que nos acompañan, a veces no les prestamos atención, pero los guardamos primorosamente imprimiéndoles nuestra marca, así como ellos lo han hecho con nosotros. Son parte de nuestra experiencia cotidiana, y de nuestra pluri-identidad.

Cuando salimos de nuestra cultura, suele suceder, especialmente al principio, que nos sentimos desplazados, porque no tenemos los mismos códigos de la cultura nueva, por nuestras formas de ser, de estar, de hablar, de percibir diferentes.

Con el paso del tiempo, podemos ver esta situación como una fuente de sufrimiento o, también, como al final vamos haciendo, como una situación plástica, elástica y lentamente vamos mudando de ropa, y el hecho de ir de un espacio geográfico y social a otro no necesariamente significa que estaremos siempre acompañados por un sentimiento de malestar o vergüenza, sino que, como con la lengua, también nos hemos vuelto bilingües con los lugares que ocupamos.



III. El clima cambia, ¿y nosotros?

Caminando y perdiéndome
en busca siempre de ese siempre,
que cuando llego ya se ha ido.
Y me quedo sin siempre para siempre.
José A. Muñoz Rojas


Cuando miramos hacia atrás, no podemos evitar reflexionar sobre las condiciones en las que se produce este recorrido que implica un cambio de itinerario, de trayectoria, personal y social.

Es así inevitable narrar, muchas veces continuamente, nuestro proceso de pasaje de un mundo a otro, el de origen y el de llegada, para evidenciar la complejidad de nuestra identidad. Una identidad que no es una, sino que es múltiple.

Atravesar las fronteras, geográficas, culturales, sociales, políticas, identitarias, implica mucho más que un simple trámite. En el mismo instante que las cruzamos, dejamos de pertenecer a un pueblo para aún no encontrar nuestro lugar en el otro. 

Y cada vez que regresamos, ni nuestra cultura es la misma ni nosotros somos los mismos. Somos gentes sin lugar. Por ello, quizás un hogar cumpla provisoriamente el espacio que nuestra cultura natal ha dejado y que la nueva cultura no alcanza a ocupar. Nuestro punto de partida es una ausencia.

“La casa es el lugar que calma", escribe Anatxu Zabalbeascoa. Un sitio donde mirar por la ventana. Un espacio donde los objetos anodinos también hablan. "Allí es donde me reparo y sueño. Sé que estoy en casa porque mi corazón está en calma.” 

Ninguna identidad es fija. Cada una puede contener muchas, o como escribió Walt Whitman, “contenemos multitudes.”

¿Cómo es que empecé este escrito con nubes y he terminado con los lugares que habitamos?


“me adentro en lo más profundo de mi cuerpo
y termino en otro mundo
todo lo que necesito
existe ya en mí
no hay necesidad
de buscarlo en ningún otro sitio.”
Ripi Kaur

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