lunes, 13 de diciembre de 2021

Nosotros somos los pájaros que se quedan - La música y Pascal Quignard, Emily Dickinson y Mark Fisher

 

Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com

La vida es robusta” he leído por ahí y se nutre de pequeños encuentros. ¿Sería nuestra vida igual si las cosas fueran de otra manera, si viviéramos una vida distinta? 

Esta semana de invierno, oscura y nevada, mi mundo se ha nutrido de la presencia de unos pequeños pajaritos que andan por mi jardín.

Como es invierno, se nos recomienda poner algunas semillas en un platito, para que tengan alimento en estos días frescos. A este carbonero y petirrojo, les gustan las nueces y las semillas de girasol. Mucho más hoy, porque ha nevado. 

Rápidamente, se me vino a la mente un poema de Emily Dickinson:

El agua se aprende por la sed;
la tierra, por los océanos atravesados;
el éxtasis, por la agonía.
La paz se revela por las batallas;
el amor, por el recuerdo de los que se fueron;
los pájaros, por la nieve.




¿Qué importancia tienen estos diminutos actos cotidianos que parecieran mantener a raya la vulnerabilidad de la vida?

El proyecto The Urban Field Naturalist, nos propone tomarnos un tiempo para aprender un poco más de las plantas y animales con los que compartimos nuestros hogares. Los creadores nos invitan a anotar nuestras observaciones, a contar su historia y a compartirlas con personas de diferentes partes del mundo. ¿Por qué son importantes? O ¿cómo lo encontraste? Son algunas de las preguntas que nos guían en esta suerte de exploración casera en la que me he inmerso este invierno.

No sabía a qué especie pertenecían los pajaritos de mi jardín, así que rápidamente le envié a Maribel unas fotos, ella es una experta pajarera. En poco tiempo, ya los tenía identificados. Estos pequeñitos me han mantenido varios días ocupada y acompañada.

Establecer lazos con las especies, sostienen los fundadores de este proyecto, nos ayuda a ver el mundo de manera diferente, menos centrado en nosotros mismos. Una buena historia, argumentan, nos transforma y nos ayuda a conectarnos con otras especies. Así es que me he pasado alimentando a este par de golosos que, cuando se quedan sin alimento, se pasean impacientes por mi jardín. 

Mientras estaba leyendo, acompañada por estos inesperados compañeros, recordé la música, su música, porque cuando nieva, el silencio lo abarca todo, se hace palpable. 

Simeon Pease Cheney fue el primero, en el siglo XIX, en transcribir en notas musicales el canto de los pájaros. Cheney escribió que “sólo los pájaros cantan”. 


<<La esperanza>> es esa cosa con plumas
que se posa en el alma
y canta una canción sin letra
y nunca, nunca se calla. 
Emily Dickinson




Llegué al libro de Cheney, La música de los pájaros, leyendo a Pascal Quignard en En ese jardín que amábamos. Quignard es además de escritor, músico, y tiene algunas hipótesis, respecto a la música, que me han hecho reflexionar. 

En su célebre y muy recomendado libro, Todas las mañanas del mundo, considera que la música es “el lenguaje de las <<sombras errantes>> que se funda en una relación constante con la muerte.

A diferencia de Platón, que escribió que la música le da un alma a nuestro corazón y alas al pensamiento, Quignard considera que la música atraviesa la condición trágica del ser humano, el exilio de la infancia, la pérdida de la voz - para los varones - y la confrontación con la muerte.

Mi gusto por la música no es tan trágico como el de Quignard. Prefiero acercarme a aquellos que consideran que somos seres musicales, como el filósofo Francis Woolf, a rasgarme la existencia con pérdidas y sufrimientos. 

Prefiero dejarme habitar por el misterio de las cosas impalpables. La música viene a nosotros como nosotros vamos a ella. Una música nos persigue, escribe Woolf.

¿Elegimos las canciones o ellas nos eligen a nosotros? ¿Por qué hay canciones que nunca olvidamos? ¿Por qué la música? ¿Qué pasa bajo la atenta mirada de las amables musas? 


¿Cuál es el lazo original entre el canto y la poesía? ¿Cuál es la frontera entre las palabras y la música? Para los griegos, la música era inseparable de la poesía, porque antes de la escritura, las narraciones eran recitadas y se transmitían a través de la oralidad. Se leía en voz alta, para escuchar su musicalidad.

Es casi una herejía proponer un alto en el ritmo vertiginoso de la modernidad para establecer una especie de solidaridad atenta con las especies con las que compartimos un espacio y con el lugar que habitamos. Y para escuchar la música. Parece una tontería, aunque no lo es tanto.

Porque, como escribe Mark Fisher, “la intensidad y precariedad de la cultura del trabajo del capitalismo tardío deja a las personas en un estado en el que están simultáneamente exhaustas y sobre estimuladas.” 

Y agrega, cuestionando los patrones culturales actuales que “Para poder producir lo nuevo se necesitan ciertos momentos de retirada de, por ejemplo, la sociabilidad y de las formas culturales preexistentes. La retirada se hace más difícil que nunca.”

Antonín Dvorak se inspiró en el libro de Simeon Peace Cheney, mientras daba largos paseos, nos cuenta José Julio Perlado, para componer su Cuarteto de Cuerda N. 12, que les invito a escuchar. Me recuerda a esos pequeñines que me han hecho los días, de este invierno en apogeo. Ellos le han dado sonoridad a esta soledad invernal. Y este pequeño texto, se lo dedico a Maribel y sus pájaros…


Nosotros somos los pájaros que se quedan
Emily Dickinson




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